San Miguel de
Allende nos cautivó desde el primer momento. Era Patrimonio de la Humanidad
por su preciosa arquitectura colonial, calles empedradas y peculiares
iglesias.
Subimos por la
calle del Canal, donde estaba nuestro hotel. Al lado había un convento
de fachada rojo terracota, transformado en la Posada de las Monjas.
Llegamos a la Plaza Principal, arbolada, con algún limpiabotas, y rodeada
de edificios con porches.
En la Plaza
Principal destacaban varias casas nobles, como la Casa del Mayorazgo de
los Condes de la Canal, de color rojo terracota. Tomamos jugos frente a la
casa, bajo los porches. Luego recorrimos la calle Mesones llena de edificios
históricos convertido en Posadas y hoteles con encanto.
Allí estaba la Parroquia
San Miguel Arcángel, el icono más emblemático de la ciudad, con sus altas
torres rosas de un particular estilo neogótico. Las torres puntiagudas
rosadas se veían desde varias calles. Según leímos, su diseño se basó en un
pastel belga. Vimos otras iglesias y capillas, como la capilla de San Francisco
o la Parroquia de la Salud, asomando sus torres entre las calles
estrechas.
El Oratorio de
San Felipe Neri tenía fachada rematada en forma de concha de piedra en la parte
superior, con muros rosas y amarillos.
Las calles coloniales
eran muy coloridas, con casas rojo terracota, naranja, amarillo ocre, rosa,
algún toque de azul o verde. Bajamos por la calle Barranca hasta el Parque
Benito Juárez, muy agradable y sombreado. Los locales leían en los bancos y
paseaban a sus perros. Subimos por la calle del Chorro hacia el Mirador
y contemplamos la ciudad. Cerca estaban los antiguos lavaderos, pintados
de color rojo intenso, rodeados de cactus y jardines.

Cualquier rincón
era colorido y fotogénico. Pasaban vendedores de sombreros, con montones
de ellos superpuestos sobre sus cabezas, como torres andantes. También había
mujeres vendiendo bolsas y textiles. En las esquinas había puestos de jugos de
frutas y licuados, y algunos de helados.
Las calles coloniales
eran muy coloridas, con casas rojo terracota, naranja, amarillo ocre, rosa,
algún toque de azul o verde. Bajamos por la calle Barranca hasta el Parque
Benito Juárez, muy agradable y sombreado. Los locales leían en los bancos y
paseaban a sus perros. Subimos por la calle del Chorro hacia el Mirador
y contemplamos la ciudad. Cerca estaban los antiguos lavaderos, pintados
de color rojo intenso, rodeados de cactus y jardines.
La Plaza de Toros era una curiosidad de otro tiempo. Sólo vimos la puerta de entrada al recinto taurino, con una reja.
Luego fuimos al Mercado
de Artesanía, con muchos textiles coloridos. Las casas de los alrededores
eran muy bonitas, de dos plantas con balcones y plantas, con calles haciendo
curva en algún tramo. Estuvimos un par de días paseando por sus
calles. San Miguel de Allende fue una de las ciudades coloniales más bonitas
que habíamos visto.
Por la noche había
mucho ambiente, se reunían en la plaza varios grupos de mariachis. Vimos
tocar una serenata dedicada a una chica asomada al balcón. Los mariachis
vestían elegantemente, algunos con traje negro, con pantalones con adornos
metálicos laterales, otros con trajes color crema y chaquetillas entalladas bordadas.
Todos llevaban sombreros y alegraban el ambiente de la ciudad.