Desde Petrozavodks cogimos un hidroplano hasta la isla de Kizhi, en
las orillas del lago Onega. El
hidroplano levantaba el morro sobre una especie de patas al coger velocidad y parecía
un extraño insecto. El trayecto duró una hora y media.
Kizhi
era
una estrecha franja formada por 6km. de verdes prados ondulados, y con sólo 370
habitantes. Desde el agua vimos la silueta de la Iglesia de la Transfiguración, construida en 1714, con sus 22
cúpulas de madera, y considerada Patrimonio
de la Humanidad. Era un entramado de
piezas de madera sin ningún clavo en su estructura, como algunas iglesias
tradicionales de Polonia y otros países del este. No se podía entrar porque
estaba empezando a inclinarse y estaba apuntalada por un andamio de acero. Era
una preciosidad de iglesia, con una simetría especial y muy original.
Junto a ella estaba la Iglesia de la Intercesión, finalizada
en 1764. Tenía nueve cúpulas y conservaba una colección de iconos ortodoxos de los s.XVI-XVII. Tres monjes con largas
vestiduras negras cantaron a capela ante
el altar, transportándonos a otros tiempos.
En la isla también había
un viejo molino de viento y visitamos las casas
museo típicas de la región de la Karelia, con mobiliario antiguo y muy acogedoras,
sobre todo las zonas junto al fuego de las cocinas. Aunque con todas las
grietas de las maderas no costaba imagina la dureza de los inviernos nevados en
las viviendas. En los graneros guardaban trineos para la nieve y todo tipo de
utensilios agrícolas de labranza: arados, correas, azadones…
Algunos habitantes de
Kizhi recreaban la vida en las aldeas ejerciendo su oficio de carpinteros,
tocando campanas, tejiendo en los telares….Las mujeres llevaban pañuelos en la
cabeza atados al cuello, como antaño. En la actualidad las rusas también se colocaban
pañuelos en la cabeza al entrar en las iglesias, como símbolo de tradición y respeto.
Las casas estaban
esparcidas entre prados verdes con florecillas, y caminábamos por los senderos
porque nos habían advertido al llegar a la Reserva de que había muchas serpientes, aunque no tuvimos ningún
encuentro indeseado con ninguno de esos ejemplares.
© Copyright 2011 Nuria Millet
Gallego