Champasak fue desde 1773 hasta 1946 la sede de la realeza laosiana. En la actualidad era una población tranquila con algunos edificios coloniales dispersos y casas de madera tradicionales. Era la base para visitar las ruinas de los templos Wat Phu Campusak, del periodo de Angkor, “descubiertas” en la jungla por el explorador francés François Garnier en 1866.
Alquilamos bicicletas por 10.000 kips al día (1 euro!). El Wat Phu Champasak estaba a 10km. Era un complejo de templos religiosos Khmer, y considerados Patrimonio de la Humanidad. Algunos edificios eran milenarios, del s.V y la mayor parte del s.XI-XIII.
Dividían el
complejo en tres niveles. En el nivel bajo empezamos visitando el estanque
sagrado con flores de loto y búfalos que pastaban por allí. Pasamos por una larga avenida con
pilares de piedra negra.
Por una escalinata medio derrumbada y de altos escalones accedimos al nivel medio. En él estaba el Templo Principal con relieves tallados en la piedra de sus muros. En la entrada había varias apsaras (deidades mitológicas) talladas en la piedra, como en los templos de Angkor de Camboya. Unos monjes de túnica azafrán visitaban los templos. Era uno de los principales lugares de peregrinación budista.
En el interior había pabellones cuadrangulares con esculturas Hinduistas y Budistas, de Brahma, Vishnú, Shiva, el toro Nandi y centinelas.También habían lingams, las piedras fálicas simbólicas, ofrendas de incienso y flores diente de león naranjas. Las ventanas tenían columnas de madera torneada.
En la parte superior de la montaña Phu Pasak, sagrada para las tribus euroasiáticas, estaba la huella de Buda. También la piedra elefante y la piedra cocodrilo/serpiente. El cocodrilo era una figura semi divina en la cultura khmer.
Desde arriba se
tenían buenas vistas de los templos principales a los lados y de la escalinata
ascendente. La guía Lonely Planet los describía como bucólicos y decrépitos por
su estado de conservación. Nos pareció un lugar lleno de belleza y misterio, y era fácil imaginar los tiempos de
esplendor con desfiles de elefantes y laosianos ataviados con sus ropas
festivas. En el Museo adyacente, que visitamos después, había totos de estas
escenas de celebración y del estado de los templos cuando los descubrió François
Garnier, invadidos por la vegetación de la jungla.
Seguimos con las
bicis por la carretera con poco tráfico. La bordeaban casas bajas con jardines
y plantas. Nos desviamos por una pista de tierra roja para visitar el Wat
Muang Kang, el templo más antiguo y uno de los más
interesantes del sur de Laos.
De él destacaban la Librería Tripitaka, que combinaba elementos de arquitectura china, vietnamita y francesa. Era un edificio curioso y muy bonito. El resto del templo estaba bastante deteriorado. Nos tumbamos a descansar en la hierba a la sombra de un árbol y a Javier le cayó un mango maduro en la cabeza, un buen coscorrón. Los monjes nos invitaron a beber refrescos y charlaron un poco con nosotros.
Por la noche de
una representación de marionetas con música tradicional, tocada por once
músicos, y tenían instrumentos curiosos. Los músicos eran más numerosos que el
público, que éramos ocho personas. Las marionetas contaban la historia épica
del Ramayana, con personajes como Shiva o Hanuman, el dios mono. Disfrutamos
del espectáculo, al aire libre y a orillas del río Mekong.