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sábado, 16 de abril de 2016

LAS CALLES DE TRINIDAD

Trinidad era otra de las bonitas ciudades coloniales cubanas. Considerada un museo al aire libre y Patrimonio Mundial. Se fundó en el s.XVI y prosperó gracias a las enormes fortunas azucareras amasadas a principios del s. XIX en el Valle de los Ingenios. Sus calles adoquinadas tenían casas de planta baja de colores, con grandes ventanales con rejas y tejadillos de tejas rojas.

Era una ciudad tranquila y callejeamos por los alrededores. Los edificios de la Plaza Mayor eran más nobles, casonas y palacetes de dos plantas con balconadas. Uno era el Palacio Ortiz y otro el Museo de Arquitectura. Visitamos el Palacio Ortiz, construido por un español que fue alcalde de Trinidad. Conservaba frescos originales de 1820 en sus paredes y albergaba una Galería de Arte con pinturas de varios artistas.

En el Palacio Cantero estaba el Museo Municipal dedicado a la historia de la ciudad y su lucha por la independencia. En las diferentes salas de comedor, dormitorio y cocina exhibía mobiliario de la época, armarios, baúles, porcelanas, vajillas. Fue el museo que más nos gustó.





La torre amarilla de la Iglesia de la Santísima Trinidad sobresalía entre los tejadillos rojos. Subimos a la torre para contemplar las vistas de la ciudad, con tejados rojos entre palmeras. En el convento de la misma iglesia estaba el Museo de los Bandidos, que exhibía fotos mapas, armas y otros objetos relacionados con el combate contra las diversas bandas contrarrevolucionarias que operaban en la Sierra de Escambray entre 1960 y 1965.

Había fotos de los grupos guerrilleros con Fidel, el Che y Camilo Cienfuegos. Y objetos de los guerrilleros como cantimploras, prismáticos y hasta la hamaca donde durmió el Che.






La Casa Templo de Santería Yemayá estaba dedicada al orisha, el dios yoruba del mar. En la entrada tenía una muñeca negra vestida de blanco, como una santera, y un altar con otra figura negra con ropajes blancos y azules, y ofrendas.

Los restaurantes tenían encanto, casi todos con patios interiores con plantas y porches. Uno de ellos tenía una ceiba centenaria con un tronco enorme. Otro era una casa-museo, con mobiliario, vajillas y porcelanas antiguas.  Cenamos en el dormitorio, junto a una gran cama de matrimonio. En muchos restaurantes podía escucharse música en directo. La música era parte importante de la cultura cubana.

Las escaleras de la Casa de la Música estaban bordeadas de terrazas repletas de gente tomando algo y escuchando música. Por la noche había mucho ambiente.






Vimos las ruinas de la Iglesia de Santa Ana, que solo conservaba la fachada. Nos alojamos en la casa colonial de Marisela y Gustavo, que nos enamoró al verla. Fachada azul y blanca, con altos ventanales con rejas, techos altos, mobiliario antiguo con mecedoras y patio con plantas.



Otro día fuimos al barrio Tres Cruces, más popular. La gente estaba sentada en la puerta de sus casas, tomando el fresco. Nos saludaban y era fácil entablar conversación. Por las calles adoquinadas transitaban campesinos guajiros con sus caballos y se veían algunos coches antiguos.

Trinidad tenía otros atractivos, desde allí hicimos una excursión al Parque Natural de Topes de Collantes y a la Playa Ancón..





sábado, 20 de agosto de 2011

RECUERDOS DE SAN PETERSBURGO



Desde una de las torres vigías de la Fortaleza de Pedro y Pablo se veía la gran fachada del Palacio de Invierno del Ermitage en la orilla del río Neva. Estábamos en San Petersburgo. Imposible resumir las impresiones de una ciudad con tanta historia y leyenda, la ciudad más europea de Rusia, construida por Pedro el Grande. Considerada Patrimonio de la Humanidad.
El Museo del Ermitage, con sus palacios pintados de verde y blanco, era una maravilla. Se podían pasar días enteros admirando sus estancias y obras de arte, contenido y continente. Nos cautivó la Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada. Estaba al final de uno de los canales que cruzaban la calle Nevsky, y era una fantasía de cupúlas y colores, con pinturas murales exteriores.


La Nevsky Prospekt o Perspectiva Nevsky era la calle más famosa de Rusia, y decían que la de trazado más perfecto. Leímos que “al comienzo de la década de 1900 era uno de los bulevares más esplendorosos de Europa, con caminos adoquinados y una vía en el centro para los tranvías tirados por caballos”. Si antes había tranvías tirados por caballos, hoy había trolebuses, como en Moscú.
Recorrimos sus 4 km. desde el Almirantazgo hasta el Monasterio de Alejandro Nevski. Junto al Monasterio visitamos el cementerio con tumbas de escritores como mi admirado Dovstoievski, y músicos como Chaikovski, Rimbski-Kórsakov, Borodin… Después de ver la tumba de Dovstoievski quisimos ver la casa donde escribió “Crimen y Castigo”, una de las veinte donde vivió. Estuvimos en la plaza Sennaya, por la que pasaba el atormentado Raskolnilov después de haber asesinado a la vieja avara. También visitamos otra de sus casas museo, y vimos su gabinete con su mesa y sus objetos de escritorio.




Tras el recorrido literario decidimos coger un barco por los canales del río Neva. Durante el trayecto contemplamos las fachadas de Palacios y edificios clásicos de colores rosados y amarillos ocres, con la luz dorada del atardecer. Por momentos nos parecía estar en Venecia. Pero algún cartel con alfabeto cirílico nos devolvía a Rusia, a esa Rusia mítica que nos atrapó.


© Copyright 2011 Nuria Millet Gallego

viernes, 16 de mayo de 2008

MÁS TESOROS DE PETRA

 


Seguimos caminando por la calle de las Fachadas, donde las montañas estaban horadadas. Eran tumbas y casas de los nabateos, los antiguos pobladores. Llegamos al Teatro de forma semicircular, que tenía más de mil años. Leímos que tenía capacidad para 3000 personas, en hileras de 45 asientos.

Exploramos todas las tumbas reales: la de la Urna, la de la Seda, la corintia y la del Palacio. Subimos y bajamos escaleras y entramos en los recintos interiores, donde se agradecía la sombra fresca. En el centro de Petra había una antigua calzada nabatea con columnas, las ruinas del Palacio Real, del Gran Templo y del Templo de los leones alados. No dejaban de sorprendernos las tonalidades rosadas de las rocas y sus coloridas vetas.



















Por la tarde emprendimos la ascensión al Monasterio. El sendero excavado en la roca tenía más de 800 escalones. El Monasterio era inmenso, de 50m de ancho por 45m de altura. Era casi más impresionante que El Tesoro. Tenía dos niveles, y en el superior una gran urna flanqueada por dos medios frontones. Se utilizó como iglesia en el periodo bizantino. Disfrutamos de las vistas desde los dos miradores cercanos, que ofrecían una panorámica de las montañas rocosas y nos despedimos de la histórica Petra. 







domingo, 1 de diciembre de 1996

LA BLANCA MANDALAY


 

Mandalay fue la última capital de Myanmar antes de la llegada de los ingleses, a orillas del río Irrawaddy. Sus templos budistas eran los más importantes del país, y la mayoría de los monjes budistas birmanos residían allí. El conjunto de pagodas blancas formaba un laberinto o mandala visto desde el aire. Los contemplamos desde la colina, rodeados de verde vegetación.

El Palacio de Mandalay fue construido en 1857 por la última monarquía de Birmania. Incluía una Fortaleza amurallada, rodeada por un lago artificial con una pagoda central. Sus muros rojos tenían 8m. de altura por 3m. de ancho.

 





Visitamos las Pagodas Kyauktawgyi y Sundamani. Ambas nos impresionaron. Estaban encaladas en un blanco resplandeciente que contrastaba con el azul del cielo. En el interior de la primera vimos un gran Buda de mármol, construido de un solo bloque, transportado por unos diez mil hombres por el río durante trece días. La parte final de la stupa central estaba coronada por un casco de oro. Alrededor hay 80 figuras de los discípulos de Buda.

En la Pagoda Sandamani había cientos de stupas blancas en cuyo interior se veían grandes bloques de mármol, que eran lápidas con inscripciones. Leímos que una persona tardaría 450 días en leerlas todas, empleando ocho horas de lectura diarias.

Como las pagodas eran sagradas nos descalzábamos antes de entrar, y pisábamos las frescas losas. Las visitamos casi solos; de vez en cuando encontramos algún niño correteando y algún monje con su túnica granate. Subimos a la colina para contemplar las vistas de la ciudad y el laberinto de las blancas agujas de las pagodas.