“Dr. David Livingstone, supongo”. La famosa frase fue pronunciada en Ujiji, el lugar donde se produjo el mítico encuentro entre Livingstone y Stanley. Ujiji, en Tanzania, era uno de los pueblos más antiguos de África y el principio de la antigua ruta del marfil.
Era un pueblecito agradable, con casas de adobe y rejados de cañizo, con alguna uralitas oxidadas. A las puertas se asomaban los niños para gritarnos “Mwzungu, mwzungu!” (blanco, en swahili). Los caminos de tierra roja serpenteaban entre la hierba verde donde crecían grandes mangos, plataneros, el estilizado árbol de la papaya y cientos de palmeras.
Seguimos uno de aquellos
caminos de tierra roja, y los niños nos señalaron la dirección que debíamos
tomar para llegar al lugar donde se encontraron Stanley y Livingstone. Era un
jardín frondoso en el que crecían dos enormes mangos, bajo los que dicen se
sentó Livingstone a meditar, con un pequeño museo. El museo tenía
cinco o seis cuadros de estilo casi naif reproduciendo escenas de la biografía
del explorador. Junto a los cuadros dos estatuas de cartón-piedra de tamaño
mayor que el natural, representaban a ambos aventureros saludándose. Por supuesto nos hicimos una foto para
inmortalizar nuestro encuentro con Livingstone y Stanley.
Livingstone fue mi
inmejorable compañero literario de viaje. Su libro "El último
diario del doctor Livingstone" me hizo sufrir y disfrutar con él,
era un testimonio único.
David
Livingstone (1813-1873) fue
un explorador británico que fue enviado a África por la Sociedad Misionera de
Londres. Se adentró en el desierto de Kalahari, la cuenca del Zambeze, buscó las fuentes del Nilo y exploró la
región del lago Tanganica, donde le encontró Stanley. Al final fue otro
aventurero, Richard Burton, quien
descubrió las fuentes del Nilo.
Henry Stanley (1841-1904)
fue
un periodista y explorador británico que en 1871 emprendió viaje a Tanganica en
busca de Livingstone. Descubrió otra fuente del Nilo en el lago Victoria y también
exploró el Congo.
El lago Tanganica, estaba cercano. Encontramos una playa de arena dorada, con
barcas de pescadores, y un lago tan grande que parecía el mar. Se perdía en el
horizonte. Leímos que era el segundo lago más grande del mundo en volumen,
después del lago Baikal en Siberia. Aunque por superficie era más
grande el lago Victoria. Era de color azul intenso y tenía oleaje. Nos
quedamos a contemplar la puesta de sol. Salían las barcas de los pescadores y
veíamos sus siluetas recortadas contra el horizonte. Pensé que aquella misma
escena habría sido contemplada por la mirada de Livingstone.