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miércoles, 6 de septiembre de 2023

EL MONASTERIO DERVICHE Y POCITELJ

Desde Mostar fuimos en un minibús hasta Blagaj, a solo 12km de distancia. Blagaj era una pequeña población atravesada por el río Buna. Su principal punto de interés era la Casa de los Derviches llamada Tekke (o Tekija). Los Tekkes eran los monasterios sufíes, la rama mística del Islam. El monasterio estaba encajado entre una alta pared de roca y el río. Su imagen se reflejaba en las aguas color esmeralda del río Buna era una de las más icónicas de Bosnia. Aunque el día estaba algo nublado las aguas mantenían su color verde intenso.

Los Derviches eran un importante grupo religioso sufí de la zona, y el monasterio construido en el s, XVI, era el lugar donde celebraban ceremonias y promovías las ciencias y las artes.

Para entrar en el monasterio nos descalzamos y me puse un pañuelo en la cabeza. En el interior había una sala de reunión con divanes, aulas con algunos libros islámicos antiguos, salas de oración, una habitación con chimenea triangular blanca y un hammán con una cúpula decorada con estrellas con vidrios de colores.





Desde la galería del Tekke nos asomamos al río y vimos la Cueva Vrelo Bune, y las pequeñas cascadas que formaba el río. Una barca permitía acceder al interior de la cueva con ayuda de una cuerda.

Cruzamos por un puente al otro lado del río, para tener vistas del Tekke en la roca y su reflejo en las aguas verdes. Alrededor había varios restaurantes agradables, en terrazas escalonadas.



Cerca del Monasterio estaba Pocitelj, un bonito pueblo fortificado construido sobre un anfiteatro natural a orillas del río Neretva. Estaba considerado Patrimonio de la Humanidad. Las primeras murallas se levantaron en el s.XIV durante el reinado del monarca bosnio Stephen Tvrtko I, para tratar de resistir a los otomanos. Estuvo unos años bajo control húngaro, pero los turcos lo invadieron en 1471 y se quedaron durante cuatro siglos, por lo que dejaron huella en sus edificaciones.

Atravesamos calles empedradas con casas tradicionales con tejadillos, chimeneas, puertas de madera, y alguna tienda de artesanía. 






Destacaba la Torre Gavrankapetan, de forma octogonal, bajo la que se apiñaban las casas del pueblo. Subimos a la Torre para contemplar las vistas. Sobresalía el minarete y las cúpulas de la Mezquita Hajji Alija, junto al río serpenteante. La mezquita fue destruida por las bombas croatas durante la Guerra de Bosnia, pero la habían reconstruido. También vimos las cúpulas verde oxidado del antiguo hammán y la Torre del Reloj de 16m de altura. 






miércoles, 13 de agosto de 2014

LA TALLIN MEDIEVAL

 

Tallin, la capital de Estonia, nos enamoró desde la primera impresión. Llegamos en ferry desde Helsinki, en un trayecto de dos horas y media. Empezamos a callejear y una de las primeras cosas que hicimos fue subir a la Torre del Ayuntamiento para contemplar las vistas de la ciudad: tejados rojos escalonados y asomando entre ellos decenas de agujas góticas de las iglesias, con el Mar Báltico y los grandes barcos al fondo. 

La Plaza del Ayuntamiento era preciosa. Tenía algunos edificios triangulares con remates de gabletes, como Bruselas o Brujas. Los colores predominantes de las fachadas eran amarillos y rosados. En la plaza había un mercadillo con artesanía y productos locales. En una de las esquinas estaba la que había sido la Farmacia (Apoteka) más antigua de Estonia, del s. XV, reconvertida en tienda de antigüedades. 



Merecía su categoría de Patrimonio de la Humanidad. Sus calles medievales adoquinadas y las casas de dos plantas con adornos de escayola en las fachadas, arcos y pasadizos, transportaban a otra época, era como adentrarse en el s. XV. Muchas eran casas de antiguos mercaderes y tenían patios medievales transformados en bares y restaurantes con encanto, entre flores y plantas. 



Subimos a otras dos torres, la Torre de Oleviste era la más alta, de 60m contando el pináculo. Subimos 257 escalones de piedra. Las vistas lo merecían. También subimos a la Torre Halleman, de 1410. Tenía unos 15m de altura. Por la escalera de caracol ascendimos a la parte superior de la muralla y recorrimos el pasadizo de madera cubierto. Las vistas desde allí eran preciosas, con más tejadillos, buhardillas y agujas de iglesias.


Atravesamos el Pasaje de Santa Catalina, con tiendas de artesanía a ambos lados. Había artesanos del vidrio de colores, de cerámica, cuero, joyas, textiles. Todas las tiendas ofrecían productos originales, estéticos y de calidad. Tenía un ambiente y decoración medieval y algunos de los vendedores iban vestidos de época. 






El barrio de Toompea estaba sobre una colina. Subimos junto a la muralla y sus torreones hasta llegar a la Catedral de San Alejandro Nevsky. Era una catedral ortodoxa rusa, de 1900, con cúpulas de cebolla. Recorrimos otro tramo de la muralla, encontrando cuatro torres alineadas con su caparazón cónico rojo. Una de ellas era la Kiek de Kok, que en alemán significaba “dar un vistazo a la cocina” porque desde los pisos superiores los mirones del medievo podían curiosear el interior de las casas que tenían a sus pies.

El barrio de Toompea estaba sobre una colina. Subimos junto a la muralla y sus torreones hasta llegar a la Catedral de San Alejandro Nevsky. Era una catedral ortodoxa rusa, de 1900, con cúpulas de cebolla. Recorrimos otro tramo de la muralla, encontrando cuatro torres alineadas con su caparazón cónico rojo. Una de ellas era la Kiek de Kok, que en alemán significaba “dar un vistazo a la cocina” porque desde los pisos superiores los mirones del medievo podían curiosear el interior de las casas que tenían a sus pies. 




Lo que más nos gustó del barrio de Toompea fueron sus miradores sobre la ciudad de Tallin. Ofrecían una panorámica de los tejados rojos inclinados con sus buhardillas, entre altas agujas y pináculos de las iglesias góticas, y las torres de caparazón rojo. Curioseamos las numerosas tiendas de antigüedades y artesanía, encontrando cosas preciosas y poco frecuentes. También entramos en varias iglesias, una curiosa fue la Iglesia de Ucrania.








Cenamos en el restaurante medieval Old Hansa, con mucho ambiente. Hasta el baño de madera tenía encanto. Probamos la cerveza negra con miel y la rubia con canela, servidas ambas en jarras de cerámica. Lo acompañamos con combinado de ahumados y salmón con judiones. Todo muy rico.



Fuimos al Hotel Viru, que había sido el único donde los turistas podían alojarse durante el régimen comunista. Fue el primer y único rascacielos de Tallin, construido en 1972. La antigua KGB montó su base de espionaje en el piso 23 del hotel y espiaba a los visitantes. Habían reformado el hotel y una parte era Museo de la KGB. Preguntamos para visitarlo, pero había que concertar cita previa. En la población de Tartu pudimos visitar otro Museo de la KGB. Y otro día visitamos el Parque Nacional Lahemaa desde Tallin.


lunes, 16 de septiembre de 2013

LAS TORRES MEDIEVALES







El Alto Svaneti era una región montañosa del Caúcaso que había conservado su vida tradicional gracias a su prolongado aislamiento. Era calificada como bella, salvaje y misteriosa, adjetivos que nos impulsaron a conocerla.

Llegamos en marshrutky, la furgoneta colectiva, hasta Mestia, a través de una carretera de montaña con muchas curvas. De vez en cuando algún pasajero, hombre, mujer o niño, se persignaba. Averiguamos que no era por los peligros de la carretera, sino que lo hacían cada vez que pasaban cerca de una iglesia. El paisaje era precioso, bosques densos con una neblina baja. Mestia estaba a 1400m. de altitud. El centro estaba restaurado, con casas de piedra y balcones de madera de estilo alpino. Pero en las empinadas calles empedradas se respiraba el ambiente rural y circulaban algunas vacas, dejando sus boñigas en el camino.





Tenía iglesias milenarias y casas fuertes con torres defensivas de piedra llamadas Koshki, el símbolo de Svaneti. Nos alojamos en una casa particular, con torre adosada. Luego encontramos muchas por el pueblo y esparcidas por la montaña. Una de las aldeas tenía más de doscientas torres de ese tipo. Las torres habían sido construidas en la época medieval para servir de viviendas y fuertes en caso de invasión. Sólo tenían estrechos ventanucos en una de sus caras, y el acceso era elevado, a través de unas escaleras de madera. Resultaba curioso que se hubieran conservado aquellas torres centenarias. La región de Georgia era un merecido Patrimonio de la Humanidad.




La cena fue contundente, como requería el frío clima: sopa de champiñones, barbacoa de carne y kachapuri, pan relleno de queso, con más queso por encima, típico de la gastronomía georgiana. Al anochecer vimos las torres iluminadas y paseamos hasta el puente sobre el río. La niebla se había disipado y se veían más nítidamente los picos nevados del Caúcaso. La luna resaltaba la blancura de la nieve.

 
 

© Copyright 2014 Nuria Millet Gallego