Guatemala es un país de volcanes.
La bella ciudad de Antigua está rodeada de tres impresionantes volcanes: Agua,
Fuego y Acatenango. El volcán Fuego se reconoce por su perenne penacho de humo.
Y la población de Santiago de Atitlán, al sur del lago del
mismo nombre, está entre los volcanes Tolimán y San Pedro. El mismo lago de
Atitlán, de superficie azul turquesa, está en el interior de un cono volcánico.
Nos gustó la plaza central de Santiago, con su blanca iglesia frente al volcán,
su enemigo. Cada vez que los fieles bajaban la escalinata semicircular de
piedra, veían la imagen amenazadora del volcán dormido.
Nos alojamos en una posada con
cabañas de piedra y madera con vistas al lago. La cena fue espléndida: lomitos
asados al punto con papas y verduritas y bandeja de bocas con fríjoles,
guacamoles, nachos de maiz y pan de ajo. Los dueños de la posada se acercaron a
hablar con nosotros. Les preguntamos cómo vivieron la guerra civil, y
contestaron que fueron tiempos difíciles. Ellos sobrevivieron alojando
periodistas, escritores, miembros de organizaciones humanitarias y misioneros
evangelistas.
La guerra civil guatemalteca tuvo
lugar durante 36 años (!), de 1960 a 1996, y fue especialmente cruel y
violenta con los indígenas, con los que se cometió un auténtico Genocidio. Lo
describe Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz, en su libro "Me llamo
Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia". Una lectura sobrecogedora.
Formó parte de nuestro equipaje literario del viaje. Y comprobamos que la
fuerza destructora de los volcanes, no es nada comparada con la fuerza
destructora del hombre con sus semejantes. El hombre siempre será un lobo para
el hombre.
©
Copyright 2003 Nuria Millet Gallego