Tardamos tres horas en
llegar de Djibouti capital a Tadjoura
en motocarro. La vuelta la hicimos en barco tipo ferry en un trayecto de menos
de dos horas por el Océano Índico. La
primera impresión no fue buena. Sabíamos que era un tranquilo pueblo de pescadores en la costa índica.
No era un pueblo bonito convencional, pero su carácter costero y su gente le
añadían atractivo.
Su playa en forma de media luna repleta de barcas varadas era bonita. Las
casas eran muy sencillas, construcciones de planta baja y ladrillo de barro. Las
mejores eran las del paseo marítimo
de la playa, pintadas de blanco y amarillo claro, entre algunas palmeras. Por
detrás se iban degradando. Sólo había una casa pintada de color rojo intenso,,
que era el Almacén General de Tadjoura, escrito en francés. En el puerto al
mediodía, los hombres estaban tumbados a la sombra en el suelo, entre las
cabras. Había más cabras que niños en el pueblo. Estaban en todas partes,
buscando comida en las basuras o subidas a las ramas de árboles bajos o pegadas
a la sombra de las paredes para protegerse del sol. Y había más moscas que
cabras y niños. Así que Tadjoura estaba lleno de moscas, cabras y niños, por este orden.
Curioseamos en el mercado, las mezquitas y los colmados con estanterías en las paredes
llena de latas de conservas, guisantes, atún, pasta, jabones, leche en polvo,
pasta de dientes, candados, pilas, galletas...Mientras las moscas, cabras y
niños nos rodeaban, y cuando la luz dorada del atardecer tiñó las barcas del puerto
y las casas del paseo marítimo entre palmeras aisladas, nos pareció el pueblo
más bonito de África.
Vimos la salida del
colegio de los niños, que transportaban grandes mochilas con los libros
escolares franceses. El sistema
educativo era el mismo que en Francia, al haber sido colonia francesa, con lo que estudiaban animales y
lugares que no formaban parte de su entorno y tal vez nunca verían. Hojeamos un
libro con fotografías de los dientes y anatomía. Los niños nos sonreían
tímidamente, pero no nos seguían en el trayecto. Los amigos iban abrazados por
los hombros y se dejaban fotografiar. Las niñas no; ya se protegían o tenían
instrucciones de sus padres. La religión
musulmana, mayoritaria en Djibouti, imponía sus reglas en edades tempranas.
Pero con sus vestidos estampados y pañuelos de colores las niñas y mujeres
parecían princesas árabes de otro tiempo.
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Nuria Millet Gallego