lunes, 18 de marzo de 2019
EL PUENTE COLGANTE
lunes, 6 de agosto de 2018
TRANSIBERIANO 1
La Ruta del
Transiberiano conectaba Moscú con Vladovostok, en la costa del Pacífico. Había
muchos trenes que hacían el trayecto, pero el Transiberiano clásico era el que
llamaban Rossiya, el tren nº2, que salía de Moscú los días impares y de
Vladovostok los días pares. Luego estaban los trenes de película,
recreaciones del lujo de época, como el “Golden Eagle” o “El Oro de los Zares”,
cuyo viaje organizado de dos semanas costaba carísimo.
Compramos los
billetes de tren desde España a través de la web oficial de Ferrocarriles
Rusos. El trayecto seguido se recorría en una semana, pero cada viajero puede diseñar
su ruta y decidir las paradas y el tiempo en cada una. Nosotros lo hicimos
en tres semanas, en tres tramos: Moscú-Novosibirsk, Novosibrisk-Irkutks
y Irkutks-Ulán Udé. El último tramo lo compramos en Rusia. Elegimos compartimentos
de cuatro literas, a un precio razonable, y teníamos curiosidad por ver quienes
serían nuestros compañeros de viaje.
Partimos desde la estación Yaroslav de Moscú. La propia estación era un edificio monumental con torreones y cúpula de tejas negras, era imponente y preciosa, con sabor antiguo. Estaba en la Plaza Komsomolskaya, que reunía tres estaciones de ferrocarril: Kalancheuskaya, Leningradsky y Yaroslav, de donde salía el Transiberiano.
A las once de la noche subimos a bordo del tren. La encargada (provonitsa) revisó nuestros billetes y el pasaporte y nos instalamos. Viajamos con una abuela rusa (babushka) rubia y su nieta. Compartimos con ellas té negro servido en las tazas con soporte de plata labrada que llevan el vaso en su interior. y chocolate. Las literas se quedaban hechas con las sábanas todo el día. El truco era que las literas inferiores se levantaban y se convertían en respaldo, sin verse las sábanas. Durante el trayecto la provonitsa se ocupó de traernos la comida al compartimento, de pasar el aspirador por la moqueta y no faltara papel en los lavabos.
En el largo trayecto tuvimos tiempo de contemplar el paisaje y el paisanaje, escribir, dormir y leer sobre la apasionante historia del transiberiano. La primera propuesta de un tren a través de Siberia la hizo en 1857 Percy Mc Donought Collins, un banquero estadounidense que quería explotar las riquezas naturales. Siguieron otras propuestas rusas y extranjeras, pero los burócratas ponían pegas. Hasta que en 1891 el zar Alejandro II anunció la construcción de un camino de hierro atravesando Rusia. El 31 de mayo de 1891 el zarevich Nicolás, futuro Nicolás II, puso la primera piedra para la construcción del Transiberiano en Vladvostok. No se completó hasta 1916.
Entre el surgimiento de la idea y la decisión de llevarlo a cabo transcurrieron 30 años. Miles de trabajadores y reclusos forzados dejaron sus vidas en un proyecto desquiciado: unir por vía férrea Moscú y Vladovostok, confín del imperio zarista en el Pacífico.
En cada vagón había un samovar que proporcionaba agua caliente para el té y las sopas de sobre instantáneas. Desayunamos té y galletas en el vagón restaurante. Las cortinas y los manteles eran granates y los asientos verdes. El tren se había modernizado y la decoración era mínima. Los asientos estaban tapizados en azul, los vagones y pasillos alfombrados en rojo y las cortinillas de las ventanas eran blancas. Pero lo importante era la ruta.
Fuimos a curiosear los vagones de tercera clase, con literas de tres pisos y literas en el pasillo, aprovechando el espacio. Había más niños, más gente durmiendo y más comida en las mesas.
Pasamos por el
Obelisco que separaba Europa de Asia, por Perm, que tuvo campos de prisioneros
del Gulag, y por Ekaterimburgo, donde los Bolcheviques fusilaron en 1918 a
Nicolás II, el último zar, y a su familia. También pasamos por Nizhni
Novogorod, que fue el lugar de destierro de André Sakharov, el inventor de la
bomba de hidrógeno, y después destacado disidente. Hicimos varias paradas
cortas, que aprovechamos para comprar aguas, pizzas y un embutido tipo salami.
Paramos en la estación de Omsk, que fue otro destino de destierro. El escritor Fiedor Dovstoievsky estuvo allí cuatro años condenado a trabajos forzados. La estación era de color verde y blanco. En las vías exhibían una locomotora antigua de vapor. Era negra, de chimenea alta y en el centro de la parte delantera tenía la estrella roja, símbolo del comunismo ruso. Así eran las locomotoras originales del Transiberiano.
lunes, 11 de agosto de 2014
RAUMA SUS CASAS DE MADERA
Desde Turku cogimos un bus hasta Rauma, a 90km, a través de bosques de abetos. Rauma se fundó a mediados del s.XV, y era la tercera población más antigua de Finlandia. Su casco antiguo, con calles adoquinadas y casas tradicionales de madera con chimeneas, estaba considerado Patrimonio de la Humanidad.
Vimos la iglesia y llegamos a la Plaza
del Mercado y nos sentamos en la terracita del famoso Café Sali, el centro
de Rauma. Disfrutamos de la cerveza local contemplando el paso de los escasos transeúntes
y bicicletas.
Las casas estaban
pintadas de tonos azules, rosados, amarillos, ocres y granates. Eran de planta
baja y algunas tenían jardines. Tenían adornos de carpintería y marquesinas metálicas.
Las ventanas tenían visillos y estaban decoradas con conchas, objetos marinos, botellas
de colores, miniaturas de barcos y faros, y algunas colecciones particulares,
como una de despertadores antiguos.
Rauma era conocida también por su tradición en la confección de encaje de bolillos, y por su dialecto regional. En Finlandia tenían dos lenguas oficiales: el finés (suomi) y el sueco. Las cartas de los restaurantes y otros carteles estaban en ambos idiomas, y algunos añadían también el ruso y el inglés.
Había algunas casas
museo, pero estaban cerradas. Nos asomamos a las ventanas y pudimos ver habitaciones
con mobiliarios de madera, cunas, ruecas, encajes de bolillos, jofainas,
utensilios de cocina. Fue el museo más completo que vimos sin entrar.
Otro museo que sí
pudimos visitar fue el Museo del Teléfono. Estaba cerrado y un señor con
una carretilla arreglaba el jardín. Nos saludó y dijo que lo abría para
nosotros. Era el dueño, que llevaba coleccionando aparatos desde hacía medio siglo.
Tenía unos 200 teléfonos de todo tipo colgados en la pared: de madera, de
baquelita y militares, Tenía hasta una centralita de manivela y al accionarla
sonaban los teléfonos. Los había rusos, alemanes. Era una buena colección de
valor histórico. Interesante.