La ciudad costera
de Nha Trang era deliciosa. Tenía muchos tuk-tuk, los triciclos que trasladaban
a los vietnamitas al mercado, la escuela y los alrededores. Allí viajé por
primera vez en 1993, volví en 2001, comí baguettes con quesitos “La
vache qui rit”, bebí cerveza San Miguel y celebré el Tet, el año nuevo lunar
vietnamita.
La playa tropical de Hon Chong tenía muchas palmeras, arena blanca y aguas turquesas del Mar del Sur de China. Los míticos “mares del sur”. Estaba bordeada de cocoteros que se arqueaban hasta la orilla. La franja de costa era bastante montañosa; allí estaba el promontorio de granito de Hong Chong, y en la línea del horizonte se veían varias islas.
En la playa había
vendedoras de cocos, cangrejos hervidos y fruta. Lo transportaban a la manera
tradicional vietnamita, en cestos llevados en equilibrio con la vara apoyada en
los hombros.
Alquilé una bicicleta por unos pocos dongs para recorrer los alrededores. Crucé dos puentes sobre el río Cai. En uno de ellos se veían los palafitos bordeando las orillas, y desde el otro se veían cientos de barcos pintados de azul y rojo.
Llegué a las Torres Cham o Templo Ponagar, de influencia hindú. Eran torres piramidales de piedra rojiza, con una capilla en el interior, donde estaba el altar. Una de ellas guardó en el s. X un lingam (pene) de oro de Buda, pero lo robaron los khmers rojos de Camboya. El lingam que encontré era de piedra. Las torres se erigieron en del s. VII y XI, y en ellas tanto los budistas vietnamitas como los chinos hacían ofrendas según sus respectivas tradiciones.
Por la tarde fui
caminando por la playa hasta el Obelisco, construido en memoria de la
guerra. Por todo Vietnam se veían muchos de aquellos obeliscos, rodeados de
tumbas.