A solo una hora de Riga estaba Sigulda, centro del Parque Nacional de Gauja, el primero de Letonia, fundado en 1973. Lo formaba un bosque verde espeso y tupido; por eso llamaban a Sigulda “la Suiza Letona”. La tranquila población tenía bonitas casas señoriales de piedra.
Nos alojamos en la
casa más antigua del pueblo, el Hotel Sigulda, una casa de piedra construida
por un barón ruso que soñaba en convertir la pequeña aldea en un destino
turístico.
Primero fuimos al Castillo Nuevo, construido en el s. XVIII durante el reinado de los aristócratas germanos. Por detrás estaban las ruinas del Castillo Medieval de Sigulda, construido en el s. XII por la Orden de la Hermandad de la Espada. Subimos a un torreón y recorrimos pasadizos entre arcos y tramos restaurados.
Luego montamos en el Teleférico, que pasaba sobre el río Gauja entre montañas y bosques, ofreciendo impresionantes vistas panorámicas. Al otro lado de la montaña vimos la casa señorial de Krimulda, transformada en un Hospital para tuberculosos en la época, y que era un sanatorio en la actualidad. Vimos sus casas de madera, donde se alojaban los rusos que venían a tomar los baños de sol cuando se puso de moda.
Cerca estaba la cueva Gutmana, la mayor cueva hecha por la erosión del Báltico. Era profunda y sus paredes de roca estaban grabadas con graffitis, algunos del s. XVI y otros contemporáneos. Era famosa por la leyenda de la Rosa de Turaida.
Maija, la Rosa de Turaida, fue encontrada por el escribano del Castillo de Sigulda tras una batalla. Era un bebé, el escribano la adoptó, creció en el castillo, y se enamoró del jardinero Viktor con quien iba a casarse. Maija recibió una carta para encontrarse con su amor en la cueva, pero era un engaño y apareció un noble polaco que amenazó su honor y la mató con un hacha. Viktor fue acusado del asesinato, pero un testigo lo salvó. Desde entonces es costumbre que los recién casados dejen flores en la tumba de la Rosa de Turaida.
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