martes, 2 de diciembre de 2014
EL SUEÑO DE CARDENAL
lunes, 11 de agosto de 2014
RAUMA SUS CASAS DE MADERA
Desde Turku cogimos un bus hasta Rauma, a 90km, a través de bosques de abetos. Rauma se fundó a mediados del s.XV, y era la tercera población más antigua de Finlandia. Su casco antiguo, con calles adoquinadas y casas tradicionales de madera con chimeneas, estaba considerado Patrimonio de la Humanidad.
Vimos la iglesia y llegamos a la Plaza
del Mercado y nos sentamos en la terracita del famoso Café Sali, el centro
de Rauma. Disfrutamos de la cerveza local contemplando el paso de los escasos transeúntes
y bicicletas.
Las casas estaban
pintadas de tonos azules, rosados, amarillos, ocres y granates. Eran de planta
baja y algunas tenían jardines. Tenían adornos de carpintería y marquesinas metálicas.
Las ventanas tenían visillos y estaban decoradas con conchas, objetos marinos, botellas
de colores, miniaturas de barcos y faros, y algunas colecciones particulares,
como una de despertadores antiguos.
Rauma era conocida también por su tradición en la confección de encaje de bolillos, y por su dialecto regional. En Finlandia tenían dos lenguas oficiales: el finés (suomi) y el sueco. Las cartas de los restaurantes y otros carteles estaban en ambos idiomas, y algunos añadían también el ruso y el inglés.
Había algunas casas
museo, pero estaban cerradas. Nos asomamos a las ventanas y pudimos ver habitaciones
con mobiliarios de madera, cunas, ruecas, encajes de bolillos, jofainas,
utensilios de cocina. Fue el museo más completo que vimos sin entrar.
Otro museo que sí
pudimos visitar fue el Museo del Teléfono. Estaba cerrado y un señor con
una carretilla arreglaba el jardín. Nos saludó y dijo que lo abría para
nosotros. Era el dueño, que llevaba coleccionando aparatos desde hacía medio siglo.
Tenía unos 200 teléfonos de todo tipo colgados en la pared: de madera, de
baquelita y militares, Tenía hasta una centralita de manivela y al accionarla
sonaban los teléfonos. Los había rusos, alemanes. Era una buena colección de
valor histórico. Interesante.
jueves, 2 de mayo de 2013
El SUEÑO DE LIVINGSTONIA
martes, 12 de marzo de 2013
YEREVAN Y ECHMIADZIN
Yereván (o Ereván) era capital de Armenia desde el final de la II Guerra
Mundial. El Monte Ararat, símbolo de la ciudad, la custodiaba. La
mayoría de casas estaban hechas de toba, la piedra rosada, que
embellecía la ciudad .El centro de Yereván conservaba bonitos edificios
rusos del s.XVI, con parques, museos, teatros, galerías y cafés.
La Plaza de la Libertad era el corazón de la ciudad. Había mucho ambiente alrededor de la Ópera, un edificio semicircular de piedra gris. Recorrimos las calles, la principal tenía el nombre de Mesrop Mashtots, el creador del alfabeto armenio.
El Complejo Cascada era un monumento simbólico con terrazas
escalonadas que conmemoraba. Había estanques, fuentes, jardines y dos estatuas
de Botero, un guerrero y un gato, fácilmente reconocibles.
Las calles peatonales estaban repletas de gente paseando y sentados en las grandes terrazas. En la calle Pushkin vimos la casa donde vivió el escritor, con un busto en la fachada. Fue uno de los autores de literatura rusa más brillantes, junto con Dovstooievsky, Tolstoi y Gogol. El museo de los Mártires recordaba el dolor del genocidio que sufrió el pueblo armenio.
Desde Yereván fuimos a
Echmiadzin, a solo 20km de la capital. Allí fue donde San Gregorio
construyó la primera iglesia armenia tras tener la visión de un rayo
cayendo a tierra. Estaba considerado un lugar sagrado, algo así como el
Vaticano de la Iglesia Apostólica Armenia. Y era Patrimonio de la Humanidad.
Además, fue capital desde el año 180 al 340, cuando la nación armenia adoptó el
cristianismo.
La piedra oscura
estaba muy desgastada pidiendo una restauración. De hecho, la torre principal y
la fachada tenían un andamio metálico, estaba en proceso de reformas. La
estructura de la iglesia era bonita, pero la vimos un día nublado y con su
desgaste y las obras no lucía mucho.
El interior también era oscuro, hasta un poco lúgubre. Vimos el museo religioso Tesoros de Armenia, ubicado en la iglesia. Tenía cruces de plata parecidas a las de Etiopía, inciensarios, relicarios con brazos de plata y piedras preciosas conteniendo fragmentos de huesos de santo. Exhibía hasta un trozo del Arca de Noé…Eran tesoros coleccionados por la iglesia durante 1700 años.
jueves, 28 de mayo de 2009
EL MONTE SINAÍ Y EL MONASTERIO DE SANTA CATALINA
En la Península del Sinaí fuimos a visitar el Monasterio de Santa Catalina. El paisaje era montañoso y muy árido, en algunos momentos parecía lunar. El Monasterio de Santa Catalina era una fortaleza amurallada, construida alrededor de la capilla original y tenía una basílica, además del monasterio. Las murallas eran altas, impresionantes. Había sido declarado Patrimonio de la Humanidad.
El monasterio era
un lugar sagrado y de peregrinación. Tenía una hospedería y estaba
considerado una de las comunidades monásticas de actividad ininterrumpida más
antiguas del mundo. Gran parte del recinto estaba cerrado al público.
Entramos a través de una puerta no muy grande y visitamos la Iglesia de la Transfiguración del s. VI. Allí estaban enterrados los restos de Santa Catalina. Era una iglesia ortodoxa llena de iconos, había una exposición de ellos en el recinto, y lámparas colgantes. Vimos a algún monje ortodoxo, de largas barbas y túnica negra. Hablé con uno de ellos y me dijo que la comunidad la formaban 30 monjes y que él vivía allí hacía más de quince años. Tenía ganas de conversar y nos preguntó sobre nuestras vidas.
Junto a la Iglesia estaba la zarza ardiente de Moisés, que crecía verde sobre un muro. Todos los peregrinos se hacían una foto tocando las ramas bajas de la zarza, que estaban más secas a fuerza de tocarlas.
El camino era de tierra y gravilla, ascendente y con escalones en el tramo final. Fuimos viendo el monasterio desde diferentes ángulos. Habíamos leído que el monte era muy ventoso, pero aquel día soplaba en rachas y se agradecía con el calor. Llegamos al lugar donde el profeta Elías oyó la voz de Dios, donde crecía un ciprés de más de 500 años de antigüedad, la única nota verde en aquel entorno árido.
Poco antes de la
cima paramos en un cobertizo con jarapas que vendía bebidas y snacks.
Descansamos un rato, refrescó y hasta dormimos una breve siesta tapados con unas
mantas que olían a camello.
A la una
emprendimos el ascenso del Monte Sinaí. Había dos vías de ascensión: la Ruta
de los Camellos y la Ruta del Arrepentimiento. La Ruta del Arrepentimiento
tenía 3750 escalones, la abrió un monje como forma de penitencia.
Como no teníamos interés en ser penitentes, escogimos caminar por la Ruta de
los Camellos. También había la posibilidad de subir en camellos, que vimos por
allí, con sus coloridas sillas.
En la cima había una iglesia cerrada y muy poca gente, apenas diez personas. Los que accedían de noche para ver la salida del sol dormían allí, muertos de frío sobre las rocas. Leímos que se agrupaban cientos de personas. El paisaje era de montañas rocosas. Nosotros contemplamos la puesta de sol en el Monte Sinaí, tranquilamente, envueltos en silencio. El disco solar se ocultó tras las áridas y bíblicas montañas, y estas perdieron su tonalidad dorada y se oscurecieron.
La bajada en
teoría era más fácil, pero se hizo eterna porque oscureció pronto. Llevábamos
linterna, pero el terreno era irregular con muchas piedras, bajábamos deprisa y
teníamos que fijarnos donde poníamos los pies. Era fácil derrapar con la
gravilla. Tardamos una hora y media en bajar. Y llegamos al hotel con ganas de
una ducha que nos quitara el polvo bíblico.