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lunes, 18 de enero de 2016

OUIDAH









Ouidah era una tranquila ciudad costera de Benín. Las calles eran casas bajas de tonos arenosos, con peluquerías, sastres y otros pequeños comercios. Considerada la cuna del Vudú, atraía a seguidores y creyentes de todo el país, y de Togo y Nigeria, para asistir a ceremonias religiosas. Coincidimos con uno de esos encuentros de religiones en las fechas previas a la celebración del Vudú, que era el 10 de enero. El Vudú fue formalmente reconocido como religión por las autoridades Beninesas en febrero de 1996.

El Templo de la Pitón estaba en un recinto con árboles y varias construcciones circulares. En una de ellas, con ventanas enrejadas y bajo llave, estaban las serpientes. Contamos unas veinte serpientes, enroscadas en el suelo, en el interior de una vasija y descansando sobre el saliente de una pared. Decían que había hasta sesenta serpientes. La mayoría estaban bastante estáticas cuando entramos, aunque algunas se movían ondulantes y levantaban la cabeza, sacando su lengua bífida amenazante. La Pitón Dangbé era una deidad simbólica para la cultura vudú, un animal semisagrado. Decían que comían roedores e insectos. Por eso las apreciaban, al acabar con las plagas de roedores que devoraban las cosechas. En el jardín había un árbol Inoko, considerado sagrado.


 







Frente al Templo de la Pitón estaba la Catedral de Nuestra Señora Concepción, todo un contraste, y ejemplo del sincretismo de Benín. Era un edificio neogótico de 1909, con vidrieras de colores. Tenía bastante luz interior y encontramos un grupo de chavales con sus libretas, en clase de catequesis.

Visitamos el interesante Museo de Historia ubicado en el Fuerte de Sao Joao Baptista, construido en el s. XII por los portugueses. Lo formaban un conjunto de construcciones amuralladas pintadas de blanco. Reflejaba la historia y los lazos entre Benín, Brasil y el Caribe, a través de fotos comparativas de Pierre Bergé, un aventurero y antropólogo francés. Las fotos comparaban los rituales del Candomblé y otras ceremonias a ambos lados del océano, en Bahía y Benín. Un ejemplo de la influencia mutua, resultado del comercio de esclavos. La Plaza Chachá de Ouidah y el sendero llamado la Ruta de los Esclavos nos dieron más información sobre la difícil historia de Benín.







jueves, 7 de enero de 2016

LA DANZA DEL ZANGBETO




El Grand Popó, la población costera de Benín, estaba de fiesta. Eran las celebraciones previas al 10 de enero, el día del Vudú, y nos dijeron que era posible ver una ceremonia de vudú.
En la plaza había cuatro armazones de paja de colores de forma cónica, como pajares, de los que colgaban fetiches varios. Eran los llamados Zangbetos, los guardianes de la noche tradicionales del vudú en Benín y Togo, en la religión yoruba. Estaban coronados por altares de figuras humanas o animales (un elefante verde frente a otro amarillo). Un hombre esparció alrededor de ellos y de toda la plaza un polvo amarillo, que era harina con aceite de palma, bendiciendo el entorno. Otros hombres bebían y expulsaban el líquido sobre los armazones cónicos de paja.



Un grupo de músicos, tres tambores y varios metales tipo cencerros, animaban el ambiente. Era un sonido rítmico que contagiaba las ganas de bailar. Empezaron bailando los niños del pueblo y luego se unieron las mujeres. Movían hombros y pechos hacia atrás y delante, y doblaban las rodillas sacando el cuelo y meneándose. Todo un espectáculo. De repente se oyeron voces desde el interior de uno de los armazones de paja. Llevábamos una hora allí y no habíamos visto a nadie introduciéndose bajo los pajares. Entonces empezaron a moverse y girar. Giraban con vueltas cada vez más rápidas, como los derviches giradores de Turquía.



Nos explicaron que era la danza de los Zangbeto y los espíritus eran los que movían los armazones. Con la música rítmica de fondo giraban a velocidad creciente levantado el polvo en la plaza. Sólo los iniciados o asistentes, llamados kregbetos, podían tocar los Zangbetos. Eran un grupo de cuatro o cinco hombres, , corrían a su alrededor y parecían jugar con ellos. El ambiente no era solemne, nos hacían reír con las paradas bruscas, era una festividad para el pueblo.




El momento cumbre llegó con la demostración final. El Zangbeto estaba bailando y girando, de repente se paró en seco y uno de los asistentes levantó el armazón. Lo sorprendente fue que no había nadie dentro. No había manera de que hubiera salido una persona sin verla, ni tampoco parecía que podían esconderse entre la paja. Estábamos a pocos metros y nos quedamos atónitos. Eran los espíritus los que movían el Zangbeto.






© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego