El Alto Svaneti era una región montañosa del Caúcaso que había conservado su vida tradicional gracias a su
prolongado aislamiento. Era calificada como bella, salvaje y misteriosa,
adjetivos que nos impulsaron a conocerla.
Llegamos en marshrutky, la furgoneta colectiva,
hasta Mestia, a través de una
carretera de montaña con muchas curvas. De vez en cuando algún pasajero,
hombre, mujer o niño, se persignaba. Averiguamos que no era por los peligros de
la carretera, sino que lo hacían cada vez que pasaban cerca de una iglesia. El
paisaje era precioso, bosques densos con
una neblina baja. Mestia estaba a 1400m.
de altitud. El centro estaba restaurado, con casas de piedra y balcones de
madera de estilo alpino. Pero en las empinadas calles empedradas se respiraba
el ambiente rural y circulaban algunas vacas, dejando sus boñigas en el camino.
Tenía iglesias
milenarias y casas fuertes con torres
defensivas de piedra llamadas Koshki, el símbolo de Svaneti. Nos alojamos
en una casa particular, con torre adosada. Luego encontramos muchas por el
pueblo y esparcidas por la montaña. Una de las aldeas tenía más de doscientas
torres de ese tipo. Las torres habían sido construidas
en la época medieval para servir de viviendas y fuertes en caso de invasión.
Sólo tenían estrechos ventanucos en una de sus caras, y el acceso era elevado,
a través de unas escaleras de madera. Resultaba curioso que se hubieran
conservado aquellas torres centenarias. La región de Georgia era un merecido Patrimonio de la Humanidad.
La cena fue
contundente, como requería el frío clima: sopa de champiñones, barbacoa de
carne y kachapuri, pan relleno de
queso, con más queso por encima, típico de la gastronomía georgiana. Al anochecer vimos las torres iluminadas y
paseamos hasta el puente sobre el río. La niebla se había disipado y se veían
más nítidamente los picos nevados
del Caúcaso. La luna resaltaba la blancura de la nieve.