sábado, 24 de octubre de 2009
LAS MINAS DE POTOSÍ
jueves, 1 de noviembre de 2007
USUHAIA Y LOS LAVABOS DEL FIN DEL MUNDO
De Ushuaia se puede escribir mucho más, sobre la imponente naturaleza, el Canal de Beagle, el Parque Nacional Tierra de Fuego, el Glaciar Martiel, los lobos marinos o los pingüinos. La ciudad del fin del mundo estaba rodeada de montañas nevadas, con una gran bahía abierta al Canal de Beagle. En el Puerto estaban atracados viejos barcos.
Las casas de Ushuaia eran de tejados triangulares a dos aguas para la nieve, y combinaban la madera y la chapa, los materiales antiguos de construcción. Cenamos en una casa histórica que había alojado algunos presos y posteriormente fue la casa de Rafaela Ishton, la última mujer indígena, que murió en 1895. Se conservaban las paredes forradas de periódicos amarillentos, que se utilizaban como aislante para proteger del frío exterior. Otro edificio antiguo era la Legislatura Provincial, de 1894, que fue residencia del gobernador y conservaba parte de su mobiliario antiguo.
El Museo Territorial del Fin
del Mundo, estaba ubicado en un edificio de 1903. Ofrecía información sobre
las misiones, los naufragios y las primeras colonias penales. Lo que más nos
gusto fue el almacén, una antigua tienda de alimentación a la que no faltaba
detalle. Parecía una tienda del salvaje oeste, de las que salían en películas
de mineros y pioneros. En los anaqueles tenía una colección de viejas botellas
y todo tipo de objetos, desde un teléfono a unos anteojos o libros de
contabilidad. También informaban sobre los grupos indígenas Alakauf, también
llamados "ona".
Visitamos el Museo del Mundo Yámana, dedicado a los primeros pobladores indígenas. Había fotos de los indígenas y colecciones de los utensilios como arpones, puntas de flecha o cestas. Iban totalmente desnudos a pesar del frío clima. Esto nos pareció muy curioso, la explicación era que la ropa con la llovizna se humedecía rápido, y la piel untada con grasa y aceite resultaba más impermeable y se secaba antes. Además, los indígenas yámana se movían de un sitio a otro y no tenían asentamientos fijos. Cuando abandonaban sus cabañas, otros podían utilizarlas.
El Museo del Presidio era un torreón con un edificio rectangular de color crema. Leímos que tenía capacidad para 400 presos, pero llegó a albergar más de 800. Nos imaginamos las duras condiciones, con la crudeza del clima. Tuvo presos ilustres como Carlos Gardel.
En el museo leímos el origen del
nombre Tierra de Fuego. Fue Magallanes quien al navegar por aquellas
costas y ver numerosos fuegos, las bautizó así. En el pasado los primeros
pobladores soportaron duras condiciones de vida; Ushuaia era hoy una ciudad
acogedora, un refugio en el extremo sur de Patagonia.
martes, 18 de octubre de 2005
CIUDAD BOLIVAR Y LA GRAN SABANA
Ciudad Bolívar era una población colonial a orillas del río Orinoco. Su casco antiguo tenía bonitas casas con ventanas con verjas de hierro forjado, y fachadas pintadas en colores. Las casas del Paseo Orinoco tenían porches con algunos restaurantes de pescado. En el Mercado Carioca vendían papelón, los jugos de caña de azúcar, y de frutas. Había tiendas de ropa y zapaterías. Nos gustaron sus posadas coloniales con patio como la Posada San Carlos.
Visitamos el Museo Ciudad Bolívar en una mansión colonial con un patio porticado con plantas y ánforas grandes. Estaba dedicado a las Artes Plásticas. La obra más original era una caja con compartimentos, en la que había tubos de ensayo de laboratorio con fotos de personas dentro, y pequeños objetos simbólico. Entramos en el Palacio del Congreso, donde se había reunido Simón Bolívar con otros líderes políticos para conseguir la independencia. Por eso en todos los pueblos y ciudades había una plaza dedicada a Bolívar. Al atardecer vimos una puesta de sol en el Mirador Angostura.
Desde Ciudad Bolívar cogimos un autobús nocturno en un trayecto de pnce horas hasta Santa Elena de Uairén. Nos pararon en varios controles policiales. A las dos y a las cinco de la madrugada subieron policías armados a pedirnos los pasaportes a todos los pasajeros. Y a las siete de la mañana tuvimos que vaciar por completo todo el contenido del equipaje.
Santa Elena de Uairén era una población del sureste de Venezuela, cercana a la frontera con Brasil. Era un pueblo minero, por todas partes se veían sitios de compraventa de oro y diamantes, con hombres de aspecto rudo en la entrada. Curioseamos los comercios, la mayoría de ropa, licorerías y de carne, pescado o verduras.
Allí contratamos
una excursión de un par de días para ir a la Gran Sabana con Ricardo, un
loco maravilloso que nos hizo de guía. Dijo que el 80% de la excursión sería
agua, y así fue, nos pasamos casi todo el tiempo en remojo, bañándonos en ríos
y cascadas.
Fuimos al Arapena Meru (Meru significa cascada en lenguaje indígena), un salto de unos 100m de ancho, donde el agua caía espumosa y con fuerza, en chorros blancos y fangosos. Ricardo dijo que pasaríamos por detrás. Fue increíble. Dejamos las sandalias y las cámaras y nos pusimos los calcetines para no resbalar en las rocas. Nos metimos en un estrecho pasillo de rocas, por detrás de la cortina de agua que caía a chorros. Allí estábamos empapados, riendo y colocándonos bajo los chorros de agua, como una ducha potente. En algunos tramos tuvimos que agacharnos entre las rocas, con el agua al cuello, y en otros saltar y trepar en aquel estrecho pasillo. Recorrimos unos 50m por detrás de la cascada. Fue alucinante y salimos eufóricos.
El final de la excursión del día fue el Tobogán Soroapa. Era una quebrada de rocas de color rosado y rojizo, de jaspe. Allí podía deslizarse el cuerpo, dejándose arrastrar por el agua, como un tobogán acuático. Había que levantar la cabeza y colocar las manos en el pecho para no hacerse daño.
La Quebrada del
Jaspe tenía tonos rojizos, anaranjados y en algunas zonas amarillo con
vetas negras. A esa parte la llamaban la piel del tigre, por su similitud. Con
el sol los colores del jaspe eran más intensos. Los tepuis nos rodearon todo el
día, eran formaciones rocosas de paredes verticales y cumbres planas, tipo
meseta del altiplano. Por la mañana temprano eran azules, y con la luz del día
iban cambiando al verde oscuro. Decían que eran las formaciones más antiguas de
la tierra, con millones de años de antigüedad, y que por las dificultades de
acceso a su cima la flora y fauna eran únicas, permanecían intactas.
Al día siguiente fuimos a la misión Kavanayán y al Kamá Meru (Salto Kamá), una catarata de 50m de altitud. Para llegar alquilamos una barca por el río, un trayecto relajante contemplando la vegetación de las orillas. El Salto Kamá era espectacular. Pudimos acercarnos a la base y quedamos envueltos en la luvia de finas gotas que desprendía. Los chorros caían espumosos, blancos y dorados. Volvimos a Santa Elena con arañazos, magulladuras y picaduras de jején, el mosquito conocido como puri-puri. Pero fue una excursión fantástica y disfrutamos mucho con Ricardo, nuestro loco maravilloso, que nos contó mil historias y nos contagió su entusiasmo.