Durante el día la
mayoría de las barcas permanecían varadas en las orillas del Lago Malawi, los pescadores dormían o
descansaban unas horas, siempre escasas, y las redes se extendían en la arena,
en espera. Al atardecer algunos recosían
las redes con paciencia y empezaban a preparar los faroles que iluminarían
la pesca nocturna.
El Lago Malawi tenía
unas 500 especies de peces, 350 de ellos eran únicos en el lago. El pescado que
ofrecían en los restaurantes era el Kampango
(el pez gato) y el Chambo (parecido
al pargo o dorada). Pero más populares eran las usipas, parecidas a nuestros boquerones, y las utakas, similares a nuestras sardinas, eran la base de su
alimentación, acompañados de nsima,
unas gachas de maíz espesas.
Vimos el regreso de los
pescadores y hablamos con ellos, interesándonos por su trabajo y su vida. Tras la
pesca y a falta de cámaras frigoríficas,
preparaban hogueras para hervir el
pescado en grandes calderos. Después lo colocaban en secaderos en esteras altas en la misma playa, junto a sus cabañas.
Otros se encargaban de voltear los pequeños peces plateados
ayudándose con machetes. Un hombre joven nos dijo que ellos no pescaban, eran
intermediarios, compraban la captura
a los pescadores y se ocupaban de secarlo en aquel proceso laborioso, y de transportarlo a los mercados de la
capital y otros lugares. Así los
pescadores podían dormir y descansar tendidos en sus chamizos de la playa, y
recoser sus redes. Pero pagaban un precio a los intermediarios.
Mientras cenábamos unos
sabrosos kampango y chambo, vimos en el horizonte de la
noche oscura una larga hilera de luces alineadas. Eran los faroles de los
pescadores, faenando. Y contemplando aquellas luces, el pescado de agua dulce nos
supo diferente.
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Nuria Millet Gallego