Llegamos a la isla de Korkula en ferry desde Hvar, en un trayecto de una hora y cuarto. El pueblo de Korkula era una pequeña maravilla, amurallado con imponentes torres defensivas redondas y un grupo compacto de casas con tejas rojas. La arquitectura era renacentista y barroca, y el ambiente muy tranquilo. Se adentraba en el Adriático en su propia y pequeña península.
En la Plaza Svetog Mark estaba la Catedral San Marcos del s. XV de estilo gótico renacentista. Callejeamos por el casco antiguo con rincones con encanto, bordeando la muralla y las grandes torres redondas. Los restaurantes tenían terrazas frente a las murallas y alguno incluso dentro de un torreón. Había galerías de arte y tiendas de artesanía originales y con piezas muy imaginativas. Paseamos por la Marina bordeada de palmeras contemplando las vistas.
Subimos al campanario de la Catedral St. Marija. La escalera era muy empinada. Las vistas eran magníficas, tejadillos rojos entre arboleda, encajados entre verdes montañas y el mar azul. Cenamos tagliatella a la trufa, muy sabrosa, y espaguettí con gambas. Las trufas eran un ingrediente apreciado en la gastronomía croata. Por la noche escuchamos un concierto de violines y contrabajo en el interior de la Catedral. Korkula nos gustó mucho y nos sirvió de base para visitar el Parque Nacional Mljet.