Desde Sibu
fuimos en barca a Kapit, con un barquero llamado Aki. Primero navegamos
por el río grande principal, el Batang Rajang, y luego nos metimos por el
afluente Batang Balleh. En las orillas había dos muros de vegetación densa y
los árboles estaban forrados de verde hojarasca.
Llegamos a un palafito longhouse, la casa comunal donde dormimos. En la casa alargada vivían varias familias, y tenía un porche común. Era una casa antigua tradicional. La madera se veía gastada con el color gris que proporcionaban muchos años de lluvias monzónicas. Estaba junto al embarcadero, y desde la habitación veíamos el río.
Había electricidad
por un generador que se encendía a las seis, cuando oscurecía, hasta las
diez en punto de la noche. Tenían cocina de leña y también una encimera de gas.
En grandes vasijas guardaban el arroz. En un rincón tenían una balanza y una
vieja máquina de coser Singer. En otro guardaban una escopeta de caza y
machetes. Antiguamente los Iban eran guerreros cortadores de cabezas. Vivían
de la caza y la pesca. Vimos como desenredaban y cosían las redes de pesca, en
el embarcadero.
Cenamos sentados
en esteras en el suelo: pescado asado, con verduras y arroz de acompañamiento,
y de postre lichis. Las esterillas las elaboraban las mujeres. Se puso a llover con fuerza y comentaron que hacía unos
años el agua del río llegó hasta el nivel de la casa donde estábamos. Y eso que
era un palafito, construido sobre pilotes altos. Las lluvias monzónicas y las
crecidas del río eran una amenaza para ellos.
Después de la cena
salimos al porche, nos sentamos en las esterillas y se nos unieron los vecinos
a charlar. Solo Aki y otro chico joven hablaban un poco de inglés; los otros
solo hablaban el bahasa malayo. Pero conseguimos entendernos. Una mujer que
estaba a mi lado mascaba nuez de betel. Los niños curioseaban y alborotaban por
allí. Tuvimos los mejores anfitriones y fue una buena experiencia.