El pequeño pueblo
de St. Pierre era tranquilo, apenas cuatro calles paralelas junto al
mar, y con la silueta imponente del Monte Pelée (Monte Pelado) al final de cada
calle. El Monte Pelée era un volcán semiactivo y la montaña más alta de la
isla Martinica.
Las guías decían que
tenía el honor de ser el tercer volcán más letal del planeta, y en su última
erupción el 9 de mayo de 1902 arrasó el pueblo de St. Pierre. El volcán
empezó a dar señales de actividad, pero los mandatarios las desoyeron y no
alertaron a los ciudadanos. Murieron sus 30.000 habitantes. Sólo
sobrevivieron dos personas, uno de ellos un preso encarcelado en la pequeña
prisión. Un Museo Memorial lo recordaba.
El pueblo
conservaba algunos edificios coloridos de dos plantas, con contraventanas
de madera pintada de color granate, verde, azul. Algunas casas tenían buhardillas. Lo más destacable era el edificio del Ayuntamiento con porches y
un reloj, el mercado de frutas con estructura metálica. Vimos alguna tienda de
artesanía de cerámica y algún un café con porche agradable. La playa del pueblo
era estrecha con arena negra volcánica.
Visitamos las
ruinas de la prisión y del antiguo Teatro del s. XVIII, que se construyó
para entretener a la población y las tropas francesas. Tenía capacidad para 800
espectadores, con altas columnas y un lujoso interior diseñado por el mismo
artista que decoró la Ópera de París. Quedaba poco del esplendor de lo que fue, la escalinata
doble y unas pocas piedras ennegrecidas entre vegetación verde. El dolor y la destrucción formaban parte del pasado.
La playa del
pueblo era estrecha con arena negra volcánica. Comimos en un agradable
restaurante abierto al mar. Pescado asado con mandioca, banana y ensalada. Era
inevitable sentir la presencia del volcán dormido, con su cima envuelta en una
corona de nubes. Esperemos que no vuelva a despertar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario