Tena, en Ecuador, fue una de las
primeras ciudades que se fundaron en la jungla. Desde allí hicimos una
excursión de varios días a la selva amazónica, remontando el río Napo,
hacia Misahuallí. El Napo es uno de los muchos que alimentan
las aguas del gran río Amazonas, tras atravesar Perú y llegar a Brasil. Ramiro,
un ecuatoriano jóven, fue nuestro guía. Estuvimos alojados en una comunidad de
indígenas quechúa, en una cabaña palafito. Al atardecer y por las noches
empezaba el gran concierto del sonido de las aves y los insectos.
Las caminatas por la jungla
fueron una experiencia a recordar. Ramiro nos explicó sobre los tipos de
árboles y las plantas medicinales. Encontramos hormigas cortadoras de hojas,
transportando grandes pedazos verdes. Muchas hojas de plantas estaban
carcomidas por los insectos. Una gran hormiga Conga, de casi dos centímetros.
pasó junto a nuestro pie y la evitamos; su picadura es dolorosa y puede
producir fiebre. También probamos las diminutas hormigas limón, que tienen un
sabor parecido. Vimos termiteros, bambúes gigantes, árboles de caucho, y nos
bañamos en cascadas totalmente aisladas.
Con el machete, Ramiro hirió la corteza de un árbol del caucho, y al
momento empezó a gotear la leche blanca y pegajosa que él recogió con una hoja.
El árbol tenía antiguas cicatrices. A principios de siglo XX había mucho
comercio de caucho; luego los precios bajaron. Los hombres tenían que recoger
la leche blanca caminando durante horas de un árbol a otro, y los árboles estaban
dispersos, por lo que el trabajo con la humedad y el calor, era agotador. En
Brasil también habíamos visto plantaciones de árboles de caucho, en las que
habían trabajado en régimen de esclavitud o semiesclavitud.
Un árbol curioso era el que llamaban Pene del Diablo. Una parte de sus
raices tenía esa forma, y decían que las muchachas jóvenes no debían mirarlo, a
riesgo de quedar embarazadas. Encontramos un termitero colgado en una rama.
Ramiro desgajó un trozo y se lo frotó en los brazos, con las termitas
incluidas. Olía a tierra, y decían que aquel olor peculiar resultaba ser un
buen repelente para los mosquitos.
Recordaremos las caminatas por la jungla, los baños en la cascada y en
el río, y sobre todo, a nuestro amigo Ramiro, que compartió con nosotros la
belleza del lugar donde nació.
© Copyright 2008 Nuria Millet
Gallego