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jueves, 24 de mayo de 2012

UN POBLADO HIMBA




El poblado tenía una empalizada circular de troncos. Entramos al mismo tiempo que un rebaño de cabras, que un niño se puso a ordeñar. Había varias chozas de adobe con techo cónico de cañizo y varias mujeres alrededor, ocupadas en sus quehaceres. Unas amamantaban a sus bebes; otras tostaban mazorcas de maíz; otras estaban sentadas a la puerta de sus chozas hablando entre ellas; otras trabajaban una piel de cabra para hacer vestidos. Una abuela sentada en el suelo, batía leche en una calabaza.

Las mujeres tenían la piel teñida de un color rojizo intenso, por untarse la mezcla de manteca, mixtura ocre y resina aromática, que servía de protector solar y repelente de insectos. Era su modo de asearse porque nunca se lavaban con agua; sólo utilizaban cenizas y el ungüento rojizo. Su piel se veía brillante y preciosa.


 

Pude hablar con ellas y preguntarles sobre todo lo que quise y se me ocurrió: su edad, sus hijos, el peinado, la vivienda, sus tareas, su vida…Nos dijeron que en una cabaña dormían unas seis u ocho personas. Tardaban tres días en hacer las trenzas y elaborar su peinado que duraba de tres a cinco meses. Las trenzas se envolvían en barro rojo y acaban con una extensión en forma de plumero o pompón negro. Su dieta se basaba en la leche y la harina de mijo, elaborando una especie de polenta.



 

Las cabañas estaban hechas con ramas entrelazadas del árbol llamado Mopane,  estiércol y arena, y duraban unos cinco años. Entramos en una y nos sentamos en el suelo. Tenían un palo central que servía de división, a un lado dormían los hombres y al otro las mujeres. En el centro también estaba el fuego, que era muy importante para los Himbas, con connotaciones sagradas. Siempre tenía que haber algún fuego y había mujeres encargadas de custodiarlo. La llama se mantiene viva noche y día, y se traslada de poblado en poblado cuando migran en busca de nuevos pastos.

Alrededor de las paredes colgaban pieles curtidas, incluso un traje de boda con adornos, calabazas y mantas modernas envueltas en plástico. Los Himba son pueblos seminómadas que viven del ganado. Conocían el turismo y la forma de vida occidental desde los años noventa aproximadamente, pero seguían manteniendo su forma de vida tradicional. La pregunta inevitable era hasta cuándo.





© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego

miércoles, 14 de octubre de 1998

EL PARQUE NACIONAL OMO

Levantamos el campamento y fuimos a visitar el Parque Nacional de Omo. Nos acompañó un chaval llamado Guele, armado con un fusil Kalashnikov. Por el camino encontramos muchos termiteros gigantes, alargados con la base ancha, y más altos que una persona. De vez en cuando se cruzaban pequeños antílopes y gallinas de guinea por la pista. También vimos aves planeando en el aire caliente. También encontramos grandes rebaños de bueyes y cabras, que invadían la pista y rodeaban nuestro vehículo. No se apartaban aunque tocaras el claxon, sabían que era su territorio. Etiopía era un país eminentemente agrícola y ganadero. Al llegar al río Omo había otro gran rebaño bebiendo.


Cruzamos el río Omo, de unos 500m de anchura, en una canoa hecha de un tronco de árbol vaciado. El agua era de color fangoso por el lodo que arrastraba, y la corriente tenía bastante fuerza. Alcanzamos la otra orilla, donde había una pequeña aldea. A partir de allí hicimos una caminata de 5km en el día más caluroso de todo el viaje, con temperatura de 40º. El paisaje era muy árido y seco, con una luz anaranjada.


Llegamos a otra aldea en un terreno plano y bastante seco, con varias chozas circulares. Estaban hechas con cañas troncos y algún trozo de uralita oculto entre las cañas. De algunas chozas donde cocinaban, salía un humillo. 

Había algunas chicas jóvenes peinadas con trencitas, con el pecho descubierto, y que se adornaban con collares, brazaletes en los brazos y cintas en el pelo. Eran tímidas, pero nos mostraron el interior de las chozas y accedieron a fotografiarse. Nos mostraron sus Borkotas, los reposacabezas de madera que utilizaban para dormir y también como asiento. Los etíopes lo solían transportar cogidos por el asa. La madera estaba labrada, con dibujos geométricos que variaban según la tribu.




En el exterior de las chozas, sobre una construcción elevada de troncos, almacenaban el mijo, sorgo y maíz, para mantenerlo en alto fuera del alcance de los animales. Utilizaban calabazas para guardar cosas, como en toda Etiopía. Fuera de las chozas se veía poca gente, y no era extraño con el calor que hacía. Algunos se agrupaban bajo la sombra de un árbol. Los hombres estaban trabajando en el campo.

Al final de la excursión y al despedirnos de Guele, nuestro joven guardián del Kalsnikov, le compramos su borkota, que guardamos como recuerdo en casa. El Parque Nacional Omo era Patrimonio de la Humanidad. Fue curioso comprobar como aquellos pueblos mantenían su forma de vida tradicional, en unas condiciones bastante difíciles.


           






sábado, 10 de octubre de 1998

LOS DORZE Y EL P.N. NECHISAR

Partimos desde la capital Addis Abeba hacia el sur para hacer una ruta por el P.N. Omo y Mago. Pasamos por Tiya, donde se conservaban unas piedras funerarias con símbolos e inscripciones. Paramos en Shashemene y Arba Minch, situada a los pies de las colinas del Valle del Rift, entre dos grandes lagos, el lago Abaya y el lago Chamo. El nombre de Arba Minch significaba en amharic “cuarenta fuentes”. 

 

Desde Arba Minch fuimos a Chencha, un pequeño poblado donde vivía la etnia llamada “dorze”. Sus chozas de cañizo tenían una forma característica que recordaba a un elefante visto de frente, con la trompa hacia abajo. Los niños nos rodearon en seguida, y nos acompañaron en el paseo. Entramos en una de las chozas. El interior estaba muy oscuro y tardamos en acostumbrar los ojos. Tenían una pequeña antesala, luego los utensilios de cocina y un camastro en el suelo.



En el interior de otra choza vimos dos hombres trabajando en unos telares. Pasaban los hilos blancos de algodón con habilidad y rapidez, y nos enseñaron una pieza acabada con una cenefa de colores: era la pañoleta que se colocaban las mujeres sobre la cabeza y el cuerpo. Los Dorze eran conocidos por su fabricación de tejidos, elaborando las shama, unas túnicas de colores con dibujos geométricos, que se vendían en todo el país.

Al día siguiente visitamos el Parque Nacional Nechisar era una de las mejores y más bonitas reservas de África. El primer tramo fue una pista de tierra atravesando un bosque, en el que vimos ardillas y algunos monos correteando. Los troncos de algunos árboles formaban una bóveda sobre la pista. Esta desembocaba en el lago Abaya y el lago Chamo. El lago Chamo era más pequeño, pero en su centro tenía un par de islas volcánicas. El color de las aguas iba del marrón fangoso a un leve rosado, según la luz. En las orillas vimos algún pescador. 

Lo visitamos con un guardia del parque, armado con un fusil. Iba sentado a mi lado, y no sé si tendría el seguro puesto, pero con el traqueteo y los baches, me preguntaba si podría dispararse el fusil que llevaba en posición vertical y la trayectoria que seguiría la bala.


Nech significaba “hierba blanca” en amharic, y la inmensa llanura que se abría tras el bosque estaba llena de hierbas amarillentas y blanquecinas, salpicadas de acacias y otros árboles diseminados. Vimos algunas cebras, gacelas de Grant, algún antílope, gallinas de guinea, mariposas, pavos reales y aves. Creo que en el parque había 70 especies de mamíferos y 350 especies de aves. Disfrutamos poder bajar del coche y andar en silencio entre la hierba, cerca de las cebras. 

Por la tarde dimos un paseo en barca por el lago, y lo contemplamos desde el jardín arbolado del hotel Bekele Molla, un bonito mirador.





sábado, 4 de diciembre de 1993

EL DR. LIVINGSTONE, UJIJI Y EL LAGO TANGANIKA



“Dr. David Livingstone, supongo”. La famosa frase fue pronunciada en Ujiji, el lugar donde se produjo el mítico encuentro entre Livingstone y Stanley. Ujiji, en Tanzania, era uno de los pueblos más antiguos de África y el principio de la antigua ruta del marfil. 

Era un pueblecito agradable, con casas de adobe y rejados de cañizo, con alguna uralitas oxidadas. A las puertas se asomaban los niños para gritarnos “Mwzungu, mwzungu!” (blanco, en swahili). Los caminos de tierra roja serpenteaban entre la hierba verde donde crecían grandes mangos, plataneros, el estilizado árbol de la papaya y cientos de palmeras.




Seguimos uno de aquellos caminos de tierra roja, y los niños nos señalaron la dirección que debíamos tomar para llegar al lugar donde se encontraron Stanley y Livingstone. Era un jardín frondoso en el que crecían dos enormes mangos, bajo los que dicen se sentó Livingstone a meditar, con un pequeño museo. El museo tenía cinco o seis cuadros de estilo casi naif reproduciendo escenas de la biografía del explorador. Junto a los cuadros dos estatuas de cartón-piedra de tamaño mayor que el natural, representaban a ambos aventureros saludándose. Por supuesto nos hicimos una foto para inmortalizar nuestro encuentro con Livingstone y Stanley.

Livingstone fue mi inmejorable compañero literario de viaje. Su libro "El último diario del doctor Livingstone" me hizo sufrir y disfrutar con él, era un testimonio único.

David Livingstone (1813-1873) fue un explorador británico que fue enviado a África por la Sociedad Misionera de Londres. Se adentró en el desierto de Kalahari, la cuenca del Zambeze, buscó las fuentes del Nilo y exploró la región del lago Tanganica, donde le encontró Stanley. Al final fue otro aventurero, Richard Burton, quien descubrió las fuentes del Nilo.

Henry Stanley (1841-1904) fue un periodista y explorador británico que en 1871 emprendió viaje a Tanganica en busca de Livingstone. Descubrió otra fuente del Nilo en el lago Victoria y también exploró el Congo.




El lago Tanganica, estaba cercano. Encontramos una playa de arena dorada, con barcas de pescadores, y un lago tan grande que parecía el mar. Se perdía en el horizonte. Leímos que era el segundo lago más grande del mundo en volumen, después del lago Baikal en Siberia. Aunque por superficie era más grande el lago Victoria. Era de color azul intenso y tenía oleaje. Nos quedamos a contemplar la puesta de sol. Salían las barcas de los pescadores y veíamos sus siluetas recortadas contra el horizonte. Pensé que aquella misma escena habría sido contemplada por la mirada de Livingstone.




martes, 29 de octubre de 1991

LA MANO DE FÁTIMA

 

En la ruta por Mali quisimos ver la formación rocosa llamada Mano de Fátima, a pocos kilómetros de la población de Hombori. Era imponente y anaranjada, en medio del paisaje del Sahel, con picos como dedos elevándose hacia el cielo. Llegamos al atardecer y montamos el campamento con las mosquiteras a los pies de la Mano de Fátima.

La Mano de Fátima, que daba nombre a la formación rocosa, era un símbolo de protección y buena suerte  en varias culturas de África del Norte y Medio Oriente. La pared de escalada tenía 625m de altura, pero nosotros solo pretendíamos caminar Al día siguiente subimos hasta la hendidura central de la montaña. Contemplamos el paisaje anaranjado del Sahel, vimos un pequeño poblado y volvimos a bajar rodeando la mano, mientras el sol nos castigaba.


En los alrededores había algunos poblados de la etnia Peul, también llamados Fulani, el pueblo nómada y pastoril más grande del mundo. También habitaban en Guinea, Camerún, Senegal, Níger, Burkina Faso, Benín, Mauritania, Sierra Leona, Togo y Chad. Las mujeres peul tenían tatuajes faciales característicos y algunas escarificaciones.





El entorno era el paisaje del Sahel, muy árido. Tenían chozas bajas y subsistían con pequeños rebaños de ovejas y cabras, y muchas carencias. Otros poblados tenían ganado vacuno, aunque no los vimos. Al llegar a uno de los poblados nos ofrecieron leche en el cuenco de una calabaza. Flotaban varias moscas en la superficie del cuenco y el anfitrión las retiró cuidadosamente con su mano. Nosotros les ofrecimos carne en lata. Fueron muy amables y generosos con nosotros, y nos dejaron entrar sus viviendas y conocer su forma de vida.


Viaje y fotos realizadas en 1991