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domingo, 7 de noviembre de 1993

RAFTING EN EL ZAMBEZE

Cruzamos la frontera con Zambia, desde Zimbawe, para hacer el rafting por el río Zambeze. Embarcamos en un tramo tranquilo de aguas verdosas, en una imponente garganta de roca negra. El río engañaba, nada hacía presagiar la fuerza y la violencia de los rápidos que nos esperaban. Íbamos en una zodiac que dirigía un remero en la parte central. Cuando nos metíamos en las olas los cuatro que estábamos en la parte delantera debíamos tirarnos con todas nuestras fuerzas hacia delante para impedir que la punta de la zodiac se levantara y volcáramos. Los rápidos tenían nombres tan sugerentes como “la escalera hacia el cielo” o “la lavadora”. Parecía divertido. Y lo fue.

Pero en el rápido nº 18 sucedió. El bote volcó por el lado derecho y antes de volcar sentí el peso de Javier y los otros dos chicos que han caído sobre mi brazo. Sentí dolor, y me vi en medio del rápido, entre remolinos de espuma. La corriente me arrastraba y me dejé llevar con los pies adelante. Javier me ofrecía una mano, pero no pude cogerla. Así que el río me arrastró unos metros hasta la altura de otro bote que me tiró una cuerda. Como me dolía el brazo izquierdo, tuve que cogerme a la cuerda sólo con el derecho, e intentar avanzar hasta el bote. Luego me subieron ellos. 

Paramos en unas rocas, y casualmente entre la gente de los botes había una doctora, que me echó un vistazo pero no se atrevió a diagnosticar si era una fractura o no. De momento, lo inmovilizaron con una férula y después de un pequeño mareo por el dolor, volví a mi bote, donde me esperaban todos.

Lo peor era que los rápidos no se habían acabado, y no me hacía mucha ilusión pasarlos con el brazo así. Pero tuve que pasarlos, claro. Suerte que eran menos fuertes que el 18. Fueron cinco más, en los que me agarré a las cuerdas lo más fuerte que pude con la derecha, mientras Javier me cogía del chaleco. Cuando llegamos al final, después del 23, me esperaba un camino de subida por el cañón, de una media hora. 

Vimos un helicóptero, y Jules, que era nuestro guía propuso hacerle señales para que me recogiera, pero desapareció antes de que pudiera intentarlo. De todos modos, no sé qué hubiera sido peor, porque el helicóptero no tenía sito para aterrizar y me hubiera recogido con una silla por encima del agua. Después de la subida a pie todavía nos esperaba el regreso en camión por pistas sin asfaltar, por lo que el camión no paraba de dar botes y mi brazo lo sentía. Me llevaron a un consultorio y después a un hospital. El dr. Vivian me hizo una radiografía y diagnosticó fractura de radio.

Tras el accidente, y con el brazo enyesado, en el pueblo me hice famosa y todos me preguntaban qué había pasado. Los entendidos preguntaban directamente en que rápido había sido.

Al día siguiente decidimos ver las Cataratas Victoria en ultraligero, aún con el brazo enyesado pensé que ya no me podía suceder ningún otro accidente. Steve me enseñó los rápidos que habíamos pasado el día anterior, y también el famoso nº 18. Volamos bajo y me señaló cocodrilos en las orillas del río. Casi vimos la puesta de sol desde el aire. La contemplamos en tierra, junto al hangar.

Después de eso, el viaje siguió durante cuarenta días, con calor, con picores, con incomodidades cotidianas, pero con ilusión. Los niños se acercaban a mí, tocaban el brazo y me sonreían y hasta me dibujaron un mapita de África en el yeso. Siempre recordaré la amabilidad, generosidad, cariño y ayuda de todos aquellos con los que me crucé por los caminos africanos.


Viaje y fotos del año 1993

martes, 8 de octubre de 1991

EL ACCIDENTE DE BURKINA FASO

Tras visitar las Mezquitas de Bani en Burkina Faso íbamos en ruta por la sabana del Sahel africano y entonces sucedió. El Land-Rover volcó sobre el lado derecho y acabó boca arriba. Alguien dijo “apagar el motor!”. No recuerdo por donde salí, creo que por la ventana porque iba en el asiento trasero. Me encontré sentada en el suelo junto al coche volcado, sangrando por la cabeza, con un fuerte dolor en el hombro y bastante aturdida. Miré a mi alrededor y los demás estaban repartidos en el suelo, algunos tumbados y otros sangrando. Del depósito del vehículo salía gasoil a chorro.

Entonces apareció un Toyota con tres cooperantes y nos llevó hasta la enfermería más próxima, tardamos casi una hora en llegar. Fue allí cuando empezamos a bromear porque el cuadro era patético. Nos desinfectaron y suturaron las heridas, y salimos llenos de parches. Allí no podían hacer más, así que nos llevaron al hospital de Dori, para que nos viera un médico. Tardamos otra hora en llegar.

Una doctora nos examinó, confirmó la fractura de clavícula y nos colocaron un vendaje con cabestrillo. Pero en Dori no tenían aparato de Rx y para hacernos las radiografías tuvimos que ir a la capital, Ouagadugou. Diagnósticos del grupo: dos fracturas de clavícula, fractura nasal, heridas incisas y contusas con hematomas varios. Pensamos en como íbamos a continuar el viaje con las clavículas rotas y la cantidad de baches que había en las pistas del país. Hicimos una reunión plenaria y decidimos continuar el viaje. Fue una buena decisión. La ironía fue que el accidente sucedió cerca de una población llamada Gorom Gorom, que según nos dijeron, significa “ven y siéntate”, porque fue un importante cruce de caminos en el Sahel. Y vaya si nos sentamos...

Cuando fue el mecánico todo estaba lleno de gasoil y aceite. Pero el mecánico probó con un dedo lo que parecía aceite y dijo “Esto no es aceite, es miel”. Se había roto un tarro de miel que llevábamos. Durante varios días después de limpiar el coche seguirían cayendo gotitas de miel del techo, derretida por el calor. Fue el punto dulce de la historia. Con el tiempo lo recordamos como una anécdota y recordamos la belleza de los paisajes de Burkina Faso y sus gentes. Fue un gran viaje!



                      

Viaje y fotos realizados en 1991