El trayecto fluvial de Siem Reap a Battambang fue espectacular. En el puerto había varias barcazas cubiertas que servían de tienda flotante, y ofrecían pescado y variedades de frutas: plátanos, piñas, papayas y mangos. A las siete de la mañana subimos por una pasarela de madera y embarcamos en el speed-boat.
Nos instalamos en el techo del barco para ver mejor el paisaje. Primero atravesamos el inmenso lago Tonle Sap, con 160km de longitud y 20km de anchura. En muchos tramos no se veía la otra orilla, o sólo se distinguía una fina franja de vegetación verde.
Durante mucho rato solo vimos agua y verde. Luego fuimos encontrando en las orillas palafitos, las casas de madera construidas sobre pilotes. En la parte exterior de algunas casas se veían grandes tinajas de barro, para almacenar el agua de lluvia.
Desde las puertas o las ventanas niños y adultos nos sonreían y saludaban con la mano. Grupos de niños se lanzaban al río desde las ramas para bañarse entre risas. Pasamos junto a pescadores que marcaban el perímetro de sus redes con botellas de plástico flotantes, para que las barcas las rodearan sin enredarse en ellas.
Las casas, a
veces, estaban construidas en estrechas lenguas de tierra, rodeadas de agua por
todas partes. En ese mínimo terreno vimos algunas vacas blancas comiendo lo que
encontraban. Mucha gente vivía en las barcazas cubiertas con un toldo
abovedado. Allí vimos como cocinaban, lavaban y tendían la ropa. Tenían
esteras para dormir. Eso era vivir en el agua. Lo peor debía ser la lluvia, el
repiqueteo y la humedad constante, y la amenaza de crecidas e inundaciones. Un
hogar frágil y precario. Madera y barro, agua y lluvia. Todo en un marco de
naturaleza verde y frondosa.
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