El paisaje era
desértico, con algunos matojos esparcidos rodando al viento, pedreras y acacias
aisladas. Encontramos algún camello y rebaños de corderos o cabras de los
nómadas. La carretera cruzaba dos extensas llanuras que en su día fueron una
lago, las llamaban la Grand Barre y Le
Petit Barre. Tenían 27km. de largo y
12km. de ancho. El Toyota cruzó sobre la
Grand Barre de arcilla blanca seca y agrietada bajo el sol del desierto. Paramos
y comprobamos que la superficie era dura, estable para conducir. Las grietas
formaban dibujos geométricos, un puzzle que no debería haberse formado.
La primera imagen fue
una franja de formaciones rocosas picudas, siluetas extrañas recortadas contra
el cielo. Nos aproximamos y nos rodearon las chimeneas del Lago Abbé. Caminamos entre ellas, admirando las extrañas
formas de las rocas. Decían que era como una porción de paisaje lunar. En la puesta de sol una luz anaranjada,
casi irreal, envolvió las chimeneas picudas. Dormimos en un curioso y sencillo campamento
con chozas de esteras de cáñamo, tomamos té de canela y contemplamos el
firmamento estrellado.
Al día siguiente nos
levantamos temprano para contemplar la salida del sol entre las chimeneas. El paisaje era volcánico, con piedra oscura y porosa
de lava. En las grietas de las rocas surgían riachuelos subterráneos de
agua hirviente con burbujas. Alguna chimenea se elevaba más de 50m. de altura. La
luz dorada bañó las aristas de las rocas picudas. Vimos varias fumarolas con el agua hirviente
burbujeante. Para que se formara más humareda Alí echaba humo de un cigarrillo;
debía producirse una reacción porque al instante se formaban nubes sulfurosas.
Gran parte del Lago Abbé estaba seco y la superficie del suelo estaba cubierta
de una costra de sal blanca, caminábamos por el lecho del lago. Nos llevamos un
recuerdo imborrable de las picudas chimeneas del Lago Abbé.