Desde que leí a Lawrence
Durrell y su libro "El cuarteto de Alejandría"
quise conocer esa ciudad. Y el deseo es una fuerza que empuja.
La ciudad de Justine, de Mountolive, de Balthazar, de Clea, de tantos otros personajes...La ciudad en sí era otro de los personajes de esa novela caleidoscópica.
La ciudad de Justine, de Mountolive, de Balthazar, de Clea, de tantos otros personajes...La ciudad en sí era otro de los personajes de esa novela caleidoscópica.
Qué maravilla es conocer una ciudad siguiendo los
pasos de personajes que te han hecho sentir, siguiendo el hilo de su historia.
En esta esquina Justine se cruzó con Mountolive, en este café estuvo sentada
Clea...Es un placer que sólo conocen los
que disfrutan de la literatura.
Nos adentramos en el barrio
turco y fumamos perfumados narguiles en los viejos
cafetines. Curioseé en los zocos llenos de carnicerías, pescado fresco,
verduras, esponjas naturales, frutas, dátiles y frutos secos, pan, dulces,
olivas, quesos...
Entré en varias mezquitas,
espectaculares por dentro y por fuera. Estaban enmarcadas por palmeras y tenían
altos minaretes y cúpulas redondeadas con dibujos labrados en la piedra.
Vi la casa de Durrell,
una fachada antigua con jardín. Imaginé.
Visité el Museo Kavafis,
en la casa donde vivió. El edificio era precioso y habían mantenido las
habitaciones tal como las dejó. Curioseé su escritorio y los objetos cotidianos
de los que se rodeó. Su poesía "Itaca"
me acompaña en todos los viajes desde hace mucho, mucho tiempo.
Recordé a otro
escritor, Terenci Moix, un hedonista con el que comparto el
origen y muchas palabras escritas, y que confesó que Alejandría era una de sus
ciudades favoritas. También lo es para mí. Seguro que mi admirada Maruja Torres comparte esta opinión (además
de su adorado Beirut). Es curioso como las personas se hacen querer a través de
las palabras. Y así, algunos escritores nos hacen querer ciudades que
desconocemos.
Paseé por la Corniche,
a un lado el mar azul, al otro una línea de edificios centenarios con carácter.
Algunos de los edificios estaban restaurados y otros en estado decadente, pero
uno podía imaginar el esplendor de aquella ciudad cosmopolita que fue
Alejandría. En el extremo de la escollera estaba la Fortaleza de Quatbey, construida sobre los restos del famoso y
mítico faro de Alejandría, que
estuvo en funcionamiento unos diecisiete siglos y que fue destruido por un
terremoto.
En el último paseo por
la Corniche observé una vez más las parejas jóvenes que sentadas en el
muro contemplaban el Mediterráneo, ese Mediterráneo que nos
une y nos separa.
Alejandría me dejó huella. Siempre será para mí una
ciudad soñada, vivida y querida. Durrell fue uno de los culpables.
© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego
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