“Pura vida”
es la expresión que más escuchamos en nuestro recorrido por Costa Rica.
Un país que es pura naturaleza, pura vegetación tropical, puro verde por todas
partes. Un país que tiene protegido gran parte de su territorio en Parques
Nacionales y reservas de fauna y flora. Han apostado por la ecología porque
saben que es su riqueza y su futuro.
Manzanillo
es un tranquilo pueblecito de unos seiscientos habitantes, en la costa
Atlántica, bañado por las aguas del Caribe. Las guías lo definían como un
vivo reducto de cultura afro-caribeña, que se refleja en las pieles canelas
o negras de sus pobladores, en los peinados de trencitas rastas, en la cocina y
en la música, entre otras cosas. También decían que era la playa más fotogénica
de la costa caribeña. Las imágenes son de Punta Manzanillo, una cala
semicircular con una gran roca horadada en el mar. La playa de arena dorada
estaba repleta de palmeras, cientos de ellas en una ancha franja.
Caminamos por un sendero
interior paralelo al mar. Pisábamos raíces de grandes árboles, troncos y
hojarasca caída, que con su putrefacción contribuía a alimentar la selva
tropical. Íbamos totalmente solos. Con el calor y la humedad fuimos alternando
baños y tramos por la arena con tramos por el sendero interior. A ratos se oía
el alboroto inquietante de los monos aulladores, que llaman congos.
Otras veces oíamos cantos de aves, el concierto de los insectos y crujidos de
ramas. Varios animales salieron a nuestro encuentro. Hasta el paseo por la
carretera era como hacer una excursión, por la densa vegetación y naturaleza
exuberante.
Paseamos hacia Punta Uva, el lado izquierdo del pueblo. En aquella zona había más oleaje y más corrientes, y advertían de los peligros de la resaca, no aconsejaban el baño. Nos alojamos en unas cabañas rodeadas de jardines tropicales con plantas y flores entre las que revoloteaban colibrís. Un lugar precioso.
Esa fue una de las etapas
del viaje por la preciosa Costa Rica. Pura naturaleza, pura vida, pura gente.