martes, 1 de noviembre de 2016
EL VALLE DE FERGANA
jueves, 21 de abril de 2016
LOS VALLES DE VIÑALES Y DEL SILENCIO
Desde el pueblo de Viñales cogimos un bus turístico que hacía varias paradas por el Valle de Viñales. El Mirador del Hotel Los Jazmines ofrecía las mejores vistas panorámicas del Valle y los mogotes, formaciones rocosas redondeadas, que parecían el lomo de un elefante.
Paramos en el Mural
de la Prehistoria, pintado en la ladera del mogote Pita. Era un inmenso
mural con caracoles, dinosaurios, monstruos marinos y seres humanos, que
simbolizaban la teoría de la evolución. Era bastante colorista, sobre la piedra
gris y me pareció psicodélico. Leímos que fue diseñada en 1961 por Leovigildo
González Murillo, discípulo del artista mexicano Diego Rivera. La idea fue
concebida por Celia Sanchez, Aliosa Alonso y Antonio Nuñez Jiménez. La obra fue
llevada a cabo por 18 personas durante 4 años. Una curiosidad.
Visitamos la Cueva del Indio. Bajamos unas escaleras en la gruta y después de un corto recorrido iluminado, cogimos una lancha motora por el río subterráneo de aguas verdes y que atravesaba la cueva.
La Casa del
Veguero era un secadero de tabaco, con las hojas marrones colgando de los
palos. Allí nos mostraron como envolvían los habanos con tres hojas: una para
la combustión, otra para el sabor y otra para el aroma. Antes les extraían el
nervio central de la hoja con un machete. Todo lo que sobraba se convertía en
picadura para los cigarrillos.
Nos contaron que la
fermentación al aire libre era de 90 días, luego se metía en grandes pacas y
fermentaba en tres años. El 80% de la producción se lo quedaba el gobierno, y
el 20% era para los productores para la venta particular. El guajiro que nos lo
explicó era un campesino moreno y curtido, con sombrero.
Al día siguiente
hicimos una excursión por el Valle del Silencio, una caminata de unas
cuatro horas acabando con un baño en un lago. Paramos en una granja
productora de café y nos explicaron el proceso de elaboración. Después de
la recolección del grano lo dejaban secar, lo aventaban, separaban la cáscara y
lo molían. Allí tomamos un guarapo, el zumo de caña de azúcar, al que se
podía añadir zumo de piña y ron para rebajar el dulzor.
En el lago había
algunos nenúfares flotantes. Nos dimos un buen baño, el agua no estaba
demasiado fría. Los mogotes rocosos nos rodeaban en el camino, tapizados de verde
vegetación. Subimos a un mirador para contemplar las vistas. Entre el verde de
árboles y palmeras había claros de tierra roja, con las cabañas de los
secaderos de tabaco y ganado pastando.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
BAJO EL GLACIAR
viernes, 17 de octubre de 2008
EL TREN NARIZ DEL DIABLO
Dormimos en Riobamba y a las siete
de la mañana ya estábamos montados en el Tren Nariz del Diablo. El tren
tenía cuatro vagones de carga, de hierro rojo oxidado y dos vagones de
pasajeros, bastante destartalados. Nos dijeron bromeando que la máquina de
vapor solo la sacaban una vez al año. La máquina de nuestro tren era Diesel.
También nos comentaron que habíamos tenido suerte porque el tren había estado
parado durante cuatro meses, por problemas de derrumbe del terreno y
mantenimiento del trayecto de las vías.
El recorrido Riobamba-Alausí-Simbamba-Alausí duraba unas cinco horas. Lo típico era hacer el trayecto subidos en el techo del tren para contemplar mejor las vistas, y eso hicimos. Alquilamos una almohadilla por un dólar y encontramos un hueco entre los otros guiris. No había más ecuatorianos que los pocos que hacían turismo por su propio país. Una barandilla metálica en el extremo permitía apoyar los pies o la espalda. Los vaivenes y el movimiento del tren casi se notaban más en el vagón.
A la hora de partir de Riobamba el tren
paró bruscamente. Se había producido un derrumbe del terreno, y un
montón de ramas y barro cortaban el camino de las vías. Dos operarios fueron a
inspeccionar la parte delantera. Nos enteramos de que no disponían de palas y
fueron a buscarlas no sé dónde. Desengancharon la máquina para intentar
desplazar el barro, cavaron y tardaron casi una hora en limpiar las vías.
Mientras todos los pasajeros nos movíamos, hacíamos fotos y comentábamos la
situación. Decían que los derrumbes y descarrilamientos eran habituales y
formaban parte de la diversión. Por lo menos no descarrilamos.
Entablé conversación con un ecuatoriano que vivía en Nueva York. Era un señor mayor jubilado. Me contó que su hijo trabajaba en el servicio secreto, y habló del impacto de los atentados del 11-S.
Tras la reparación de la vía reanudamos la
marcha. El día estaba grisáceo, pero era bonito el paisaje de valles cultivados, un mosaico de diferentes
tonalidades verdes, con el río al fondo. Se veían algunas ovejas y vacas. En Guamote,
junto a las vías había pequeños puestos que ofrecían comida y textiles. Las vendedoras
eran mujeres con la vestimenta tradicional: ponchos, las faldas de volantes que
llaman polleras y sombreros negros. Tenían largas trenzas, peinadas en dos o
una sola trenza.
Cruzamos el río por varios puentes de aspecto destartalados que emitían grandes ruidos al atravesarlos. En poco tiempo el tren llego a la llamada Nariz del Diablo, una montaña aislada en el valle, cuyo perfil se recortaba contra el cielo. Allí el tren cambió de sentido en un bucle. Pero antes nos dejaron bajar un rato por allí. No había ninguna población. El fin del trayecto era la Nariz del Diablo, y luego el tren regresó a Alausí. Fue un recorrido y un paisaje para recordar en nuestro viaje a Ecuador.