Mostrando entradas con la etiqueta rayas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta rayas. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de febrero de 2017

LA ISLA MOUCHA



Junto a la costa de Djibouti, estaba la pequeña Isla Moucha, a media hora en barca desde la capital. Era una agradable excursión de fin de semana para los escasos turistas y las familias francesas que residían allí. La infraestructura en la isla en la época que fuimos era cero. Ningún hotel ni ningún restaurante o bar. Tenías que llevar tus propias bebidas y víveres para pasar el día. 

Fuimos al Muelle de Pescadores que estaba muy ambientado. Algunos vendían pescado fresco, como dos grandes rayas. Otros compraban khat a horas tempranas, tal vez por ser viernes, día festivo. Contratamos una barca sencilla, sin toldillo, blanca por fuera y azul por dentro. El mar estaba azul y muy calmado, la superficie totalmente lisa. Hacía calor y agradecimos la brisa al navegar. Fue un trayecto corto, de media hora.



La Isla Moucha era una franja de arena dorada con algunos arbustos. El mar tenía tonos azul verdosos y era translúcido. Una buena zona para hacer buceo con tubo, aunque se conservaban pocos corales. No era de las playas más bonitas que habíamos visto pero tenía encanto. Había varias barcas ancladas que había llevado a familias francesas residentes a pasar el día o el fin de semana. Traían sus neveras y víveres, y hacían barbacoas de pescado. Los que se quedaban a dormir tenían tiendas y carpas con colchonetas, no había infraestructura. 



Nos instalamos en el pareo a la sombra de una roca que formaba una pequeña gruta. En seguida nos dimos un buen baño. El agua estaba deliciosa y tenía tonalidades verde esmeralda. Se veían los corales más oscuros. Curioseamos un poco por la isla, que tenía rincones bastante fotogénicos, y permanecimos en remojo como garbanzos casi todo el tiempo. En un cobertizo con mesa de picnic tomamos nuestros víveres, y tras el último baño regresamos al bote y a Djibouti. Aquellas eran las escapadas de fin de semana de los militares y familias francesas que residían en Yibuti. Nos imaginábamos su vida allí, no sería fácil, sobre todo en los meses de verano cuando la temperatura alcanzaba los 45º a la sombra (hasta 60º en ocasiones). Eso había hecho al país merecedor del sobrenombre de “el infierno”. Pero habíamos ido en una buena época, el invierno africano, con máximas de 30º y mínimas de 22º. Para nosotros Djibouti no fue ningún infierno; al contrario, disfrutamos de su gente y sus paisajes, el país tenía mucho que ofrecer.




© Copyright 2017 Nuria Millet Gallego

jueves, 20 de febrero de 2003

BUCEO EN CAYO CAULKER


Desde Flores, en Guatemala, cogimos un autobús hacia Belize. Atravesamos la capital, Belmopan, de casas de dos plantas. Luego llegamos a Belize City y desde allí cogimos una barca hasta Cayo Caulker, un trayecto de unos 45 minutos. 

Los Cayos eran islas dentro de la barrera del arrecife. Al llegar a la playa se veían a lo lejos las crestas de espuma y se oía el rugido de las olas. El color del Mar Caribe era muy bonito, alternando franjas de verde y azul turquesa. Nos alojamos en los bungalows de Ignacio, un hippie de la isla. Los bungalows pintados de lila, eran palafitos frente al mar, entre palmeras. Compartimos el bungalow con otro inquilino, una iguana de casi dos palmos. Salía a tomar el sol en los tablones del porche y huía cuando nos acercábamos demasiado.


Las palmeras inclinaban sus troncos hacia el mar. En la playa habían construido varios embarcaderos, ya que la marea baja dificultaba el acceso de las embarcaciones. Nos bañamos junto al muelle principal. Cerca había grupos de pelícanos, bañándose como nosotros en el mar. En primera línea de playa había un cementerio, con las mejores vistas para la eternidad. 

El pueblo de Cayo Caulker estaba formado básicamente por dos calles paralelas. Eran calles de arena, sin pavimentar, y los únicos vehículos eran bicicletas y buggies eléctricos y silenciosos. Había pocos buggies y no molestaban. Unos cuantos bares y restaurantes, algún supermercado y un banco. Algunos hablaban español con acento cubano. Había población negra y bastantes rastafaris con su estilo inconfundible, con las gorras coloridas abultadas por las trenzas.


Al día siguiente contratamos una excursión en el chiringuito de Carlos Ayala, para hacer buceo en el Parque de los Corales. Alquilamos las aletas y las máscaras. Fuimos en una lancha unas doce personas, con Carlos y Oswaldo, un chileno de larga melena que le ayudaba. Hicimos dos inmersiones por la mañana, nos dejaron una hora para comer en Cayo San Pedro, y por la tarde hicimos la última inmersión. 

Nada más sumergirnos vimos grandes tortugas marinas cerca de nosotros. Flotaban ligeras en el agua con su gran caparazón, moviendo la cabeza y las aletas. También vimos varias rayas de color gris oscuro, con su afilada cola y movimientos ondulantes. Casi siempre iban en parejas, una estaba camuflada, semienterrada en la arena blanca del fondo. Tuvimos la suerte de ver una raya águila, tal vez un poco más ancha y con manchas en su piel.




Hubo momentos en que estábamos rodeados de grandes peces que se cruzaban entre nuestras piernas. Vimos peces trompeta alargados, otros amarillos, rayados, azul eléctrico y el pez rainbow, con todos los colores del arco iris. Cerca nadaba un pequeño tiburón con las aletas dorsales, se perdió en el límite del abismo de la barrera de coral. A veces íbamos nadando bordeando el límite de ese abismo, envueltos en ese silencio acústico que siempre nos impresionaba.  Si sacabas la cabeza fuera del agua, oías el rugido de las olas cuando rompían en el arrecife. Hicimos las fotos con una cámara submarina desechable de Fotoprix. Fue un gran snorkel.




Entre los corales vimos corales tubulares como dedos que se movían con la corriente, de color verde claro, corales ramificados (como uno que llamaban “abanico real” de color lila) y los corales con surcos en forma de laberintos. También había plantas acuáticas en el fondo arenoso, las praderas de posidonia submarina


Javier persiguiendo peces azules



Después de la primera inmersión hicimos una parada en Cayo San Pedro. Era la “isla bonita” de la canción de Madonna. Era más grande y urbanizada que Cayo Caulker, con más hoteles, bares y restaurantes. Y bastante más caro. Como lo habíamos leído, llevábamos víveres en la mochila. También vimos pelícanos por allí. Nos tumbamos en el pareo a la sombra de una palmera y contemplamos del mar verdeazulado. 

Regresamos a Cayo Caulker contentos y cansados. Nos duchamos en el bungalow lila y cenamos en “The poorman” pescado al grill con fríjoles y puré de papas con ajito. Al día siguiente partimos hacia Punta Gorda, en el extremo sur, para cruzar de nuevo a Guatemala. Fue una breve incursión en Belize, de un par de días, pero la disfrutamos.









Viaje y fotos realizados en 2003