Desde El
Calafate hicimos una excursión en barco por el Parque Nacional de los
Glaciares. Embarcamos en Puerto Bandera y pasamos un paso estrecho conocido
como la Boca del Diablo, para recorrer el brazo norte del Lago Argentino. Lucía
un sol espléndido y el cielo estaba azul. El barco era un catamarán grande de
dos pisos, con ventanales panorámicos y buena calefacción. Tenía dos pasillos
laterales y la parte de proa y popa para salir al exterior a contemplar las
maravillas de la travesía.
La primera parada fue el Glaciar Spegazzini, que debía su nombre a un botánico italiano. Era más alto que el Perito Moreno, con paredes de 80m a 135m de altura, un ancho de 15km y 25km de longitud. Una mole de hielo ante nosotros.
Estaba alimentado por otros dos glaciares, el Mayo Norte y el Peineta. Vimos algún desprendimiento y escuchamos el estruendo que lo acompañaba. Un espectáculo de la naturaleza.
Seguimos la navegación y encontramos enormes icebergs pasando junto a ellos. Algunos formaban arcos y tenían oquedades. Uno de ellos parecía la cara de un fantasma. Muchos tenían tonos azules por el grado de compactación del hielo y el efecto refractivo de la luz. Los témpanos o icebergs solo emergían el 15% sobre el nivel del agua, y el 85% restante permanecía bajo el agua.
El Glaciar
Upsala también era impresionante. Era una lengua enorme de hielo que
bajaba de las montañas para desembocar en el Lago Argentino, de aguas color
azul lechoso o verdoso, por los sedimentos. Se conocía como “leche glaciaria”
que provenía de las partículas minerales suspendidas en el agua, cuyo origen se
debía a la erosión producida por el glaciar en sus lechos rocosos. Los
glaciares era ríos de hielo que se forman por acumulación de nieve en las
cuencas superiores o ventisqueros; la nieve se transforma en gránulos que
eliminan. Toda esa explicación la leímos en el folleto informativo que nos
dieron a bordo del catamarán.
Las paredes del Upsala tenían de 60 a 80m de altura, y el glaciar tenía de 5 a 7km de ancho y 60km de longitud. Inmenso. Se veían grietas verticales azules, y la parte superior de la pared con forma de agujas picudas. En alguna parte el hielo estaba sucio de la tierra y rocas que arrastraba la morrena, pero eran zonas muy pequeñas. El blanco deslumbrante lo dominaba todo.
Era el más grande
del Parque Nacional de los Glaciares, y el más largo de Sudamérica. Debía su
nombre a la ciudad sueca homónima, cuya universidad patrocinó en el s.XX el
primer estudio geológico de la región. En 1932 una expedición al mando del
Coronel Emiliano Huerta y el ingeniero Mario Berbne, realizó el primer cruce
del Hielo Continental Patagónico, atravesando el Glaciar Upsala. En los últimos
años, con el cambio climático, se había observado un importante retroceso.
Tras cuatro horas de navegación entre glaciares, desembarcamos en la Bahía Onelli. Caminamos unos 800m a través de un bosque precioso, un típico bosque andino patagónico y los árboles eran langas. Vimos muchos troncos arrancados de raíz y otros rotos, por la fuerza del aire. Era increíble el poder de destrucción de esta fuerza, pero creaba un paisaje irreal y bello. Y al otro lado del bosque encontramos la gran sorpresa: el Lago Onelli.
Tres glaciares
confluían en el Lago Onelli: el Onelli, el Bolado y Agassia. De ellos
provenían los cientos de témpanos que flotaban y se reflejaban en la superficie del agua. Caminamos al extremo más distante del lago,
contemplando la infinidad de formas del hielo: un témpano parecía un
cisne, otro un fraile con capucha, otro un barco, otro un dragón, un animal con
la boca abierta, una foca apoyándose en las aletas, una cara con ojos y boca
redondas…Tocamos el agua y estaba fría, nos dijeron que tenía 5º, una persona que
cayera al agua sólo aguantaría dos minutos con vida. El lago fue la última
maravilla que vimos aquel día en el Parque Nacional de los Glaciares.