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martes, 3 de junio de 2025

EL VALLE DE NUBRA

El Monasterio Diskit se erigía escalonado sobre una colina. Se fundó en el s. XIV y era tributario de Thiksey. Pregunté cuántos monjes vivía allí y me dijeron que unos 50. Subimos sus escaleras flanqueadas por ruedas de oración. El patio era magnífico, con edificios con las ventas trapezoidales con cortinillas amarillas, porches con columnas rojas de madera y murales, y el mástil central con una banderola con inscripciones budistas ondeando.



Vimos el interior de cuatro templos del complejo. Nos gustó la sala de meditación con timbales verdes y las thankas colgantes. Allí celebraban las ceremonias tocando los shankas, las grandes y pulidas caracolas utilizadas como instrumentos. Tambíén nos gustaron las cocinas del monasterio, con todos sus utensilios y recipientes, mesitas y una cristalera con vistas al valle.

Se veía también la gran Estatua de Maitreya, de 32m de altura, dominando el paisaje. En el interior de la estatua visitamos el Museo, con más imágenes y estatuas con ofrendas de billetes y estatuas de mantequilla. Un monje vigilaba el recinto.




Dormimos en una homestay en Hunder, a 3.125m de altitud. Era la segunda población de Nubra después de Diskit (1.850 habitantes).

Al día siguiente fuimos a ver las dunas cercanas, donde estaban los camellos bactrianos, de dos gibas. Eran los que formaban las caravanas de la Ruta de la Seda. En el pasado Ladakh fue un importante cruce de caravanas de Asia Central. Encontramos un grupo numeroso de unos cien camellos. Estaban ensillados con telas de colores. Las gibas no eran muy grandes y se les veía poco pelo. Tal vez lo estaban perdiendo de cara al verano. Contratamos un paseo en camello por las dunas. 






Vimos el río Shyok, que en otro tramo se cruzaba con el río Nubra. Luego visitamos el Samstanling Gompa en Sumur, del estilo de los otros monasterios, con un bonito patio. En la sala de oraciones empezaron a llegar los monjes y nos invitaron a tomar té tibetano con mantequilla. Había un grupo de unos siete niños monjes. Tocaron el gong y se iniciaron los cánticos. Pudimos escucharlos sentados detrás de los monjes, con sus voces graves. Lo especial fue presenciar la ceremonia de rezo con los monjes, un ritual ancestral.









miércoles, 14 de febrero de 2024

EL OASIS DE TERJIT

Una de las primeras etapas en el viaje por Mauritania fue el oasis de Terjit. Llegamos desde Atar, a solo 45km, en un trayecto de una hora en transporte público, en las furgonetas de 14 plazas.

El oasis estaba ubicado en lo que llamaban un wadi, el cauce seco de un río, y encajado entre imponentes montañas de arenisca. Tenía manantiales naturales y su palmeral ofrecía sombra fresca. Durante siglos las caravanas que viajaban por la ruta transahariana lo utilizaban como lugar de descanso. 


Nos alojamos en el Chez Jemal, un campamento con las mejores vistas del valle y sus montañas. Tenía varias tiendas entre palmeras, y una pequeña piscina, tipo balsa, donde nos refrescamos del calor del día, con temperatura de 38°. El baño fue una delicia.


Tras el baño fuimos a caminar por el oasis. Entramos por un sendero sombreado entre altas palmeras. Se oía el rumor del agua. De la roca brotaba un manantial que desembocaba en varias pozas. Nos bañamos en ellas, aunque tenían poca agua.



En la pared rocosa el agua había formado gruesas estalactitas que goteaban sin cesar. Nos instalamos en las colchonetas de una jaima junto al manantial. Allí reposamos, escribimos, sesteamos, y tomamos dátiles y té al estilo mauritano, azucarado y con menta. Fue una delicia el día en el oasis 


martes, 28 de febrero de 2023

ASIR Y RIJAL ALMA


El Parque Nacional Asir tenía paisajes espectaculares, con montañas cubiertas de enebros, y varias poblaciones dispersas. Incluía el monte Jebel Soudah, la cima más alta del país, con 2925m por encima del valle de Sarawat. Fue el primero de Arabia Saudí, creado en 1987, y tenía 4.500km2. Se extendía desde el desierto al este hasta el Mar Rojo. Decían que era uno de los últimos refugios del amenazado leopardo de Arabia. Leopardos no vimos, pero sí cientos de papiones.

Los papiones o babuinos estaban en los miradores, a lo largo de la carretera. Los machos eran tremendos, con un largo y espeso pelaje gris claro. Se parecían a los monos de Jigokudani, en las pozas de agua termal en Japón. Estaba prohibido darles de comer, pero la gente que paraba les daban plátanos, galletas y cualquier cosa. Las hembras caminaban llevando sus crías agarradas boca abajo.


El pueblo Al Habala estaba colgado en las montañas y era accesible en teleférico. Antaño solo se podía llegar a través de escaleras de cuerdas (habal), de ahí el nombre. Lo construyó la tribu Khatani hacía más de 370 años, para evitar los ataques otomanos. Estaba formado por casas de arenisca en un saliente 400m por debajo de un acantilado. Vimos las instalaciones del teleférico, que funcionaba a partir de mayo. En el mirador admiramos el paisaje de montañas superpuestas ante nosotros.




Desde Abha a Rijal Alma solo había 30km, pero tardamos casi dos horas en llegar, por la carretera y por las paradas para ver las montañas y los babuinos. Era una carretera de conducción peligrosa, con curvas pronunciadas y un desnivel de 2000m. 

El pueblo Rijal Alma estaba al fondo del valle, con casas por la ladera de la montaña. El pueblo fue fundado en el s.VIII y destacó como una importante parada de las caravanas que conectaban Yemen con el resto de la Península Arábiga y los puertos del Mar Rojo. También fue parada de peregrinos que iba a la Meca. Las tribus de Rijal Alma eran famosas por su fuerza, consiguieron derrotar a las tropas del Imperio Otomano en 1825 y obligaron al sultán a aceptar la independencia de la región de Asir. Con el tiempo Rijal Alma perdió relevancia y sus habitantes se trasladaron a casas modernas, mientras las viviendas tradicionales se desmoronaban poco a poco. Hasta que en 1985 decidieron restaurar el centro histórico del pueblo que lucía en todo su esplendor.





Llegamos a una gran plaza y ante nosotros se extendía la panorámica del pueblo con sus casas de adobe y piedra escalonadas. Las casas tenían puertas y ventanas con marcos ribeteados de blanco, y pintadas de naranja, azul, verde y amarillo. Callejeamos y subimos a varios niveles, con terrazas escalonadas. Las casas tipo fortificación, de cuatro pisos de altura, recordaban la arquitectura tradicional del cercano Yemen, en guerra. El pueblo era pequeño y estaba deshabitado, aunque alrededor había otras casas habitadas. La Mezquita cercana llamó a la oración y vimos como acudían grupos de hombres. No gustó escuchar el canto del muecín en el silencio del valle.


Visitamos el Museo Regional de Asir. Era una casa de cuatro pisos, con puertas y escaleras pintadas de verde. Otras puertas estaban decoradas con motivos geométricos. En las diferentes habitaciones se exhibían joyas de plata, armas, algún traje, libros en atriles, fotos antiguas, teteras y recipientes. Desde su azotea se contemplaba el pueblo y las montañas de alrededor. Rijal Alma tenía mucho encanto, parecía de cuento oriental y no costaba nada imaginarlo en los tiempos de esplendor de las caravanas. La región de Asir fue nuestra última etapa en el viaje por Arabia Saudí, un país muy interesante y sorprendente, lleno de contrastes y belleza.






sábado, 21 de enero de 2017

LAS SALINAS DEL LAGO ASSAL



La llegada al Lago Assal en Djibouti fue impactante. Pasamos la Bahía de Goubet (Bahía del Demonio), que se extendía serena y azul. El entorno era árido y pedregoso,  y de repente apareció el lago bajo la carretera. El lago Assal estaba en un cráter rodeado de volcanes dormidos, en una depresión a 155 metros bajo el nivel del mar. Era el punto más bajo de África y el tercero del mundo después del Mar Rojo y el Lago Tiberíades en Oriente Medio. Tenía una superficie de 52 km2.



Lo que más destacaba del lago eran sus aguas verde esmeralda y azul turquesa, rodeadas de salinas de un blanco deslumbrante. Porque era un lago salado, sin peces, ya que la vida no era posible en él. El agua contenía diez veces más sal que la del Mar Muerto. La sal y la piedra caliza formaban playas de media luna. El paisaje provocaba una sensación de grandeza y desolación.



Nos acercamos a la orilla y probamos el agua. La temperatura exterior era de 30º y el agua era cálida. El suelo era una superficie de pequeñas aristas, cristales de sal cortante que crujía con nuestras pisadas. Íbamos con sandalias porque descalzos no hubiera sido posible. Nos mojamos hasta media pierna, al salir y secarnos se formó una costra de sal blanca en la piel. La sal era tan blanca que a veces parecía nieve.



Un hombre solitario picaba el suelo y colocaba la sal en sacos que luego transportarían los dromedarios de una sola joroba, en ruta hacia Etiopía. Habíamos visto algunos en el trayecto. Las salinas habían sido excavadas durante siglos por los nómadas Afar que comerciaban con ella en largas caravanas. Al despedirnos del lago imaginamos como sería formar parte de una caravana en la Ruta de la Sal.