Bukhara
era una de las ciudades míticas de la Ruta
de la Seda, una de las ciudades sagradas de Asia Central en Uzbekistán, junto con Samarkanda y
Khiva. Estaba considerada Patrimonio de
la Humanidad. En su momento de esplendor tuvo 360 mezquitas y 140 madrasas,
las escuelas coránicas. Todavía estaba repleta de madrasas, minaretes,
fortalezas reales y bazares.
Lo que más nos
impresionó fueron las murallas de la construcción llamada el Arco. Era un palacio-fortaleza, una espectacular ciudadela, la
estructura más antigua de la ciudad, ocupada desde el s.V hasta 1920, cuando
fue bombardeada por el ejército Rojo y huyó el último emir. Fue habitado por
3000 soldados, cortesanos y concubinas. Las murallas exteriores eran altísimas, de unos doce metros y de paredes abombadas, con un aspecto absolutamente medieval.
Había varios museos de
Arqueología, Naturaleza y Justicia. El Museo de Justicia exhibía una cámara de
tortura donde según leímos los prisioneros languidecían entre escorpiones,
sabandijas y piojos. La fuente de riqueza que alimentaba la ciudadela eran unas
minas de oro. Antes de su retiro a los mineros se les cortaba la lengua y se
les arrancaban los ojos para asegurarse de que no desvelarían el paradero de
las minas. Había fotografías antiguas que testimoniaban la crueldad de los
emires. El libro de Colin Thubron, “El
corazón perdido de Asia” fue nuestro compañero de viaje, y describía
esas épocas de crueldad y esplendor.
© Copyright 2016
Nuria Millet Gallego
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