¿Sabiais que el mítico tren Orient Express pasaba por Siria? Llegaba hasta Alepo, la llamada ciudad blanca. En el
histórico hotel Barón se alojaron Lawrence
de Arabia, Agatha Christie y el aviador Lindsberg. Tenía un aire antiguo y bastante decadente.
Preferimos alojarnos en una callejuela del zoco
de Alepo. El zoco tenía una cubierta en bóveda de piedra de dos tonalidades
que parecían formar mosaicos. Era más estrecho y abigarrado que el de Damasco.
Al final del zoco estaba
la Ciudadela, tras cruzar un puente
de ocho arcos, el único punto de acceso. Subimos hasta un torreón desde donde
se contemplaba la vista de la ciudad, repleta de Mezquitas con sus minaretes y
cúpulas verdes que destacaban entre la piedra blanca y dorada.
En la Gran Mezquita tuve que ponerme otra vez
la túnica islámica con capucha, que cubría todo el cuerpo. El suelo de mármol
quemaba nuestros pies descalzos. El almiar
tenía 47m. de altura y decían que estaba inclinado por un terremoto. No sé
si sería por el calor, pero ni lo notamos.
Había salas de oración para hombres y para
mujeres, pero como extranjera tuve el privilegio de entrar en las dos. Los
hombres, sentados sobre alfombras, leían coranes
apoyados en atriles. Los niños jugaban por allí, o rezaban obedientes con sus
padres. En la sala femenina, algunas madres tenían a su bebé durmiendo sobre la
alfombra del suelo.
Fue un contraste
visitar el barrio de cristianos
maronitas y armenios. Era un laberinto de estrechas calles construidas en
la época otomana. En la Catedral Armenia de los Cuatro Mártires una placa de
mármol rememoraba el genocidio armenio.
En todos los lugares del mundo se
encuentran homenajes y recordatorios de la crueldad humana, del dolor.
Ningún país se salva.
En Alepo es famoso el jabón de aceite y laurel. Pasamos junto a la fábrica y el olor llegaba
hasta la calle.
Frente a la fábrica de
jabones estaba el Bimaristán, el antiguo manicomio. Decían que era uno
de los edificios más bellos de Alepo, del s. XIV. Tenía varios patios
abovedados con fuentes centrales. El más pequeño estaba rodeado por once celdas
donde se confinaba a los perturbados peligrosos, que se relajaban con el
murmullo del agua del surtidor, según leímos. Los pasadizos interiores eran
estrechos y oscuros, bastante tétrico. Funcionó como manicomio hasta el s. XX.
De Siria me llevé muchos recuerdos, el de los patios del Bimaristán y el olor a jabón de Alepo, entre otros.
© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego
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