La montaña estaba
agujereada como un queso de gruyere. Vardzia
fue una ciudad-cueva construida en el s. XII por el rey Giorgi III, y su hija la reina Tamar estableció allí un
Monasterio. Llegó a tener trece pisos subterráneos y vivían 2000 monjes.
Tenía 119 cuevas con 409
habitaciones, 13 iglesias y 25 bodegas de vino. Un terremoto en 1283 destruyó
varias cuevas, y luego vinieron las sucesivas olas de invasores.
Era un laberinto de cuevas a distintos niveles,
conectadas por escaleras de piedra y pasarelas. El interior de las cuevas no
era demasiado grande. Los frescos de las paredes apenas se conservaban, pero si
habían quedado numerosos nichos y
hornacinas. En alguno de ellos los visitantes o los monjes habían dejado
velas encendidas, que ennegrecían la piedra. También encontramos nidos de aves.
Pasamos por una galería
subterránea de escalones y techos bajos y llegamos a una iglesia en el centro
de la montaña. Era la Iglesia de la Asunción,
con un pórtico con dos arcos de los que colgaban tres campanas. Un monje
barbado abrió con su llave el portón de madera de la Iglesia. En ella se
conservaban unos bonitos frescos murales y encontramos lo habitual en las
iglesias ortodoxas: el altar cerrado, iconos, palmatorias de bronce,
incensarios colgantes, libros…
Quise preguntarle al
monje cuantos religiosos vivían en el Monasterio y le dije si hablaba inglés.
Me contestó que no, pero cuando más tarde le pregunté el precio de unas velas
me entendió perfectamente, y mirándome con cierta sorna me dijo claramente el
precio en inglés.
Luego nos enteramos de
que sólo vivían cinco monjes allí. Nos lo contó una monja joven a quien
compramos un yogur cremoso muy rico elaborado
por las monjas de otro monasterio cercano. Ellas tenían un huerto, cultivaban
flores, y criaban truchas. Las monjas vivían tranquilas en aquel recinto
repleto de flores, y eran más conversadoras, aun habiendo elegido aquella vida de retiro y aislamiento.
© Copyright 2014 Nuria Millet
Gallego