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sábado, 10 de noviembre de 2007

EL BESO DEL LOBO MARINO



Desde Punta Norte y Punta Delgada en Península Valdés contemplamos las colonias de los inmensos elefantes marinos. Dormitaban a la orilla del mar, esparcidos en la franja de arena dorada, y realmente impresionaba su tamaño. Los elefantes marinos machos medían casi 7 metros y pueden llegar a pesar 3.500kg. de peso, las hembras son menores, no superan los 3 metros y los 900 kg. Deben su nombre al hocico alargado, en forma de pequeña trompa,




Vimos una familia de elefantes marinos tumbada: el macho envolvía con una aleta el abdomen de la hembra, como abrazándola, y el pequeño se movía y hacía ruidos tratando de llamar la atención de sus padres. Sólo conseguía que la madre abriera su boca mostrando su lengua rosada y emitiera algún sonido que parecía reclamar que la dejara dormir.
El padre tenía la piel rubia dorada, la madre era blanca y la cría era negro oscuro. Una familia multirracial. Estuvimos un buen rato observándolos, y escuchando los sonidos que emitían.



Mucho más al sur, En Ushuaia hicimos una travesía por el Canal de Beagle y vimos el Faro del fin del mundo, en un peñasco rocoso. Aunque nos dijeron que había otro faro más alejado de la costa. Fuimos a la llamada Isla de los Lobos, un peñasco rocoso sobre el que se agrupaban decenas de cormoranes y lobos marinos juntos. Los lobos marinos machos alcanzan una longitud de 2,6 metros y un peso máximo de 300 kilos, el doble que las hembras. Estaban muy activos, jugando o peleándose entre ellos, disputándose el territorio. Se levantaban sobre sus aletas, y los machos se empujaban entre sí gruñendo. Entonces fue cuando vimos a dos de ellos besándose, tal vez una pareja, o una madre y su cría, ajenos a las luchas de sus compañeros.

Contemplar a los animales en su entorno natural, aunque sea de forma respetuosa, no evita que seamos unos intrusos. Pero ser testigos de esa escena fue uno de esos muchos momentos bellos de los viajes.



jueves, 1 de noviembre de 2007

USUHAIA Y LOS LAVABOS DEL FIN DEL MUNDO



En el fin del mundo se pueden encontrar cosas inesperadas. Como estos lavabos, de inequívoca indicación para ambos sexos. Palanganas metálicas como lavamanos y grifos de latón dorado. Estaban en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, en un antiguo almacén reconvertido en un acogedor restaurante repleto de antigüedades. Me recordaron a un pueblo minero.

De Ushuaia se puede escribir mucho más, sobre la imponente naturaleza, el Canal de Beagle, el Parque Nacional Tierra de Fuego, el Glaciar Martiel, los lobos marinos o los pingüinos. La ciudad del fin del mundo estaba rodeada de montañas nevadas, con una gran bahía abierta al Canal de Beagle. En el Puerto estaban atracados viejos barcos. 

Las casas de Ushuaia eran de tejados triangulares a dos aguas para la nieve, y combinaban la madera y la chapa, los materiales antiguos de construcción. Cenamos en una casa histórica que había alojado algunos presos y posteriormente fue la casa de Rafaela Ishton, la última mujer indígena, que murió en 1895. Se conservaban las paredes forradas de periódicos amarillentos, que se utilizaban como aislante para proteger del frío exterior. Otro edificio antiguo era la Legislatura Provincial, de 1894, que fue residencia del gobernador y conservaba parte de su mobiliario antiguo.




El Museo Territorial del Fin del Mundo, estaba ubicado en un edificio de 1903. Ofrecía información sobre las misiones, los naufragios y las primeras colonias penales. Lo que más nos gusto fue el almacén, una antigua tienda de alimentación a la que no faltaba detalle. Parecía una tienda del salvaje oeste, de las que salían en películas de mineros y pioneros. En los anaqueles tenía una colección de viejas botellas y todo tipo de objetos, desde un teléfono a unos anteojos o libros de contabilidad. También informaban sobre los grupos indígenas Alakauf, también llamados "ona".



Visitamos el Museo del Mundo Yámana, dedicado a los primeros pobladores indígenas. Había fotos de los indígenas y colecciones de los utensilios como arpones, puntas de flecha o cestas. Iban totalmente desnudos a pesar del frío clima. Esto nos pareció muy curioso, la explicación era que la ropa con la llovizna se humedecía rápido, y la piel untada con grasa y aceite resultaba más impermeable y se secaba antes. Además, los indígenas yámana se movían de un sitio a otro y no tenían asentamientos fijos. Cuando abandonaban sus cabañas, otros podían utilizarlas.




El Museo del Presidio era un torreón con un edificio rectangular de color crema. Leímos que tenía capacidad para 400 presos, pero llegó a albergar más de 800. Nos imaginamos las duras condiciones, con la crudeza del clima. Tuvo presos ilustres como Carlos Gardel.



En el museo leímos el origen del nombre Tierra de Fuego. Fue Magallanes quien al navegar por aquellas costas y ver numerosos fuegos, las bautizó así. En el pasado los primeros pobladores soportaron duras condiciones de vida; Ushuaia era hoy una ciudad acogedora, un refugio en el extremo sur de Patagonia.