En Los Roques nos apuntamos a una
excursión en barca a la zona más lejana al arrecife de coral de las islas, Boca
de Cote. Se tardaba unos cincuenta minutos en llegar. El mar tenía unas
tonalidades turquesas preciosas. Parecía tranquilo al principio, pero había
mucha brisa y se formó fuerte oleaje. La barca cabalgaba las olas que golpeaban
el casco, la proa se levantaba con la velocidad y recibíamos constantemente una
ducha de agua salada.
Hicimos snorkel, el buceo con tubo y vimos corales
en forma de laberintos, arborescentes o cilindros verdes.
Los peces también eran de gran variedad: amarillos con rayas grises, azul eléctrico,
negros, plateados, cebras, arcoiris, tigres…azul claro con los labios rosas o blancos y peces
alargados con el morro en forma de espátula. Algunos estaban agrupados en
grupos de diez o más, bajo el saliente de algún coral y se quedaban inmóviles,
dejándose mecer por la corriente. Donde había corales la profundidad era poca,
pero llegaba un momento en que la pared de coral acababa, el color del agua cambiaba
y se abría una profundidad vertical.
Paramos en un palafito abandonado,
habitado por pelicanos y otras aves que descansaban en las maderas del
embarcadero. Junto a él había un banco de arena con un islote blanco formado
por grandes caracolas.
Luego el barquero nos dejó en la Isla Crasquí. Todas las islas tenían nombres terminados en “quí” que venía de la palabra inglesa “Key”, cayo en castellano. Allí hicimos otra inmersión fantástica y encontramos más peces de lo que esperábamos.
Otro día fuimos a la Isla Francisquí,
más cercana. La zona para hacer snorkel se llamaba La Piscina, porque quedaba
protegida por una barrera de coral bien visible, donde rompían las olas.