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sábado, 29 de octubre de 2016

LA BUKHARA ANTIGUA



Un siglo atrás Bukhara tenía una red de canales con 200 estanques de piedra, donde la gente se bañaba y relacionaba. Los bolcheviques modernizaron el sistema y secaron las piscinas, aunque la más famosa Lyabi-Hauz, sobrevivío. Era un oasis sombreado por moreras y sauces llorones. Bajo esa sombra descansamos y nos refrescamos, tomamos té, jugosa sandía, frutos secos y helados, y contemplamos la vida de la ciudad.



La plaza principal era una maravilla, más pequeña que la de Samarkanda, pero preciosa.  Tenía dos construcciones una frente a otra, la Mezquita Kalan y la Madrasa Mir-i-Arab, y a un lado el minarete Kalon, construido en 1127, con 47m. de altura.”Kalon” significaba grande en el idioma tajik. Era más ancho en la base y se iba estrechando, y la superficie estaba labrada con dibujos geométricos. La Mezquita Kalon fue destruida por Genghis Khan en el s. XVI, y tenía capacidad para diez mil personas. La Madrasa Mir-i-Arab tenía dos cúpulas de mosaicos azul turquesa. Entramos al patio, pero no nos dejaron pasar más allá porque había estudiantes.

Otra madrasa era la de Ulugbek, un famoso astrónomo y matemático, nieto de Tamerlán. La madrasa, grandiosa y abandonada, fue construida en 1417 y era la más antigua de Asia Central. Sus mosaicos azules sirvieron de modelo para otras madrasas. En frente estaba la Madrasa Abdul Aziz Khan del s. XVI, con las antiguas habitaciones de estudiantes ocupadas por bazares.




La ciudad conservaba los bazares cubiertos abovedados, coloridos y abarrotados de alfombras. Atravesando un laberinto de callejuelas de la ciudad vieja fuimos al Char Minar. El nombre significaba en tajik “cuatro minaretes”, y efectivamente tenía cuatro minaretes rematados por cúpulas azul turquesa y paredes de piedra arenisca. Parecía salida del desierto. Fue la puerta de entrada de una madrasa, y en los laterales se conservaban algunas de las habitaciones de estudiantes.



Callejeamos por la ciudad vieja, visitamos casas museo de mercaderes, disfrutamos de la sauna y el masaje en un antiguo hammán y acabamos el día contemplando la puesta de sol frente a la plaza central del minarete Kalon. Mientras evocaba las caravanas de la Ruta de la Seda que hacían escala en aquel mismo lugar, las piedras centenarias se tiñeron de tonalidades doradas.



© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego

LAS MURALLAS DE BUKHARA



Bukhara era una de las ciudades míticas de la Ruta de la Seda, una de las ciudades sagradas de Asia Central en Uzbekistán, junto con Samarkanda y Khiva. Estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. En su momento de esplendor tuvo 360 mezquitas y 140 madrasas, las escuelas coránicas. Todavía estaba repleta de madrasas, minaretes, fortalezas reales y bazares.

Lo que más nos impresionó fueron las murallas de la construcción llamada el Arco. Era un palacio-fortaleza, una espectacular ciudadela, la estructura más antigua de la ciudad, ocupada desde el s.V hasta 1920, cuando fue bombardeada por el ejército Rojo y huyó el último emir. Fue habitado por 3000 soldados, cortesanos y concubinas. Las murallas exteriores eran altísimas, de unos doce metros y de paredes abombadas, con un aspecto absolutamente medieval.



Subimos la rampa y entramos en el recinto del Arco por la Mezquita del Viernes, del s. XVII. En el corredor había expuestos trajes tradicionales, armas y una cota metálica para proteger el cuerpo en la lucha. Desde el interior tuvimos vistas de la ciudad. La parte más antigua era la Corte de Recepción y Coronación, con columnas de madera labrada. Tenía capacidad para trescientas personas.


Había varios museos de Arqueología, Naturaleza y Justicia. El Museo de Justicia exhibía una cámara de tortura donde según leímos los prisioneros languidecían entre escorpiones, sabandijas y piojos. La fuente de riqueza que alimentaba la ciudadela eran unas minas de oro. Antes de su retiro a los mineros se les cortaba la lengua y se les arrancaban los ojos para asegurarse de que no desvelarían el paradero de las minas. Había fotografías antiguas que testimoniaban la crueldad de los emires. El libro de Colin Thubron, “El corazón perdido de Asia” fue nuestro compañero de viaje, y describía esas épocas de crueldad y esplendor.








© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego