Llegamos en ferry
desde Rosseau, Isla Dominica, en un trayecto de dos horas. La Isla Martinica formaba
parte de las Antillas Menores en el mar Caribe. La primera
visión fueron grandes montañas verdes, salpicadas por las pequeñas manchas
blancas de las poblaciones. La capital Fort-de-France era una ciudad agradable
y grande con edificios altos sobresaliendo a las casas del barrio francés, y con
parques como el Parque de la Savana.
La Biblioteca
Schoelcher era un bonito edificio que tomaba el nombre del político francés
Victor Schoelcher, famoso por su lucha contra la esclavitud y que decidió legar
su colección de 10.000 libros y 250 partituras musicales al Consejo
General de Martinica, con la condición de que la biblioteca estuviera abierta
al público.
En el centro estaba la Catedral blanca con mosaicos azules. Martinica era una región y un departamento de ultramar de Francia, y se notaba la influencia francesa en su arquitectura y otros aspectos, mezclada con la cultura criolla de las islas. Buscamos los pocos edificios coloniales que quedaban: la Post Office, el Hotel de la Ville, el Teatro Aimeé Cesaire y otros alrededor de la Biblioteca Schoelcher.
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