En
Mongolia los ríos son femeninos, se nombran como madre. Y el desierto,
el gran Desierto de Gobi, es
masculino. Habíamos volado hasta Dalanzadgad en un trayecto de hora y
media, para ahorrarnos doce horas de carreteras y pistas mongolas.
Alli contratamos un jeep para recorrer el desierto, con dos australianos de Melbourne. Nos alojamos en un pequeño campamento de gers frente a las dunas de Khorgoryn Els.
Alli contratamos un jeep para recorrer el desierto, con dos australianos de Melbourne. Nos alojamos en un pequeño campamento de gers frente a las dunas de Khorgoryn Els.
Al atardecer dimos un
paseo en camello. Eran camellos bactrianos,
de dos gibas, a diferencia de los dromedarios que sólo tienen una giba. No
costaba imaginarlos en el pasado
formando las caravanas que comerciaban
en la Ruta de la Seda, los llamaban “barcos del desierto”. Antes de
subir mi camello me saludó con un excremento verde pastoso en la bota, y
durante todo el trayecto no paró de girar la cabeza para sonarse los mocos o
rascarse. Leímos que podían pasar dos
semanas sin beber y un mes sin comer, y que cuando estaban sedientos podian
beber 250 litros de una sola vez! Además, con el pelo de los camellos hacían
cuerdas y con sus excrementos se encendía el fuego de las cocinas, así que
resultaban unos animales muy útiles.
Las dunas
de Khorgoryn Els
se extendían a lo largo de 12km. Las llamaban dunas cantarinas por el ruido que hacían cuando la arena se movía con el viento. La más alta
tenía trescientos metros de altura y costaba un montón subir porque la arena se
derrumbaba. En la cresta la recompensa era contemplar el mar de dunas del gran
desierto. Lo divertido fue bajar como si estuviésemos esquiando.
El desierto también era un paisaje a tramos sorprendentemente verde con matojos de flores lilas y colinas verdes. Lo imaginábamos todo más seco. Vimos muchas manadas
de caballos libres y rebaños infinitos. Recorrimos dos cañones, el de Yoly Am una estrecha garganta llena de pequeños roedores que nos salían al paso correteando, y el de Bayanzag, de rocas rojizas.
de caballos libres y rebaños infinitos. Recorrimos dos cañones, el de Yoly Am una estrecha garganta llena de pequeños roedores que nos salían al paso correteando, y el de Bayanzag, de rocas rojizas.
Cenamos a la luz de las velas y mientras contemplábamos un cielo repleto de estrellas imaginamos las caravanas de camellos cargados con ricas mercancías que habrían recorrido aquel desierto mítico.
© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego