Había amanecido con sol
y despejado, excepto algunas brumas alrededor de las montañas. Las torres
defensivas del valle de Mestia se veían imponentes, recortándose contra el
cielo azul. Se distinguían los picos nevados del monte Dalaqora hacia donde nos dirigíamos; formaba parte de la cordillera del Cáucaso, que separa
Europa de Asia. Las laderas estaban repletas de bosques con algunos claros
color verde esmeralda.
La ruta era hacia el Glaciar Chaaladi. Íbamos a ascender
desde los 1490m. del punto de inicio hasta 1920m. Casi cuatrocientos treinta
metros. A las dos horas de caminata llegamos al puente colgante sobre el río
Mestiachala. Era de madera y de hierro oxidado. El río bajaba con fuerza,
habíamos caminado paralelos a él, y sus aguas eran de un azul blanquecino. A la
altura del puente se formaba un cañón natural.
La ascensión había sido
bastante gradual, pero el último tramo fue el más empinado. Además era una
pedrera que se hizo un poco pesada. Finalmente llegamos al pie del Glaciar
Chaaladi. De las cumbres nevadas bajaba una lengua blanca que a nuestra altura
se convertía en una morrena terrosa que arrastraba piedras.
El río surgía de una
cueva bajo el glaciar, y hasta allí llegamos. Las paredes de la cueva era
grueso hielo blanco con vetas verdosas. Nos acercamos a tocarlas. En algunas
zonas el hielo goteaba derritiéndose bajo el sol y formando una ducha natural.
Nos sentamos en las rocas a descansar, a comer las provisiones que llevábamos,
y a contemplar el glaciar y el paisaje del valle entre cumbres nevadas. Un
paisaje para guardar en la memoria.
Después de ocho horas
de excursión la cena que nos preparó Tamila, nuestra anfitriona, fue
espléndida. Una muestra de cocina tradicional georgiana: sopa con pasta y carne
berenjenas guisadas, col preparada con salsa y ensalada de pepino y tomate. Y todos
los platos servidos a la vez, en una mesa muy apetecible y colorida.
© Copyright 2014 Nuria Millet
Gallego