Desde Vilankulo, en
Mozambique, un pequeño dhown, la embarcación árabe tradicional de vela, nos
llevó hasta el Archipiélago de Bazaruto.
El archipiélago era un Parque Nacional
Marino, y estaba formado por cinco islas: Bazaruto, Benguera (San Antonio),
Magaruque (Santa Isabel), Santa Carolina y Bangue. La tripulación la formaba el
piloto y el cocinero. Llevábamos además a un pescador que al alejarnos de la
orilla se tiró al agua con una boya y se quedó allí sólo pescando, en medio del
mar.
Las aguas del Océano Índico eran de color
verde-turquesa. La barrera del arrecife
era visible desde la superficie del mar, y las olas rompían en espuma por
detrás de las rocas. El dhown echó el ancla en la parte tranquila y nos
sumergimos en el agua para bucear con tubo y aletas.
Muchos corales estaban al alcance de nuestra
mano. Había corales verdes, rosados, ocres y violetas, entre rocas que formaban
dibujos de laberintos o cerebros
marinos. Los peces tropicales
nadaban entre ellos. Los más abundantes eran azules y amarillos, o rayados blancos
y negros, tipo cebra; otros eran multicolores. También había estrellas de mar azules. Al
aproximarnos al final del arrecife el mar se había más profundo y con más olas,
y noté que succionaba. Retrocedimos a la parte tranquila. Era una sensación
fantástica nadar en aquellas aguas transparentes, en un silencio absoluto,
contemplando la vida submarina.
El cocinero preparó la
comida a bordo de la barca. Tenía un cajón de madera con arena, y sobre ella
hizo fuego. Preparó un gran pescado quitándoles las escamas y troceándolo con
un machete, luego lo asó. Lo comimos en la orilla de la playa y nos supo a
gloria.
© Copyright 2013 Nuria Millet
Gallego
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