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miércoles, 4 de abril de 2018

LAS CASCADAS KUAN DE LAOS


Desde Luang Prabang fuimos en minivan a las Cascadas Tat Kuan, a solo 30km. Había otras cascadas más cercanas, las Tat Sae, a 15km, pero nos dijeron que llevaban menos caudal de agua.

Las Cascadas Tat Kuan eran una maravilla. Caían sobre piedra caliza y formaban piscinas naturales de agua con tonalidades verdosas y azul turquesa. El lecho de las piscinas era denso y arenoso, un lodo blanco con sedimentos que contribuían a dar al agua aquel color intenso.


Tenían varios niveles y nos fuimos bañando en las piscinas a medida que ascendíamos a la cascada principal, de 60m de caída, donde no estaba permitido el baño. Fuimos caminando por un bosque tropical, con árboles de raíces aéreas gigantes y trepamos por troncos de árboles caídos.

El entorno selvático era muy frondoso, con mangos, palmeras, papayas, tamarindos, bambús y alguna flor roja. En una de las piscinas había grupos de juncos con forma de abanico. 


El ambiente era cálido y húmedo, y apetecía el baño. Nos sumergimos en las piscinas naturales, el agua estaba bastante fría y los chorros de la cascada masajearon nuestra espalda. Fue una delicia, unas cascadas espectaculares.


En la parte baja de las cascadas había un Santuario de Osos Negros. Allí los rescataban de los cazadores furtivos y los cuidaban hasta devolverlos a su hábitat natural. Encontramos un oso tumbado, bastante grande, que nos miraba con mansedumbre y cierta tristeza. Una curiosidad que no esperábamos encontrar allí.



martes, 3 de abril de 2018

LAS CUEVAS BUDISTAS DE PAK OU

Desde Luang Prabang embarcamos hacia las Cuevas Pak Ou. Era una barcaza alargada, con techado de madera y pintada de azul, El trayecto por el río Mekong fue fantástico. En las orillas había un muro de vegetación con plataneros, mangos y papayas, rodeado de montañas. Vimos algunos pescadores con sus redes y nos cruzamos con otras barcas. La corriente bajaba rápida.



De camino paramos en la aldea Lao Lao, donde elaboraban licor artesanal destilado del arroz. También tenían telares y vendían telas coloridas. En la aldea había unos coquetos templos budistas.


Las Cuevas Pak Ou aparecieron en un recodo del río, sobre un acantilado rocoso. Las recordaba muy bien de mi primer viaje a Laos en 1993. Desembarcamos y subimos por una escalinata de piedra. Primero fuimos a la cueva más alta. Estaba repleta de estatuillas de Buda de todos los estilos, tamaños y posiciones. Leímos que había mil estatuas de Buda. 

Las cuevas no eran muy grandes, tenían 50m de profundidad, y en algunas zonas estaban oscuras y utilizamos la linterna. La historia de las cuevas se remontaba a más de trescientos años. La segunda cueva, con un muro blanco almenado en la entrada, nos gustó más. 


En la escalinata unas mujeres vendían coronas de flores y arroz envuelto en hojas de plátano, en forma de cucurucho, para hacer ofrendas. Desde arriba se veían las barcazas alargadas en el embarcadero y el gran río Mekong. Al irnos de las cuevas vi la silueta de un Buda, que con las manos extendidas parecía despedirnos. 


viernes, 29 de abril de 2011

EL TORTUGUERO

Al Tortuguero solo se podía llegar en barca o en avión por un pequeño aeropuerto. En el embarcadero de La Pavona cogimos una barca entoldada con otras veinte personas, ticos y guiris. El trayecto duró dos horas y fue una maravilla, atravesando el bosque tropical húmedo. El río Suerte llevaba poca agua y varias veces el casco tocó el lecho arenoso. Uno de los boteros impulsaba con una pértiga, y otros bajaron a empujar. Las aguas eran marrón chocolate y arrastraban hojas, ramas y algunos troncos sobre los que crecían plantas. La vegetación en las orillas era frondosa. 




El Tortuguero nos pareció un pueblo tranquilo y aislado, en la costa Atlántica de Costa Rica. Su calle principal estaba encajada entre el mar Caribe y el río Tortuguero. Las casas eran de planta baja, pintadas de colores azul cielo, verde manzana o amarillo. Tenía raíces afrocaribeñas que se reflejaban en la población. La playa era bastante salvaje, con palmeras y arena negra. El Mar Caribe tenía bastante oleaje y se veían las crestas de espuma blanca. Nos bañamos y comprobamos la fuerte resaca.

El Parque Nacional Tortuguero abarcaba la costa, con senderos en el bosque tropical y canales fluviales. Era uno de los lugares más importantes de desove de la tortuga verde y la tortuga laúd. 

Cogimos un bote de remo, sin motor, para navegar por el río Tortuguero, Caño Chiquero y Caño Mora. Fue un placer deslizarse por las aguas tranquilas de los canales en medio del silencio, solo roto por los sonidos de la jungla. Por todas partes había heliconias, las plantas rojas.

Mariposas morpho azules revoloteaban por los canales. El más estrecho era Caño Mora con 3km de largo y 10m de ancho. Vimos la entrada del Caño Harold, reservado para las embarcaciones a motor, y por eso mismo con menos posibilidades de ver vida animal por el ruido.






Vimos varios tipos de aves: la garza tigre juvenil, la aniaga o la oropéndola Montezuma. También monos Congo agitando las altas ramas de los árboles. Comían 10% frutos y 90% de hojas. En el Parque había otros dos tipos de monos, los monos araña y los monos carablanca o capuchinos. Vivían en grupos de 15 a 20 ejemplares. Vimos un basilisco verde con su cresta, intentando pasar desapercibido entre las hojas.




Encontramos varios caimanes. No eran tan grandes como otros de sus primos, como los cocodrilos australianos, pero no dejaban de impresionar. No solía ser peligrosos; se alimentaban de peces, anfibios y otros animales. Flotaban por la superficie del agua apenas unos centímetros y se distinguía su lomo, la cabeza con el ojo atento, y la mandíbula dispuesta a abrirse en cualquier momento. Alguno de ellos se volteó al acercarnos, y oímos el chapoteo en el agua de otros. Después de tres horas navegando en el bote de remos contemplando la naturaleza exuberante, regresamos a El Tortuguero.

Contratamos una excursión para ver a las tortugas. Partimos a las diez de la noche con Roberto, nuestro guía, y otras cuatro personas. Caminamos por la playa en total oscuridad, no había luna y apenas distinguíamos algún tronco en la arena. Roberto llevaba una linterna de luz roja, pero apenas la encendió. Caminamos a buen paso durante una hora sin ver ninguna tortuga hasta llegar al aeropuerto. Allí nos sentamos en un tronco para escuchar a Roberto. 

La excursión no garantizaba ver tortugas, eran sinceros. La mejor época para ver a la tortuga verde era julio y agosto. Pero en abril y mayo desovaba la tortuga laúd, la mayor del mundo, que podía llegar a medir 2m y pesar 500kg. Nos explicó que la mayoría de las tortugas hembra comparten un instinto que las hace volver a la playa en que nacieron para poner sus huevos. Anidan cada dos o tres años y, en función de las especies, pueden volver a la costa a poner huevos hasta diez veces en una temporada.

Emprendimos el camino de regreso pensando que ya no las veríamos. Estábamos un poco decepcionados y, de repente Roberto se agachó y se quedó inmóvil. Había visto una tortuga laúd enorme. Medía 1,6m y pesaba 400kg. La iluminó brevemente con su linterna de tenue luz roja, y nos situamos a su espalda. El caparazón y la cabeza eran muy grandes, con papada, ojos llorosos por la irritación de la sal, y llena de motas blancas. La cola terminaba en pico, y con las aletas excavaba un hoyo circular en la arena. La arena que echaba hacia atrás llegó a mis piernas. 

Nos contaron que cada tortuga depositaba de 80 a 120 huevos. Luego los cubrían con la arena para protegerlos, e incluso podían llegar a crear un falso nido en otro lugar para confundir a los depredadores. El periodo de incubación variaba de 45 a 70 días, después las crías rompían los huevos con la ayuda de unos dientes temporales y se dirigían al océano en pequeños grupos, moviéndose lo más rápido posible para evitar la deshidratación y los depredadores. Una vez llegan al mar, aún tenían que nadar un mínimo de 24 horas para alcanzar aguas profundas. Fue fantástico contemplar a la tortuga en su entorno natural.

Foto cortesía de Google



jueves, 28 de abril de 2011

MANZANILLO, PURA VIDA

“Pura vida” es la expresión que más escuchamos en nuestro recorrido por Costa Rica. Un país que es pura naturaleza, pura vegetación tropical, puro verde por todas partes. Un país que tiene protegido gran parte de su territorio en Parques Nacionales y reservas de fauna y flora. Han apostado por la ecología porque saben que es su riqueza y su futuro.


Manzanillo es un tranquilo pueblecito de unos seiscientos habitantes, en la costa Atlántica, bañado por las aguas del Caribe. Las guías lo definían como un vivo reducto de cultura afro-caribeña, que se refleja en las pieles canelas o negras de sus pobladores, en los peinados de trencitas rastas, en la cocina y en la música, entre otras cosas. También decían que era la playa más fotogénica de la costa caribeña. Las imágenes son de Punta Manzanillo, una cala semicircular con una gran roca horadada en el mar. La playa de arena dorada estaba repleta de palmeras, cientos de ellas en una ancha franja. 



Caminamos por un sendero interior paralelo al mar. Pisábamos raíces de grandes árboles, troncos y hojarasca caída, que con su putrefacción contribuía a alimentar la selva tropical. Íbamos totalmente solos. Con el calor y la humedad fuimos alternando baños y tramos por la arena con tramos por el sendero interior. A ratos se oía el alboroto inquietante de los monos aulladores, que llaman congos. Otras veces oíamos cantos de aves, el concierto de los insectos y crujidos de ramas. Varios animales salieron a nuestro encuentro. Hasta el paseo por la carretera era como hacer una excursión, por la densa vegetación y naturaleza exuberante.

Paseamos hacia Punta Uva, el lado izquierdo del pueblo. En aquella zona había más oleaje y más corrientes, y advertían de los peligros de la resaca, no aconsejaban el baño. Nos alojamos en unas cabañas rodeadas de jardines tropicales con plantas y flores entre las que revoloteaban colibrís. Un lugar precioso.

Esa fue una de las etapas del viaje por la preciosa Costa Rica. Pura naturaleza, pura vida, pura gente.