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martes, 15 de octubre de 2019

TIMBHU, LA CAPITAL DEL REINO

Timbhu era la capital del reino de Bután. Los edificios tenían puertas y ventanas de madera tallada, y la fachada decorada con dibujos de animales: tigres, carneros, dragones y serpientes.

En una rotonda había un guardia urbano uniformado y con botas blancas, dirigiendo el tráfico. Decían que era el único "semáforo" del país.





 

El traje tradicional de los hombres era el “go”, una especie de batín corto de cuadros, que llevaban con calcetines largos y zapatos. Todos los funcionarios y los que trabajaban para el turismo debían vestir por ley el traje tradicional. Las mujeres vestían la “kira”, una chaquetilla de seda y falda larga.

La Biblioteca Nacional conservaba textos y manuscritos budistas antiguos. El edificio era bonito, en el primer piso estaba la biblioteca de consulta de libros, con poca gente. En la planta superior estaban los libros sagrados, rectangulares, con tapas de madera y cubiertos con telas amarillas y verdes para protegerlos, como en las bibliotecas de los monasterios budistas. No pudimos fotografiarlos.


 

Visitamos la Escuela de Artes y Oficios entramos en clases donde los alumnos trabajaban la madera, piedra, metales y textiles. Dibujaban, esculpían la piedra con cincel, tallaban la madera o bordaban y cosían con máquinas Singer o de marcas chinas. En cada aula había un panel con los nombres de los alumnos y emoticones para expresar su evolución. Nos dijeron que todas las clases eran gratuitas. La educación y la Sanidad en Bután eran gratuitas. 

                                



          

Por la tarde visitamos el Museo Folklórico, una casa tradicional en tres niveles: la planta baja para el ganado (vacas y cerdos), la segunda para la familia, con cocina y dormitorios, y la tercera para almacén de granos y provisiones. El museo reunía toda una colección de objetos tradicionales, textiles y calzado. Interesante. Y para acabar el día vimos una competición de tiro al arco, el deporte nacional en Bután.




sábado, 18 de agosto de 2018

TRANSIBERIANO 5. EL LAGO BAIKAL Y LA ISLA OLKHON

En la ruta del Transiberiano, desde Irkutsh fuimos al Lago Baikal, en la región de Siberia Oriental. El lago era el más antiguo y profundo del mundo, con 25 millones de años de antigüedad y 1680m de profundidad. De 636km de largo, 80km de ancho, con un área de extensión comparable a Bélgica. Contenía el 20% de agua dulce de todo el planeta. Los científicos estudiaron que si se agotaran todas las reservas de agua de la tierra, con el agua del Baikal podrían vivir 7000 millones de personas durante 40 años. Era el último reducto y Patrimonio de la Humanidad. 

Lo alimentaban 386 ríos. El más caudaloso era el río Selanga, que procedía de Mongolia. El lago desaguaba en un solo río, el Angara. La pesca era la principal actividad de las poblaciones del lago, se había identificado 52 especies de peces. Sus aguas se usaban para tratamientos médicos, ya que eran ricas en oxígeno y con escasa presencia de sales minerales.


El lago tenía treinta islas dentro. Un ferry nos llevó hasta la isla Olkhon, la tercera isla lacustre mayor del mundo. Estaba considerada uno de los lugares más sagrados de Asia para los pobladores buriatos, y eran uno de los polos de energía chamánica. 

Al llegar seguimos por una pista terrosa hasta el pueblo Khuzir, la “capital” de la isla, con 1200 habitantes. Nos alojamos en el Nikta’s Homestead. Lo construyó un ex campeón ruso de tenis de mesa. Nos encantó el complejo de cabañas de madera con adornos de carpintería, entre hiedra y flores por todas partes. Las habitaciones estaban decoradas con petroglifos, adornos étnicos y estufas de madera. Precioso y muy acogedor.





En la Shaman Rock había un árbol repleto de tiras de colores, plegarias que se ofrecían a los dioses. También había un grupo de 13 postes verticales, envueltos en tiras de colores, los llamados “Trece señores de Olkhon”, venerados por los buriatos. Caminamos por los senderos. La roca quedaba en un extremo del lago frente a una playita de arena con forma de media luna. Allí nos bañamos, aunque brevemente porque el agua estaba muy fría.




Visitamos el Museo de Historia en una cabaña, con dormitorio y cocina. En los años 50 el director de la escuela N.M. Reviakina, ayudado por un grupo de estudiantes reunió cientos de objetos de uso cotidiano en otras épocas. Había quinqués, ruecas, botellas, samovares, botas de piel, vestidos, pellizas, cofres, sombreros, un acordeón, una máquina de coser y de escribir, un piano...Se exhibían utensilios agrícolas como yugos, arneses, herraduras, sierras, muelas, cedazos, cestas. Había fotos de los pescadores del lago Baikal, latas de conserva de Omul, el pescado propio del lago, y una colección de plantas y animales disecados. Muy interesante.



Al día siguiente contratamos una excursión con barco. El barco nos llevó al extremo norte de la isla. Fuimos costeando la isla, viendo sus acantilados rocosos. Nos seguían las gaviotas y les dimos pan, con lo que se arremolinaban alrededor del barco y se disputaban los pedazos de pan. El sol iluminó las rocas de la costa tapizadas de un verde suave, casi amarillento. Había colinas bajas, bosques de abetos y algunas playas. Comimos en el camarote del barco, ensaladas y sopa de pescado muy rica. 

Pasamos por la roca que llamaban “Tres hermanos”. Nos contaron la leyenda de una chica que se enamoró de uno de los hermanos y se fugó. El padre envió a los hermanos a buscarla transformados en águilas. Pero los hermanos volvieron y mintieron al padre, diciendo que no la habían encontrado. El padre descubrió la verdad y los transformó a los tres en rocas.








Otro punto del trayecto en barco fue Placa Peschanoa, donde estaba la prisión en los tiempos de la época soviética. La verdad es que era una bahía bonita con una playa, un emplazamiento curioso para una cárcel de terrible historia.

Llegamos al punto norte llamado Khoboy, el extremo de la isla. Y vimos el Pico del Amor. Desembarcamos después de cuatro horas de trayecto en barco. Unas furgonetas tipo tanquetas nos llevaron a varios miradores a los pies de los acantilados con vistas impresionantes del lago. En uno de ellos vimos a unos niños practicando el tiro al arco.




domingo, 4 de febrero de 2018

EL PUEBLO ANTIGUO DE AL HAMRA




En el pueblo antiguo de Al Hamra las casas eran de adobe y altas, de dos o tres pisos. La mayoría estaban en estado ruinoso. Quedaban pocos pueblos así en Omán, otro similar era Misfat en la montaña. Los omaníes preferían vivir en la parte nueva, en los chalets de construcción moderna, aunque por lo menos la arquitectura conservaba su sabor árabe manteniendo las casas bajas, colores arenosos y ventanas arqueadas.




Las ruinas de Al Hamra con sus viejas puertas de madera con adornos de latón gastado tenían su estética. La joya del pueblo era la casa que habían transformado en Museo, para mostrar la forma de vida tradicional. A la entrada tuvimos que descalzarnos. Todas las habitaciones tenían altos techos, estaban alfombradas y tenían coloridos cojines alrededor para apoyarse. La sala principal tenía vigas de madera pintada en el techo y ventiladores. Grandes baúles de madera decoraban la estancia. Las paredes tenían hornacinas con vasijas, teteras, calabazas, quinqués y todo tipo de recipientes y objetos de uso cotidiano en la época.




Tres hombres jóvenes y sonrientes eran los anfitriones. Llevaban sus túnicas blancas llamadas dishdashas impolutas y casquetes o turbantes, con una elegancia natural. Nos invitaron a tomar té con dátiles y conversamos con ellos sobre la vida en Omán. En alguna habitación había fotos antiguas que mostraban como hacían melaza con los dátiles hirviéndolos en un gran caldero. Nos enseñaron la casa donde había tres mujeres vestidas con pañuelos de colores y haciendo diferentes tareas: una cocinando frente al fuego, otra tejiendo cestas y otra elaborando una pasta naranja de sándalo y azufre de uso cosmético, con la que me untó la frente.


La casa tenía infinidad de detalles y no nos cansábamos de curiosear. Era fácil imaginar la vida de una familia tradicional omaní. Nos encantó la visita.



© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego

jueves, 17 de agosto de 2017

LAMBARÉNÉ

 

La pequeña población de Lambaréné en Gabón, estaba en una isla en medio del río Ougué. La formaban tres partes diferenciadas: la isla central Ile Lambaréné, la orilla izquierda (Rive Gauche) y la orilla derecha (Rive Droite). Estaban unidas por dos grandes puentes y conectadas con piraguas que hacían el trayecto. Las orillas del río Ougué tenían una vegetación selvática. Eran auténticos muros de verdor, un denso entramado de árboles con los troncos envueltos en verde hojarasca. 

En la Rive Gauche estaba el Hospital Albert Schweitzer’s, dedicado a la investigación de la malaria y la tuberculosis. Fue fundado por el médico suizo en 1913, y trabajó en él hasta su fallecimiento en 1965. Era una figura querida y respetada en Gabón, y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1952. El hospital era un gran recinto junto al río con numerosos pabellones de madera blanca entre jardines. Estaba diseñado como un pequeño pueblo, donde las familias de los enfermos se instalaban en aquella época, y convivían incluso meses. Algunos pagaban la estancia con trabajos de mantenimiento, cocina, ayuda a los pacientes, jardinería o cualquier tipo de colaboración, 



El pabellón del Museo mostraba fotos antiguas del doctor Schweitzer con sus enfermeras, pacientes y ayudantes en diferentes épocas. También durante la construcción y mejoras del hospital. Su habitación tenía un piano y estaba repleta de libros, microscopios, un escritorio en el que había una Biblia (él era protestante), varias fundas de gafas y objetos cotidianos. Se conservaba el antiguo hospital con la sala de examen con camilla, de radiología, de partos, nursery con cunas, el quirófano y la farmacia con sus botes de cristal.  


Era un lugar histórico y con encanto. Nos alojamos en las habitaciones del recinto, coquetas y económicas, por solo 20 euros. Eran de estilo colonial con cama con dosel y mosquitera, butacones con cojines, ventilador, suelos de madera oscura y paredes de tablones blancos, con porche. Un tranquilo rincón  en medio de la selva que transmitía paz.



Hicimos una excursión en piragua durante cinco horas. De vez en cuando asomaba el tejadillo de alguna cabaña y nos cruzábamos con alguna piragua de remo o de motor, cargada con sacos y mercancías. Fuimos a una misión protestante semi abandonada, donde todavía vivían treinta personas. Quedaban las casas de ladrillo ocre, de buena construcción y en buen estado. Conocimos a varias mujeres de la familia Pasteur. La zona estaba ajardinada y era un recinto muy agradable. Lo que daba pena era la escuela y el hospital, abandonados desde que murió el último misionero que se ocupaba de la misión. La escuela conservaba los pupitres y las pizarras con escritos de tiza. La Iglesia de la misión estaba en perfecto estado, pero el hospital estaba completamente vacío, y aunque la estructura estaba bien, algunos pájaros habían construido nidos en las habitaciones. 




Tras visitar la misión fuimos a una zona del río donde estaban los hipopótamos. Oímos sus resoplidos y vimos como expulsaban el agua como un surtidor. Asomaban los ojos y las orejas rosadas sobre la superficie del agua, y sacaban la cabeza en breves momentos. Navegamos por el Lago Onagwe, donde el río se abría y contemplamos una enorme superficie de agua. Nuestra barca era diminuta en aquella inmensidad.