miércoles, 13 de abril de 2016

GUARDALAVACA Y OTRAS PLAYAS CUBANAS

 

Como resistirse a visitar un lugar llamado Guardalavaca. El nombre nos llamó la atención y fuimos para allá. Además leímos en la guía que Colón describió aquel tramo de la costa como el lugar más hermoso en el que se habían posado sus ojos, con playas tropicales, frondosas colinas verdes y arrecifes coralinos con abundante vida marina. Guardalavaca era más extenso que Varadero y menos aislado que Cayo Coco. 



El arrecife estaba a 200m de la costa y había 32 enclaves de buceo accesibles en barco, con grutas, pecios y formaciones coralinas. Una descripción atractiva.

La playa tenía arena blanca fina, palmeras, arbustos casuarinas y mar verde azul translúcido. Nos instalamos con el pareo a la sombra de uno de los arbustos de tronco retorcido. El baño refrescante en aquellas aguas transparentes fue una delicia. Había algunas familias cubanas bañándose y haciendo picnic bajo los árboles. En el pasado los cubanos no tenían permitida la entrada a Guardalavaca.

Al día siguiente fuimos a Playa Esmeralda y Playa Pesquero, que estaban adyacentes. Fuimos en guagua, el bus que conectaba las playas por 5 pesos. Playa Pesquero no era más bonita que Guardalavaca, y tenía más gente, más hamacas y más parasoles de cañizo. 

Playa Esmeralda nos enamoró. Sus aguas tenían ese color esmeralda o verde turquesa. Las familias hacían picnic instaladas bajo la sombra de los árboles, con sillas y tumbonas. Comían, bebían, dormían la siesta y pasaban el día allí.

Desde Camagüey fuimos a Playa Santa Lucía, otra de nuestras favoritas. Era una playa larga con algas. Nos dijeron que antes las limpiaban, pero ya no se hacía por motivos ecológicos. Cubría poco y en algunos lugares las algas dejaban un claro circular, como una piscina. Hicimos buceo con tubo en la zona de corales. Salimos en un pequeño catamarán.

El buceo en Playa Santa Lucía fue fantástico. Los peces más abundantes eran amarillos con franjas negras y verdes con la cola azul. Vimos estrellas de mar y corales. Había corales lilas ramificados o en abanico, corales de dedo, y corales con forma de cerebro o laberintos. Los corales amarillos de fuego recibían ese nombre porque al tocarlos producían una quemadura muy intensa.  





Al día siguiente fuimos a Playa los Cocos en una carreta de caballos. Era preciosa, con bastantes palmeras cocoteras. El mar era como una acuarela de tonos azules y verde transparente. Disfrutamos un montón del baño y descansamos en el pareo extendido a la sombra de una palmera. Al otro extremo se veía el Faro Colón en el Cabo Sabinal.

Pepito, el cochero, nos habló de una zona donde podía hacerse buceo sin barco, viendo peces y los restos de un barco naufragado. El pecio estaba a pocos metros de la costa, en una zona que no cubría. Fue una sorpresa descubrir un montón de peces arremolinado en torno al barco y sus oquedades. Había corales pegados al casco oxidado, y grupos de peces nadaban y se resguardaban entre sus hierros. Había peces grises con rayas amarillas horizontales, plateados y azules con la cola amarilla. No esperábamos tal cantidad de peces allí. Disfrutamos del buceo entre el barco hundido.



Otra zona de playas preciosas eran los Jardines del Rey y Los Cayos, islas conectadas por tierra por una calzada elevada sobre el mar de 24km. La zona era muy verde y exuberante. La calzada era una construcción sorprendente, muy recta y asfaltada, como un puente, la llamaban pedraplén, y apenas se elevaba un metro sobre el nivel del agua. La construyeron en 1984.

Había otros 20km hasta Cayo Guillermo. Su playa nos encantó, tenía un muelle de madera con pabellones de cañizo. Nos alojamos en un complejo de villas dispersas en un jardín, era la única posibilidad porque el alojamiento en casas particulares no estaba permitido en aquella zona. Playa Pilar estaba a 8km de Cayo Guillermo y tenía fama de ser la más bonita de la isla.


Pasamos por otro pedraplén hasta Cayo Coco. En realidad era otro islote unido a tierra, que formaba parte del Archipiélago de Sabana-Camaguey o Jardines del Rey. Era la cuarta isla más grade de Cuba y el principal destino turístico después de Varadero. Antes de 1990 no era más que un manglar repleto de mosquitos. Cayo Coco nos encantó, igual que Cayo Guillermo. Tenía muchas palmeras, arena blanca y agua verde azul. Todas las playas cubanas rivalizaban en belleza.





viernes, 8 de abril de 2016

GIBARA, CUEVAS Y CINE

 


Cerca de Guardalavaca estaba Gibara. Era una ciudad agradable en la costa norte cubana, con una bonita bahía, edificios coloniales con porches, y el mar al final de cada calle. El huracán Ike casi la borró del mapa en el 2000, y cuando fuimos todavía quedaban huellas de la destrucción. El topónimo procedía de “jiba”, el nombre indígena de un arbusto del lugar. Fue la ciudad natal del escritor Guillermo Cabrera Infante.

La ciudad fue una importante ciudad exportadora de azúcar, conectada a Holguin, la capital provincial por un ferrocarril. Con la construcción de la carretera central en la década de 1920, Gibara perdió importancia mercantil y cayó en un profundo letargo. Así la describía la guía. Pero eventos como el Festival de Cine Pobre, impulsado por el actor Jorge Perugorría, y actividades como competiciones de escalada o espeleología, le daban vida.

El ambiente de las calles era tranquilo, y la gente tomaba el fresco en la puerta de casa, sentados en hamacas. Se veía algún Chevrolet antiguo, como en toda Cuba. Estuvimos alojados en Las Hermanas, una preciosa casa familiar de techos altos, ventanas con rejas, suelos de mosaicos, mobiliario antiguo y patio con plantas.





Allí contactamos con Darwin, un bonito y simbólico nombre para un guía. Con él visitamos la Caverna del Panadero. La cueva estaba cercana al pueblo. Al poco de entrar encontramos luz natural proveniente de un agujero en el techo de la cueva; se llamaban dolinas y eran un sistema de refrigeración. Había siete dolinas en aquella cueva. Caminamos con el casco y las linternas viendo estalactitas, estalagmitas y formaciones curiosas como tentáculos de pulpo o lava derretida.

Vimos murciélagos apiñados en el techo, que revoloteaban al iluminarlos. Comían flores y semillas que cogían del exterior. Las semillas que caían al suelo germinaban en algún brote de hojas blancas al no tener clorofila sin la luz, y hojas verdes cerca de la entrada. 


La cueva tenía cuatro niveles de profundidad y bajamos hasta el cuarto, unos 150m bajo la colina. Allí estaba el lago subterráneo, como una piscina de aguas verdes transparentes. El baño fue de lo más refrescante y extraño. Las estalactitas se reflejaban en el agua calma como en un espejo. En la cueva había una gran sala natural, donde se proyectaban películas del Festival de Cine de las Cavernas. Otra curiosidad.



lunes, 4 de abril de 2016

SANTIAGO Y LAS TROVAS

La ciudad de Santiago estaba situada entre la Sierra Maestra y el mar Caribe, en la montañosa región cubana del Oriente, la provincia más caribeña de todas. Tenía influencias de Haití, Jamaica, Barbados y África. Fue núcleo de la colonia española entre s.XVI y XVII, y durante un periodo fue capital hasta que la sustituyó La Habana en 1607.

El Castillo San Pedro de la Roca del Morro, abreviado Castillo del Morro, se levantaba imponente ante las azules aguas del mar Caribe. Se construyó para proteger la ciudad de los ataques de los piratas. Su construcción tardó 70 años y finalizó en 1700. Los muros eran altísimos. Cruzamos el puente sobre el foso y entramos en sus dependencias convertidas en Museo de la Piratería 

Algunas salas habían sido cárceles de revolucionarios. Otras salas estaban dedicadas a las armas y a la batalla naval con los americanos, cuando los españoles perdieron Cuba en 1898. Muy interesante.



En la Plaza de la Catedral estaba la Casa de Diego Velázquez, la más antigua de Cuba, del s.XVI. Su fachada era de estilo andaluz con celosías de madera oscura, balcones y un gran portalón. Fue residencia del Primer Gobernador de la isla. Conservaba el mobiliario antiguo con arcones, escritorios y armarios. Tenía una bonita cocina con ánforas y tinajas para las limonadas que preparaban. Los patios interiores también eran bonitos, con un pozo y plantas.



La Catedral había sido dañada y destruida por los piratas y terremotos. La actual se completó en 1922. Tenía dos torres neoclásicas, el exterior estaba pintado de blanco y azul, con murales en los arcos interiores.

Frente a la Catedral estaba el hotel histórico Casa Grande. En él se alojó Graham Greene en la década de 1950, en una misión clandestina para entrevistar a Fidel Castro. Era un edificio blanco con grandes arcos y toldos, con vistas a la plaza.



Los edificios coloniales estaban pintados de colores pastel y tenían porches. Por las calles se veían calesas tiradas por caballos.

Visitamos el Museo Bacardí de imponente fachada con frontispicio triangular y altas columnas. Tenía varias plantas dedicadas a la pintura, la historia y la antropología. Bacardí fue alcalde de Santiago, se exhibían sus objetos personales (espejuelos, cartera, cartas manuscritas, libros…). La planta de historia estaba dedicada a la época en la que Fidel entró en la ciudad procedente de Sierra Maestra y proclamó el éxito de la Revolución. Había objetos personales de los revolucionarios, su biografía y sus frases más conocidas, con un vídeo con imágenes de la época.

La planta dedicada a la Antropología exhibía objetos de los indios precolombinos, una cabeza reducida de los shuar (explicando el proceso para reducirla) y varias momias, una de ellas traída por Bacardí y su esposa. Todo muy entretenido e interesante.



Paseamos por la calle Enramadas, y por el Parque Alameda. Luego fuimos al barrio Tívoli, el antiguo barrio francés, el asentamiento de los antiguos colonos que llegaron procedentes de Haití a finales del s. XVII y principios del s. XIX. Estaba en una colina y las casas eran sencillas, de planta baja.

Vimos la casa donde vivió Fidel, el número 6 de una casa amarilla con porche. Fidel vino a los 8 años a vivir allí con su tía que era maestra, y estudió interno en el colegio La Salle de los Jesuitas, que se veía a lo lejos. Frente a la casa estaba el Museo de la Lucha Clandestina, dedicado a la lucha clandestina contra Batista.

Seguimos paseando por el Tívoli hasta llegar al Balcón de Velázquez, un mirador con vistas del barrio.





Santiago fue cuna de casi todos los géneros musicales cubanos surgidos en sus calles, desde la salsa hasta el son. En la calle Heredia había varios locales de trova, la música cubana con letras poéticas, que surgió después de la revolución. Decían que la calle era una de las más pintorescas y vibrantes, como Nueva Orleans en la época de auge jazzístico. La música estaba presente en toda la ciudad, en muchos locales y en los pequeños restaurantes. Uno de los lugares más emblemáticos era la Casa de la Trova, donde escuchamos música en directo. Era un grupo de seis cubanos con tres guitarras, un bajo, un tambor y el vocalista principal con maracas.

El local estaba repleto de fotos de cantantes y grupos por las paredes, muy abigarrado. Los grandes ventanales con rejas estaban abiertos a la calle y la gente se paraba a escuchar. Algunos espectadores cubanos se animaron a bailar, moviendo hombros, cintura y cadera, en una demostración de ritmo imposible de superar. Todo un espectáculo para gozar.



sábado, 2 de abril de 2016

BARACOA Y EL RÍO YUMURÍ

Desde Baracoa hicimos otra excursión a Boca del río Yumurí con un taxista local Todo el trayecto era un entorno de vegetación frondosa, la zona era un vergel. Pasamos por Bahía Mata, con vistas espectaculares. El agua tenía un color azul intenso y las orillas estaban cubiertas de verde vegetación.

Atravesamos el Túnel de los Alemanes, llamado así porque en el pasado una familia de alemanes cobraba el peaje por pasarlo. Era un túnel de roca natural con la entrada de forma triangular. La costa que se veía desde allí era preciosa, con una gran roca en medio del mar azul.


Paramos en la Casa del Campesino, una finca con plantación de cacao. Daisy, armada con un machete, nos dio una amplia e interesante explicación sobre la producción del cacao. Había tres tipos de fruto: de color amarillo, púrpura y carmelita (tirando a marrón). Cada planta tardaba cuatro años y medio en crecer. Al nacer la flor el insecto la polinizaba y en seis meses estaba listo el fruto. Había cacao de injerto, extrayendo la yema, insertándola en la rama y atándola con un plástico. 


La recolección era durante todo el año. Aunque de marzo a junio se obtenía la máxima producción. Una sola planta podía producir de 300 a 350 frutos al año, y vivía entre 50 y 60 años. El cacao de primera calidad se recolectaba cada 7 días. Si no se podía, por las lluvias o lo que fuera, se recolectaba cada 15 o 20 días, pero no más tarde porque si no se secaba.

Los frutos se extraían manualmente, no con cuchara, y se colocaban en una canoa de hojas de palmera. Las habas de cacao se cubrían con hojas de banano y a los seis días la pulpa fermentaba y se convertía en una masa dura. Por todo ello, la elaboración del cacao era un proceso duro. Daisy nos mostró sus uñas quebradas y las manos agrietadas.


Llegamos al río Yumurí y en el puente cogimos un bote de remos que nos adentró en Boca de Yumurí, una garganta de altas paredes rocosas entre las que discurría el río. Las aguas eran verde transparente. Vimos un pescador que había capturado un pez enorme. 


Paramos en un recodo del río y nos instalamos en un bancal de piedras. Con el calor que hacía y el precioso paisaje, el baño fue glorioso. Estábamos totalmente solos y se oía el canto de los pájaros. Pura naturaleza.



Después del río fuimos a la Playa Manglito repleta de palmeras cocoteras. No solo estaban en la primera línea de playa, era un palmeral espeso,, con las montañas detrás.