Palmira fue fundada por
los nabateos y fue la ciudad de la reina Zenobia. Estaba en medio de un oasis.
Más allá, el desierto. Decían que era uno de los lugares más espléndidos del
mundo, y no defraudó nuestras expectativas.
Zenobia, reina por el
asesinato de su marido, fue una mujer culta, amante de las artes y audaz. Bajo
su reinado el reino de Palmira se sublevó e intentó crear su propio imperio. Emprendió
campañas militares y llegó a tomar Egipto, Pero el emperador Aureliano la
derrotó. La ciudad de
Palmira recibió el perdón pero, ante un intento de rebelión de sus habitantes,
fue destruida. Pero las ruinas que vimos conservaban parte de su belleza y
evocaban la majestuosidad de la antigua ciudad.
Era más extensa de lo
que imaginábamos. Entramos por el Arco de Séptimo Severo, y empezamos viendo el
Templo de Bel. Luego continuamos viendo el Agora, la vía Columnata con sus 200
columnas, el Teatro, el Tetrapylon, el antiguo Senado y las tumbas. El Castillo
en una pequeña colina dominaba las ruinas.
En las horas de más
calor descansamos en los jardines de un pequeño restaurante. Tenían una
piscina, casi una pileta, con agua sulfurosa. Nos refrescamos en el agua azul. Después
nos tumbamos en los cojines y colchones árabes del suelo y tomamos té, dátiles
y un huevo duro. Estuvimos dormitando a la sombra del cañizo totalmente solos.
Contemplamos la puesta
de sol entre las ruinas, viendo como la piedra dorada adquiría tonalidades más
cálidas.
Acabamos el día cenando
en un restaurante de especialidades beduinas y probamos el farouj, pollo a la parrilla con especias. Durante la cena, bajo el
cielo estrellado de Palmira, recordamos a la audaz reina Zenobia, una de las
mujeres que hizo historia.
© Copyright 2008 Nuria Millet Gallego
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