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domingo, 10 de marzo de 2019

EL PASADO COLONIAL


Costa de Marfil fue colonia francesa entre 1904 y 1958, cuando consiguió la independencia. Los franceses dejaron huella, entre otras cosas, en la arquitectura. Pero en todo el país apenas se conservaba esa huella en Grand Bassam.

Grand Bassam estaba asentada frente al Golfo de Guinea, y dividida en dos mitades por la Laguna Ebrié. Un puente unía las dos partes de la población. Había sido declarada Patrimonio de la Humanidad.

La arquitectura colonial decadente tenía cierto encanto, pero en Grand Bassam los edificios estaban muy deteriorados y faltaba mucha restauración. Había mucho trabajo por hacer allí. Las fachadas estaban descoloridas, algunas casas estaban totalmente abandonadas y la vegetación había crecido en el interior, asomando las ramas de árboles por el hueco vacío de las ventanas, como en la Maison Ganamet.







En la calle principal Treich-Laplaine se concentraban las grandes mansiones deterioradas. Uno de ellos era el edificio de Correos y Aduana, descolorido, con persianas verdes. En el interior había una pequeña exposición de cuadros locales. 




El Palacio del Gobernador estaba mejor conservado. La fachada era de un color anaranjado, rodeada de palmeras. Tenía arcos y una escalinata formando un semicírculo en la entrada principal. En el interior estaba ubicado el Museo del Traje, con unos pocos trajes indígenas y ceremoniales. En el segundo piso exhibía algunas máscaras curiosas y fotos antiguas en blanco y negro. Alrededor del Museo había varias tiendas de artesanía, con máscaras y joyería.



Curioseamos el colorido mercado, que era muy fotogénico. Las mujeres con sus vestidos estampados y sus pañuelos a juego estaban en cada rincón, vendiendo en sus puestos, acarreando las compras en la cabeza, y deambulando por los estrechos pasillos. Se vendía jengibre, arroces, pescados, piñas, naranjas peladas, mandioca…Montones de pimientos naranjas y amarillos apilados daban una nota de color. Otra zona era la de las telas y los sastres con sus máquinas de coser Singer. Un mercado africano con ambiente. Las playas eran otro de los atractivos de Grand Bassam...




© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego

lunes, 15 de enero de 2018

SUR Y AYJAH



Sur era una atractiva ciudad costera situada al sur de Omán. Tenía un bonito paseo marítimo que conocían como La Corniche, dos fuertes y playas con fondo de montañas. Era la base para visitar el Wadi Shab y Wadi Tiwi y la Reserva de Tortugas Ras al Jinz.


Uno de los Fuertes era Castillo Bilad, en forma de torres construido hacía doscientos años para defender la ciudad de las tribus del interior. El otro era el Castillo Sunaysilah construido en un promontorio rocoso hacía trescientos años, con cuatro torres de vigilancia.




Fue un puerto importante en el pasado, y  en el s.XIX cuando los portugueses invadieron y dividieron en dos sultanatos a Omán, el puerto todavía fletaba cien barcos.  En el Puerto Viejo todavía podían verse los dhowns, las embarcaciones árabes tradicionales, utilizadas para la pesca. Eran de madera rojiza, aunque no tenían las velas extendidas.


La ciudad mantenía la arquitectura árabe con casas bajas blancas, ventanas arqueadas, columnas y cúpulas. Nos gustó ese estilo y que la altura de los edificios no superara las dos o tres plantas. Aunque Omán era un país con buen nivel de vida gracias al petróleo, habían respetado ese estilo arquitectónico y ninguna ciudad tenía rascacielos, a diferencia de los cercanos Emiratos Árabes o Dubai.






Ayjah  era un pequeño y blanco pueblo al otro lado de la laguna, con una playa en forma de media luna, donde estaba el faro. Se veían barcas de pesca pintadas. Recorrimos toda la Corniche paseando tranquilamente y admirando las vistas. Se veía poca gente por las calles por la hora de calor y porque los omaníes solían utilizar sus coches aunque fuera para trayectos cortos.

Sur y Ayjah nos gustaron porque mantenían algo del sabor de los pueblos árabes del Índico, aunque renovados y con menos ajetreo. No eran como Zanzíbar, pero contemplando su línea de costa con los barcos tradicionales se podía imaginar lo que fueron y el esplendor de tiempos pasados.



© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego

domingo, 26 de abril de 2015

LA GRAN BOGOTÁ

 


Bogotá, la capital colombiana, estaba a 2600m de altitud, en el altiplano de la Cordillera Oriental. El lema de la ciudad era “2600 metros más cerca de las estrellas”.

El centro histórico estaba formado por la gran Plaza Bolívar y el barrio de La Candelaria, con sus casas bajas pintadas de colores. La Candelaria fue el barrio fundacional de la ciudad en el s.XVI, con arquitectura colonial que conservaba la tipología de construcción española. Nos gustó su ambiente y los edificios antiguos: La Catedral Primada, el Palacio Liévano (sede de la Alcaldía Mayor), el Capitolio Nacional y el Palacio de Justicia, la Iglesia Museo Santa Clara o el Palacio del Virrey. Todos de magnífica arquitectura.





Paseamos entre estudiantes por la Universidad de los Andes, de Ingeniería y otras, y por varios Colegios Mayores como el de los Salesianos, de bonita fachada de estilo gótico, de ladrillo rojo con franjas blancas. 


Bogotá tenía muchos museos. Empezamos visitado el Museo del Oro, que exhibía unas 55.000 piezas de oro de las principales culturas prehispánicas. En la primera planta explicaba el trabajo de los metales. Utilizaban piedras para amartillar el metal, las sometía al fuego a altas temperatura y luego las enfriaban bruscamente. Para obtener las figuras utilizaban moldes de cera de abeja, que se rompían con cada pieza. Había figuras antropomórficas y otras híbridas con formas de animales (jaguar, aves picudas), insectos, formas geométricas…Se exponían gran variedad de piezas ornamentales: diademas, narigueras, pendientes, gargantillas, pectorales, mangos de bastón.



La segunda planta se dedicaba a la Cosmología, Simbolismo y Ofrenda. Exhibía las piezas dedicadas a los rituales de los dioses y utilizadas por los caciques y chamanes. Había piezas de ajuar, encontradas en urnas funerarias de gente importante. Era abrumadora la cantidad de piezas que se mostraban y vimos varios vídeos muy interesantes. Un museo impresionante. 

Cerca estaba el Museo Botero, ubicado en otro edificio histórico y bonito, de dos plantas y con un patio con arcos con un precioso jardín. Exhibía cuadros y algunas esculturas de Fernando Botero. Todos los hombres y mujeres de sus cuadros tenían las misma formas orondas características, desmesuradas.

También exhibía cuadros de otros pintores como Degás, Balthus, Picasso, Tolouse-Latrec, Lucien Freud…Muy completo.

El edificio del Museo Botero comunicaba con el Museo de la Moneda. En él se explicaba como se pasó de acuñar las monedas hispánicas o los actuales pesos tras la Independencia. Exhibía varias cajas fuertes antiguas.

Otra visita fue al Museo del Traje, que dedicaba una parte a la explicación de la elaboración de tejidos con diferentes telares y otras salas a los trajes de cada región de Colombia. Todos eran muy coloridos, con faldas de vuelo para los bailes. Una visita muy amena e interesante. Quisimos visitar la Quinta Bolívar y el Museo de Arte Colonial estaban cerrados por reformas.


Un Funicular ascendía hasta el Cerro de Monstserrate, a 3.175m de altura. En la cima estaba la blanca Iglesia del Señor Caído, del s. XVI. Ocupaba el lugar de una antigua capilla devastada por un terremoto, y era un lugar de peregrinaje. Desde el cerro tuvimos unas magníficas vistas de la capital que se extendía en el valle a nuestros pies. La ciudad moderna con sus altos edificios engullía el pequeño y coqueto barrio de La Candelaria.







domingo, 5 de enero de 2014

BRUJAS, REFLEJOS DE EUROPA


 

Durante la Edad Media Brujas fue una de las ciudades más prósperas de Europa, por el comercio a través de su red de canales. Era conocida como la “Venecia del Norte” por los canales que la atraviesan, comunicados por viejos puentes de piedra. Los edificios tradicionales tenían forma triangular escalonada con tejadillos rojos, muchos fueron la sede de los antiguos gremios.

Hacia 1500 entró en declive y cayó en el olvido durante cuatro siglos. Se conservó como una pequeña ciudad medieval cuya pobreza aliviaban hospicios, instituciones caritativas y una industria que elaboraba encajes.

Reflejos diurnos. Los edificios y sus chimeneas se reflejan en las aguas tranquilas, entre las agujas góticas de los campanarios y los estilizados cisnes del llamado Lago del Amor.


 
Y reflejos nocturnos en la fría oscuridad invernal.

A finales del s. XIX la ciudad empezó a restaurarse y renació llena de fantasía, misterio y belleza. Desde el año 2000 es Patrimonio de la Humanidad. Podría considerarse una metáfora de los tiempos presentes. La Vieja Europa ha alternado sus periodos de riqueza y penurias, de esplendor y decadencia. Y siempre que las guerras y la mano del hombre no la destruyan, renacerá y será un reducto de belleza.


 

 
 
© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego

miércoles, 18 de septiembre de 2013

BRINDIS EN GEORGIA


 
Un pequeño pueblo de tejadillos rojos y casas bajas, entre viñedos y altos cipreses. Podría ser la Toscana, pero estábamos en el Cáucaso, en Georgia. De Sinaghi decían que era la población más bonita de la región vinícola de Kakheti. Estaba repleta de arquitectura de los s. XVIII-XIX con aire italiano y conservaba restos de su antigua muralla. Las casas tenían balcones de madera labrada que formaban filigranas, eran como encajes de carpintería.
 




La zona estaba llena de bodegas que ofrecían degustación de vinos. Hasta los monjes tenían tradición de elaborar vino en las bodegas de sus monasterios, como la famosa Catedral de Alaverdi. Fue construida en el s. XI y con sus 50m. de altura fue la construcción más alta en Georgia durante milenios.  Todavía era el principal centro espiritual de la región de Kakheti. Estaba amurallada y rodeada de vides, pero las bodegas del monasterio no podían visitarse.





El vino fermentaba en los llamados qvevri, recipientes de arcilla subterráneos que podían alcanzar los tres metros de profundidad y almacenar el equivalente a 1300 botellas de vino. Como fuimos en la época de la vendimia tuvimos oportunidad de ver los viñedos repletos de racimos, y el pisado de las uvas en un tronco vaciado. Recogimos en una copa el primer mosto, de un fuerte sabor dulzón.


© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego