viernes, 1 de septiembre de 2023

SARAJEVO

Describían a Sarajevo como una ciudad que emociona y enamora, el alma de Bosnia. Y así era. Estaba atravesada por el río Miljacka, que partía en dos la ciudad.  Los edificios nobles de tonos amarillos y ocres se reflejaban en el río. Entre ellos despuntaban los minaretes de las mezquitas. Paseamos por la ribera del río admirando los bonitos edificios.



El Ayuntamiento llamado Vijecnica era un enorme edificio de estilo mozárabe, que fue la antigua Biblioteca de Sarajevo, que tuvo más de 1,5 millones de libros y antiguos manuscritos. Hasta que la noche entre el 24 y 25 de agosto de 1992 fue incendiada por bombas serbias. Se quemaron millones de páginas de historia y poesías. La fachada era espectacular, amarilla con franjas rojo terracota, arcos, columnas y dos plantas con cinco arcos cada una. Fue construido en 1896, durante el periodo de ocupación Austro-húngara.






Varios puentes atravesaban el río. El más famoso era el Puente Latino de cuatro arcos de piedra, donde tuvo lugar el asesinato del Archiduque de Austria Franz Ferdinand en 1914, por un serbio bosnio de ideología nacionalista, que desencadenó la I Guerra Mundial. El Puente Skandarija era llamado Puente del Amor, que ya no tenía candados. Era original el Puente Festina Lente, con un bucle central. Debía su nombre al latín “apresúrate lentamente”, frase atribuida al emperador romano Augusto. Frente al Festina Lente estaba el edificio de la Academia de Bellas Artes, uno de los más espectaculares, blanco con cúpulas verdes.




Callejeamos por Bascarija, el barrio más antiguo de Sarajevo, construido por los otomanos cuando fundaron la ciudad en el s. XV. En la Pigeon Square  se reunían cientos de palomas alimentadas por la gente. Allí estaba la Fuente Sebilj, una de las imágenes icónicas de Sarajevo. Era una elaborada fuente de madera con forma de kiosko, coronada por una cúpula verde. En tiempos del Imperio Otomano la ciudad estaba llena de Sebiljs, pero solo quedaba una, restaurada en varias ocasiones tras incendios y guerras



El barrio tenía calles con casas de dos plantas con tejadillos rojos. Las pequeñas tiendas estaban abarrotadas de mercancías y exhibían teteras y servicios de café de cobre rojizo. También vendían dulces árabes, baclavas, hojaldres con miel y pistachos y de otras variedades. Había patios interiores y pequeños cafés con divanes, cojines y kilims coloridos ofrecían descanso.




Visitamos la Mezquita Gazi Husreu-beg, de 1531. Nos descalzamos y me cubrí la cabeza con un pañuelo. Era la más grande de Bosnia y debía su nombre al gobernador regional de la época, que fue uno de los hombres de confianza del Sultán Suleimán el Magnífico y contribuyó al desarrollo de Sarajevo. La Mezquita tenía una cúpula y un minarete de 47 m de altura. El interior tenía cúpulas azules con estrellas y alfombras con motivos geométricos. En el patio tenía una fuente protegida con una estructura circular de madera con tejadillo, y dos mausoleos grandes con cúpulas de personajes notables. 




Frente a la Mezquita estaba la Madrasa Gazi Husrev Beg, la primera escuela islámica. Tenía varias habitaciones alrededor de un patio con fuente central. Cada , sobresalían del tejado como pequeños minaretes entre cúpulas. En cada sala había un museo con pinturas de miniaturas otomanas, fotografías y libros islámicos. En una de las salas vimos un audiovisual sobre Gazi Husrev-beg, el personaje histórico y héroe de la ciudad, y la historia de la Madrasa y de Sarajevo. Interesante. 






Curioseamos el Bazar Bezistán en un antiguo recinto con bóvedas y cúpulas. Vendían joyería, teteras y cazos de cobre para café, textiles, imanes y otros souvenirs. También visitamos el Mercado Markato, con sección de quesos salados y carnes secas y ahumadas tipo cecina, que olían muy bien.



El llamado Punto de Encuentro de Culturas, en la calle Ferhadija separaba la parte otomana de Bascarija a un lado, y al otro lado los edificios monumentales característicos del Imperio Austro-Húngaro. Se veían edificios nobles, de mas envergadura, pintados de tonos crema, amarillos y verdes, y decorados con esculturas, caras de piedra y relieves. También estaba lleno de gente y terrazas. Eran bonitos, pero nos gustó más la zona otomana.



Por allí estaba la Catedral de Sarajevo (Catedral del Corazón de Jesús), construida bajo el Imperio Austro-Húngaro en el s. XIX. El exterior era imponente con dos campanarios de 43m de altura y fachada decorada con un rosetón. El interior era bonito, con altares con esculturas, un púlpito cubierto con relieves, varios frescos de grandes dimensiones con escenas de la Biblia y vidrieras. Cerca estaba la Catedral de la Natividad de la Madre de Dios, amarilla con torreones negros y la antigua Iglesia Ortodoxa. 



En aquella zona estaba el Memorial de la Llama Eterna de Sarajevo, un homenaje al sufrimiento de la guerra, reflejado en el Museo de los Crímenes de Guerra y del Genocidio, una visita sobrecogedora. Quedaban más huellas de la guerra en la llamada Avenida de los Francotiradores (Sniper Alley). O en el Cementerio Alifakovac en una colina y con cientos de lápidas blancas era testimonio de las miles de víctimas que causó la guerra y el cerco de Sarajevo de casi cuatro años de duración. Desde el cementerio se tenían bonitas vistas de la ciudad de Sarajevo, una ciudad que emociona y enamora. 



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