Battambang era la segunda ciudad más grande de Camboya, después de la capital Phnom Penh, pero nos pareció una población tranquila y agradable. Las casas eran de dos plantas, con porches y comercios en los bajos. Por sus calles paseaban monjes budistas con sus túnicas naranja azafrán o de color amarillo. Algunos se protegían del sol con un paraguas a juego. En las orillas del río Sangke había varios templos y un paseo de arboleda con bancos de piedra.
Desde Battambang fuimos de excursión por los alrededores. Alquilamos motos con dos simpáticos chicos. Visitamos el Templo Wat Banan, también en la cima de una colina, al que se llegaba ascendiendo 331 escalones de piedra. Era del s. X y decían que era una réplica en miniatura del Angkor Wat. Estaba bastante deteriorado y lo observamos como un aperitivo de lo que nos esperaba. En el exterior de los templos de dos o cuatro puertas corría el aire fresco, y allí nos sentamos a descansar a la sombra y contemplar las vistas. En seguida se reunió un grupo de gente a nuestro alrededor, a observarnos con curiosidad.
El paisaje era jungla tropical y montañas cubiertas de verde vegetación. Atravesamos un puente colgante. En la cima de otra montaña vimos el templo Phnom Sampeu, llegaba subiendo escalones de piedra. Era un día festivo y muchos camboyanos iban en familia a rezar y hacer ofrendas. Todos nos miraban y sonreían. Los monjes de túnica azafrán, sentados en esteras en el suelo, dirigían los rezos. Hacía un calor húmedo y pegajoso y bebimos unos cocos fresquitos, guardados en nevera.
En la montaña vimos un par de cuevas donde se amontonaban los huesos de cadáveres del genocidio provocado por Pol Pot. Huesos y calaveras almacenadas en una urna grande de alambre, con una descripción en alfabeto khmer. Los habían guardado con llave porque mucha gente que ignoraba qué había sido de sus familiares o dónde estaban sus restos, acudían al lugar a llevarse algún hueso. Formaba parte de la historia oscura del país. Un gran Buda reclinado descansaba en la cueva, un símbolo de los tiempos de paz. Un gran Buda reclinado descansaba en la cueva, un símbolo de los tiempos de paz. Un gran Buda reclinado descansaba en la cueva, un símbolo de los tiempos de paz.
Como colofón final del día hicimos un trayecto en un pequeño “tren de la jungla”. En realidad, era una plataforma de madera sobre ruedas, que avanzaba sobre los rieles con ayuda de un motor. Allí subimos nosotros cuatro, las dos motocicletas y el conductor. Avanzaba rápido chirriando las ruedas con los raíles metálicos. Recordaba las rudimentarias vagonetas de los mineros, pero la plataforma era plana sin paredes ni barandillas para apoyarse.
Como era vía única solo se podía circular en una dirección. Pero encontramos otro tren en dirección contraria. Ambos disminuyeron la velocidad al verse y nos quedamos uno frente a otro. Hubo unos momentos de vacilación, a ver quién desmontaba su tren, y nos tocó a nosotros. Bajaron las motos y quitaron la plataforma y las ruedas. El trayecto duró unos veinte minutos, y aún encontramos otro tren de frente. Pero esta vez les tocó desmontar el tren a los otros.
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