Uno de los recuerdos más impactantes
del viaje a Bolivia será sin duda la visita a las minas del Cerro Rico
en Potosí.
Las minas fueron descubiertas por los conquistadores españoles hace más de
cuatrocientos años, y todo el cerro estaba horadado con galerías, con riesgo de
desplome. Era un laberinto subterráneo. Habían trabajado hasta 15.000 mineros,
pero en la actualidad sólo trabajaban unos 4000 mineros. Decían que como mucho
quedarían diez o quince años más de explotación.
En el Mercado Minero vimos todos los artículos que compraban los mineros:
botas, casco, lámparas, dinamita, mecha, cigarrillos, mascarillas...Uno de los
artículos que más me sorprendió fue el Alcohol potable de 96º que bebían los
mineros el primer y el último viernes del mes para ofrecer y pedir bendiciones
a la Pachamama, la Madre Tierra (que falta les hacía). Alcohol potable de
96º!!! Como el de uso hospitalario para desinfectar. Y con buen gusto, según la
etiqueta…No pude evitar probarlo…
Otro artículo imprescindible para el
minero es la coca. Compraban bolsas de hojas de coca que había que mezclar con
un catalizador alcalino para que desprendieran la sustancia. Hacían una bola y
la masticaban todo el día para resistir el duro trabajo en la mina.
Visitamos los llamados Ingenios, las plantas donde se procesaba la plata,
llenas de maquinaria polvorienta y ruidosa. En el Ingenio trituraban las
piedras, las centrifugaban, las sumergían en sustancias químicas, la
decantaban, secaban y finalmente obtenían el polvo de sulfato de plata. La
ciudad colonial de Potosí, que es Patrimonio de la Humanidad, tenía las casas
pintadas de colores intensos, tal vez para compensar el polvo y la negrura de
las minas.
Después llegó el plato fuerte: la
entrada en la mina. Estuvimos casi dos horas bajo tierra. En el primer tramo
pudimos caminar erguidos por la galería, pero bajamos hasta el cuarto nivel y
nos arrastramos y caminamos a cuatro patas por estrechas galerías. En un túnel había un muñeco protector que llamaban "el tío de la mina", al que le ofrecían cigarrillos y alcohol. Respiramos polvo y gases tóxicos, de hecho salimos de allí con una fuerte
ronquera en ese poco tiempo...
Encontramos varios grupos de mineros trabajando. Uno eran cuatro chicos jóvenes
que empujaban una vagoneta cargada por los rieles. La vagoneta podía
transportar hasta dos toneladas de mineral, y con la estrechez de la galería
podían suceder accidentes como ser atropellado por una de ellas, porque en
muchos tramos no había lugar para esquivarla. Los chicos tenían 16 años y
trabajaban entre 8 y 12 horas al día. Todos mascaban coca con la mejilla
hinchada, y sonreían y hacían bromas. Eran jóvenes pero sabíamos que en la mina
también trabajan niños, aunque la legislación boliviana lo prohíbe y no los
vimos.
Coincidimos con otro minero de 49 años, que llevaba
37 años trabajando allí, y estaba a punto de jubilarse; le pregunté si tenía
hijos y si eran mineros. Siempre recordaré su mirada de orgullo al contestar
que tenía siete hijos y que todos estudiaban.