viernes, 20 de enero de 2017
DJIBOUTI, LA LLEGADA
jueves, 28 de abril de 2016
LA HABANA VIEJA
Resumir los atractivos de La Habana es una difícil tarea, pero intentaré describir algunos de ellos. Nos alojamos en la céntrica calle Campanilla y salimos a explorar la ciudad. En la Plaza Vieja los edificios eran imponentes y tenían grandes arcos en sus fachadas, con vidrieras de colores sobre puertas y ventanas. el barroco convivía con detalles art noveau
Había fachadas pintadas de
amarillo y azul. En una esquina estaba el Palacio Cueto, decían que de estilo
gaudiniano, en proceso de restauración. En otro edificio cercano había una
escuela y los niños hacían ejercicio y correteaban por la plaza.
En la Plaza de
Armas había un edificio imponente, el Palacio del Segundo Cabo de
1772, que albergaba una librería y el Gabinete de Arqueología. Junto a él
estaba el Castillo de la Real Fuerza del s.XVI, una de las fortalezas
más antiguas de toda América, con un patio con cañones y un gran foso de aguas
verdes. Vimos el Templete donde se celebró la primera misa, bajo una ceiba. La
plaza era un mercado de libros de segunda mano.
Continuamos por la calle peatonal del Obispo, con galerías de artes, comercios y bares musicales. En una esquina estaba el mítico Hotel Ambos Mundos, que fue refugio de Hemingway. Estaba restaurado en rosa, y con piano bar, la música se escuchaba desde la calle.
Otra de las calles peatonales adoquinadas era Mercaderes, con museos, tiendas y restaurantes con bonitos patios interiores. Y otro hotel histórico era el Hotel Inglaterra, de fachada blanca. Cerca estaba el Bar Floridita, donde el escritor tomó sus tragos, y la Bodeguita del Medio, con mucho ambiente. La Habana tenía muchos bares y restaurantes con solera y rincones para descubrir.
La Plaza de la
Catedral, presidida por la Catedral de San Cristóbal del s.XVIII. Era
asimétrica, con dos torres desiguales, de estilo barroco y de interior clásico,
con copias de cuadros de Murillo y Rubens. Subimos a la torre para
contemplar las vistas panorámicas de La Habana. Tejadillos de rojas tejas,
agujas de iglesias y cúpulas, y la figura del Capitolio emergiendo entre los
edificios. El Capitolio Nacional se construyó por el boom del azúcar
tras la II Guerra Mundial y era similar al de Washington, pero más alto y rico
en detalles.
Cerca estaba el Gran
Teatro de la Habana, que fue el Centro Gallego, un edificio
espléndido y de dimensiones colosales, con torres coronadas por estatuas. El
Museo Nacional de Bellas Artes, que fue el Centro Asturiano en su origen, era
de estilo barroco y piedra blanca, y también impresionante. Los emigrantes construyeron
fuera de su tierra edificios magníficos.
Frente al Teatro esperaban una colección de coches antiguos deslumbrantes. Eran modelos americanos de
Chevrolet, Ford, Dodge, Plymoyh, Pontiac…La mayoría eran descapotables y de colores
rojo, rosa, azul o naranja. Se utilizaban de taxi para los turistas. Ver aquellos
estilizados y coloridos descapotables en las viejas calles de La Habana era un
espectáculo de película.
Otro día
recorrimos el barrio residencial El Vedado, y el barrio Chino. La
ciudad tenía muchos otros museos y muchos eran gratuitos: el de Arte Colonial,
ubicado en el bonito Palacio de los Condes de Bayona, el del Ron Bacardí, el Numismático,
la Casa Guayasimín, el Museo de Méjico, la Casa Obrapía, donde vivió el escritor
Alejo Carpentier o la Casa África.
Y en los atardeceres paseamos por El Malecón, el mítico paseo marítimo de 8km de largo, el punto de encuentro tradicional de los cubanos. Al atardecer coincidían pescadores de caña, familias, parejas y grupos de amigos, paseantes contemplando el Atlántico. Empezamos el recorrido desde el Castillo de San Salvador de la Punta hasta la Embajada Americana.
El mar estaba tranquilo y pequeñas olas rompían contra el cemento
desgastado de la parte baja del malecón. El paseo era tal y como habíamos visto
tantas veces en fotos, sin árboles, flanqueado por fachadas con porches
de colores pastel bastante desgastadas, que miraban al mar.
viernes, 8 de abril de 2016
GIBARA, CUEVAS Y CINE
Cerca de Guardalavaca estaba Gibara. Era una ciudad agradable en la costa norte cubana, con una bonita bahía, edificios coloniales con porches, y el mar al final de cada calle. El huracán Ike casi la borró del mapa en el 2000, y cuando fuimos todavía quedaban huellas de la destrucción. El topónimo procedía de “jiba”, el nombre indígena de un arbusto del lugar. Fue la ciudad natal del escritor Guillermo Cabrera Infante.
La ciudad fue una importante ciudad exportadora de azúcar, conectada a Holguin, la capital provincial por un ferrocarril. Con la construcción de la carretera central en la década de 1920, Gibara perdió importancia mercantil y cayó en un profundo letargo. Así la describía la guía. Pero eventos como el Festival de Cine Pobre, impulsado por el actor Jorge Perugorría, y actividades como competiciones de escalada o espeleología, le daban vida.
El ambiente de las
calles era tranquilo, y la gente tomaba el fresco en la puerta de casa,
sentados en hamacas. Se veía algún Chevrolet antiguo, como en toda Cuba. Estuvimos
alojados en Las Hermanas, una preciosa casa familiar de techos altos, ventanas
con rejas, suelos de mosaicos, mobiliario antiguo y patio con plantas.
Allí contactamos
con Darwin, un bonito y simbólico nombre para un guía. Con él visitamos la Caverna
del Panadero. La cueva estaba cercana al pueblo. Al poco de entrar
encontramos luz natural proveniente de un agujero en el techo de la cueva; se
llamaban dolinas y eran un sistema de refrigeración. Había siete dolinas
en aquella cueva. Caminamos con el casco y las linternas viendo estalactitas,
estalagmitas y formaciones curiosas como tentáculos de pulpo o lava derretida.
Vimos murciélagos apiñados en el techo, que revoloteaban al iluminarlos. Comían flores y semillas que cogían del exterior. Las semillas que caían al suelo germinaban en algún brote de hojas blancas al no tener clorofila sin la luz, y hojas verdes cerca de la entrada.
La cueva tenía
cuatro niveles de profundidad y bajamos hasta el cuarto, unos 150m bajo la
colina. Allí estaba el lago subterráneo, como una piscina de aguas verdes transparentes. El baño fue de lo más refrescante y extraño. Las estalactitas se
reflejaban en el agua calma como en un espejo. En la cueva había una gran
sala natural, donde se proyectaban películas del Festival de Cine de las
Cavernas. Otra curiosidad.
lunes, 4 de abril de 2016
SANTIAGO Y LAS TROVAS
La ciudad de Santiago estaba situada entre la Sierra Maestra y el mar Caribe, en la montañosa región cubana del Oriente, la provincia más caribeña de todas. Tenía influencias de Haití, Jamaica, Barbados y África. Fue núcleo de la colonia española entre s.XVI y XVII, y durante un periodo fue capital hasta que la sustituyó La Habana en 1607.
El Castillo San Pedro de la Roca del Morro, abreviado Castillo del Morro, se levantaba imponente ante las azules aguas del mar Caribe. Se construyó para proteger la ciudad de los ataques de los piratas. Su construcción tardó 70 años y finalizó en 1700. Los muros eran altísimos. Cruzamos el puente sobre el foso y entramos en sus dependencias convertidas en Museo de la Piratería
Algunas salas habían sido cárceles de revolucionarios. Otras salas estaban dedicadas a las armas y a la batalla naval con los americanos, cuando los españoles perdieron Cuba en 1898. Muy interesante.
En la Plaza de la Catedral estaba la Casa de Diego Velázquez, la más antigua de Cuba, del s.XVI. Su fachada era de estilo andaluz con celosías de madera oscura, balcones y un gran portalón. Fue residencia del Primer Gobernador de la isla. Conservaba el mobiliario antiguo con arcones, escritorios y armarios. Tenía una bonita cocina con ánforas y tinajas para las limonadas que preparaban. Los patios interiores también eran bonitos, con un pozo y plantas.
La Catedral
había sido dañada y destruida por los piratas y terremotos. La actual se
completó en 1922. Tenía dos torres neoclásicas, el exterior estaba pintado de
blanco y azul, con murales en los arcos interiores.
Frente a la Catedral estaba el hotel histórico Casa Grande. En él se alojó Graham Greene en la década de 1950, en una misión clandestina para entrevistar a Fidel Castro. Era un edificio blanco con grandes arcos y toldos, con vistas a la plaza.
Los edificios coloniales estaban pintados de colores pastel y tenían porches. Por las calles se veían calesas tiradas por caballos.
Visitamos el Museo Bacardí de imponente fachada
con frontispicio triangular y altas columnas. Tenía varias plantas dedicadas a
la pintura, la historia y la antropología. Bacardí fue alcalde de Santiago, se
exhibían sus objetos personales (espejuelos, cartera, cartas manuscritas,
libros…). La planta de historia estaba dedicada a la época en la que Fidel
entró en la ciudad procedente de Sierra Maestra y proclamó el éxito de la
Revolución. Había objetos personales de los revolucionarios, su biografía y sus
frases más conocidas, con un vídeo con imágenes de la época.
La planta dedicada a la Antropología exhibía objetos de los indios precolombinos, una cabeza reducida de los shuar (explicando el proceso para reducirla) y varias momias, una de ellas traída por Bacardí y su esposa. Todo muy entretenido e interesante.
Paseamos por la
calle Enramadas, y por el Parque Alameda. Luego fuimos al barrio
Tívoli, el antiguo barrio francés, el asentamiento de los antiguos colonos
que llegaron procedentes de Haití a finales del s. XVII y principios del s.
XIX. Estaba en una colina y las casas eran sencillas, de planta baja.
Vimos la casa donde vivió Fidel, el número 6 de una casa amarilla con porche. Fidel vino a los 8 años a vivir allí con su tía que era maestra, y estudió interno en el colegio La Salle de los Jesuitas, que se veía a lo lejos. Frente a la casa estaba el Museo de la Lucha Clandestina, dedicado a la lucha clandestina contra Batista.
Seguimos paseando por el Tívoli hasta llegar al Balcón de Velázquez, un mirador con vistas del barrio.
Santiago fue cuna
de casi todos los géneros musicales cubanos surgidos en sus calles, desde la
salsa hasta el son. En la calle Heredia había varios locales de trova, la
música cubana con letras poéticas, que surgió después de la revolución. Decían
que la calle era una de las más pintorescas y vibrantes, como Nueva Orleans en
la época de auge jazzístico. La música estaba presente en toda la ciudad, en muchos locales y en los pequeños restaurantes. Uno de los lugares más emblemáticos era la Casa de la Trova, donde
escuchamos música en directo. Era un grupo de seis cubanos con tres
guitarras, un bajo, un tambor y el vocalista principal con maracas.
El local estaba repleto de fotos de cantantes y grupos por las paredes, muy abigarrado. Los grandes ventanales con rejas estaban abiertos a la calle y la gente se paraba a escuchar. Algunos espectadores cubanos se animaron a bailar, moviendo hombros, cintura y cadera, en una demostración de ritmo imposible de superar. Todo un espectáculo para gozar.