jueves, 24 de mayo de 2012
UN POBLADO HIMBA
miércoles, 14 de octubre de 1998
EL PARQUE NACIONAL OMO
Levantamos el campamento y fuimos a visitar el Parque Nacional de Omo. Nos acompañó un chaval llamado Guele, armado con un fusil Kalashnikov. Por el camino encontramos muchos termiteros gigantes, alargados con la base ancha, y más altos que una persona. De vez en cuando se cruzaban pequeños antílopes y gallinas de guinea por la pista. También vimos aves planeando en el aire caliente. También encontramos grandes rebaños de bueyes y cabras, que invadían la pista y rodeaban nuestro vehículo. No se apartaban aunque tocaras el claxon, sabían que era su territorio. Etiopía era un país eminentemente agrícola y ganadero. Al llegar al río Omo había otro gran rebaño bebiendo.
Cruzamos el río Omo, de unos 500m de anchura, en una canoa hecha de un tronco de árbol vaciado. El agua era de color fangoso por el lodo que arrastraba, y la corriente tenía bastante fuerza. Alcanzamos la otra orilla, donde había una pequeña aldea. A partir de allí hicimos una caminata de 5km en el día más caluroso de todo el viaje, con temperatura de 40º. El paisaje era muy árido y seco, con una luz anaranjada.
Llegamos a otra aldea en un terreno plano y bastante seco, con varias chozas circulares. Estaban hechas con cañas troncos y algún trozo de uralita oculto entre las cañas. De algunas chozas donde cocinaban, salía un humillo.
Había algunas
chicas jóvenes peinadas con trencitas, con el pecho descubierto, y que se adornaban con collares, brazaletes en los
brazos y cintas en el pelo. Eran tímidas, pero nos mostraron el interior de las
chozas y accedieron a fotografiarse. Nos mostraron sus Borkotas, los reposacabezas
de madera que utilizaban para dormir y también como asiento. Los etíopes lo
solían transportar cogidos por el asa. La madera estaba labrada, con dibujos
geométricos que variaban según la tribu.
En el exterior de
las chozas, sobre una construcción elevada de troncos, almacenaban el mijo,
sorgo y maíz, para mantenerlo en alto fuera del alcance de los animales.
Utilizaban calabazas para guardar cosas, como en toda Etiopía. Fuera de
las chozas se veía poca gente, y no era extraño con el calor que hacía. Algunos
se agrupaban bajo la sombra de un árbol. Los hombres estaban trabajando en el
campo.
Al final de la excursión y al despedirnos de Guele, nuestro joven guardián del Kalsnikov, le compramos su borkota, que guardamos como recuerdo en casa. El Parque Nacional Omo era Patrimonio de la Humanidad. Fue curioso comprobar como aquellos pueblos mantenían su forma de vida tradicional, en unas condiciones bastante difíciles.
sábado, 10 de octubre de 1998
LOS DORZE Y EL P.N. NECHISAR
Partimos desde la
capital Addis Abeba hacia el sur para hacer una ruta por el P.N. Omo y Mago.
Pasamos por Tiya, donde se conservaban unas piedras funerarias con símbolos
e inscripciones. Paramos en Shashemene y Arba Minch, situada a los pies
de las colinas del Valle del Rift, entre dos grandes lagos, el lago Abaya y el
lago Chamo. El nombre de Arba Minch significaba en amharic “cuarenta
fuentes”.
Desde Arba Minch fuimos a Chencha, un pequeño poblado donde vivía la etnia llamada “dorze”. Sus chozas de cañizo tenían una forma característica que recordaba a un elefante visto de frente, con la trompa hacia abajo. Los niños nos rodearon en seguida, y nos acompañaron en el paseo. Entramos en una de las chozas. El interior estaba muy oscuro y tardamos en acostumbrar los ojos. Tenían una pequeña antesala, luego los utensilios de cocina y un camastro en el suelo.
En el interior de
otra choza vimos dos hombres trabajando en unos telares. Pasaban los
hilos blancos de algodón con habilidad y rapidez, y nos enseñaron una pieza
acabada con una cenefa de colores: era la pañoleta que se colocaban las mujeres
sobre la cabeza y el cuerpo.
Al día siguiente visitamos el Parque Nacional Nechisar era una de las mejores y más bonitas reservas de África. El primer tramo fue una pista de tierra atravesando un bosque, en el que vimos ardillas y algunos monos correteando. Los troncos de algunos árboles formaban una bóveda sobre la pista. Esta desembocaba en el lago Abaya y el lago Chamo. El lago Chamo era más pequeño, pero en su centro tenía un par de islas volcánicas. El color de las aguas iba del marrón fangoso a un leve rosado, según la luz. En las orillas vimos algún pescador.
Lo visitamos con un guardia del parque, armado con un fusil. Iba sentado a mi lado, y no sé si tendría el seguro puesto, pero con el traqueteo y los baches, me preguntaba si podría dispararse el fusil que llevaba en posición vertical y la trayectoria que seguiría la bala.
Nech significaba “hierba blanca” en amharic, y la inmensa llanura que se abría tras el bosque estaba llena de hierbas amarillentas y blanquecinas, salpicadas de acacias y otros árboles diseminados. Vimos algunas cebras, gacelas de Grant, algún antílope, gallinas de guinea, mariposas, pavos reales y aves. Creo que en el parque había 70 especies de mamíferos y 350 especies de aves. Disfrutamos poder bajar del coche y andar en silencio entre la hierba, cerca de las cebras.
Por la tarde dimos
un paseo en barca por el lago, y lo contemplamos desde el jardín arbolado del hotel
Bekele Molla, un bonito mirador.
sábado, 4 de diciembre de 1993
EL DR. LIVINGSTONE, UJIJI Y EL LAGO TANGANIKA
“Dr. David Livingstone, supongo”. La famosa frase fue pronunciada en Ujiji, el lugar donde se produjo el mítico encuentro entre Livingstone y Stanley. Ujiji, en Tanzania, era uno de los pueblos más antiguos de África y el principio de la antigua ruta del marfil.
Era un pueblecito agradable, con casas de adobe y rejados de cañizo, con alguna uralitas oxidadas. A las puertas se asomaban los niños para gritarnos “Mwzungu, mwzungu!” (blanco, en swahili). Los caminos de tierra roja serpenteaban entre la hierba verde donde crecían grandes mangos, plataneros, el estilizado árbol de la papaya y cientos de palmeras.
Seguimos uno de aquellos
caminos de tierra roja, y los niños nos señalaron la dirección que debíamos
tomar para llegar al lugar donde se encontraron Stanley y Livingstone. Era un
jardín frondoso en el que crecían dos enormes mangos, bajo los que dicen se
sentó Livingstone a meditar, con un pequeño museo. El museo tenía
cinco o seis cuadros de estilo casi naif reproduciendo escenas de la biografía
del explorador. Junto a los cuadros dos estatuas de cartón-piedra de tamaño
mayor que el natural, representaban a ambos aventureros saludándose. Por supuesto nos hicimos una foto para
inmortalizar nuestro encuentro con Livingstone y Stanley.
Livingstone fue mi
inmejorable compañero literario de viaje. Su libro "El último
diario del doctor Livingstone" me hizo sufrir y disfrutar con él,
era un testimonio único.
David
Livingstone (1813-1873) fue
un explorador británico que fue enviado a África por la Sociedad Misionera de
Londres. Se adentró en el desierto de Kalahari, la cuenca del Zambeze, buscó las fuentes del Nilo y exploró la
región del lago Tanganica, donde le encontró Stanley. Al final fue otro
aventurero, Richard Burton, quien
descubrió las fuentes del Nilo.
Henry Stanley (1841-1904)
fue
un periodista y explorador británico que en 1871 emprendió viaje a Tanganica en
busca de Livingstone. Descubrió otra fuente del Nilo en el lago Victoria y también
exploró el Congo.
El lago Tanganica, estaba cercano. Encontramos una playa de arena dorada, con
barcas de pescadores, y un lago tan grande que parecía el mar. Se perdía en el
horizonte. Leímos que era el segundo lago más grande del mundo en volumen,
después del lago Baikal en Siberia. Aunque por superficie era más
grande el lago Victoria. Era de color azul intenso y tenía oleaje. Nos
quedamos a contemplar la puesta de sol. Salían las barcas de los pescadores y
veíamos sus siluetas recortadas contra el horizonte. Pensé que aquella misma
escena habría sido contemplada por la mirada de Livingstone.
martes, 29 de octubre de 1991
LA MANO DE FÁTIMA
En la ruta por Mali
quisimos ver la formación rocosa llamada Mano de Fátima, a pocos
kilómetros de la población de Hombori. Era imponente y anaranjada, en
medio del paisaje del Sahel, con picos como dedos elevándose hacia el
cielo. Llegamos al atardecer y montamos el campamento con las mosquiteras a los
pies de la Mano de Fátima.
La Mano de Fátima, que daba nombre a la formación rocosa, era un símbolo de protección y buena suerte en varias culturas de África del Norte y Medio Oriente. La pared de escalada tenía 625m de altura, pero nosotros solo pretendíamos caminar Al día siguiente subimos hasta la hendidura central de la montaña. Contemplamos el paisaje anaranjado del Sahel, vimos un pequeño poblado y volvimos a bajar rodeando la mano, mientras el sol nos castigaba.
En los alrededores
había algunos poblados de la etnia Peul, también llamados Fulani, el
pueblo nómada y pastoril más grande del mundo. También habitaban en
Guinea, Camerún, Senegal, Níger, Burkina Faso, Benín, Mauritania, Sierra Leona,
Togo y Chad. Las mujeres peul tenían tatuajes faciales característicos y algunas escarificaciones.
El entorno era el
paisaje del Sahel, muy árido. Tenían chozas bajas y subsistían con
pequeños rebaños de ovejas y cabras, y muchas carencias. Otros poblados tenían
ganado vacuno, aunque no los vimos. Al llegar a uno de los poblados nos
ofrecieron leche en el cuenco de una calabaza. Flotaban varias moscas en la
superficie del cuenco y el anfitrión las retiró cuidadosamente con su mano.
Nosotros les ofrecimos carne en lata. Fueron muy amables y generosos con
nosotros, y nos dejaron entrar sus viviendas y conocer su forma de vida.