Jeddah, o Yeda, fue nuestra primera etapa en el viaje por Arabia Saudí. Era una ciudad con encanto a orillas del Mar Rojo. Nos alojamos en su casco histórico Al Balad. Era un laberinto de callejones con casas hechas con piedra coralina y balcones con celosías de madera llamados masharabiya, pintados de colores marrón, verde, azul o naranja. Además de estéticos, permitían ver lo que ocurría en la calle manteniendo la privacidad, sobre todo de las mujeres árabes, y dejaban pasar el aire para refrescar el interior de las casas. Admiramos la gran variedad de balcones y celosías, era un gusto pasear por sus calles. Un merecido Patrimonio Mundial.
Había varias puertas históricas, con arcos de piedra, como la Bab Makkah, Bab Sharif o Bab Abu Inabah, las antiguas entradas a la ciudad árabe.
La Matbouli House era otra de las casas-museo históricas. Estaba más deteriorada y en proceso de restauración. Tampoco pudimos visitarla; nos hubiera gustado ver sus techos de madera y los viejos gramófonos y teléfonos que albergaba.
Curioseamos las
tiendas del zoco Al Alawi y el mercado beduino. Las tiendas
tenían portones de madera y cerraban varias veces al día por las horas de
oración. Muchas eran de dátiles y frutos secos, otras de perfumes, jabones,
miel, lámparas de latón, joyas de oro o de textiles y venta de abayas.
Los lugares de interés en la ciudad estaban a
gran distancia. Fuimos en Uber
hasta la Meaquita Al Rahma, a 12km del centro histórico. Era conocida como la Mezquita Flotante,
por estar construida sobre unos pilares y parecía flotar sobre el Mar Rojo. Se
inauguró en 1985 y estaba pintada de blanco, con una cúpula verde y un
estilizado minarete. Sus arcos de herradura eran muy fotogénicos. El blanco
deslumbrante contrastaba con el mar verdoso. La gran sala circular era muy
luminosa, con ventanas abiertas al mar. Tenía una alfombra verde, estanterías
con coranes y mosaicos andalusíes.
Al atardecer fuimos al Paseo Marítimo la Corniche, junto al Mar Rojo y con mucho ambiente. La brisa aliviaba el calor. Había kioscos y cafés modernos lujosos, como el del Yatch Club. La King Fahd Fountain tenía un chorro que se elevaba 200m de altura, pero el día que fuimos no funcionó. Las familias paseaban y los niños correteaban como en cualquier lugar del mundo. Grupos de mujeres se sentaban en los bancos del paseo o sobre pañuelos en la hierba, tomaban té y hacían pequeños picnics. El viento agitaba las abayas negras de las mujeres y las túnicas blancas de los hombres. Disfrutamos varios días de la ciudad, fue un gusto pasear por sus calles.